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“Que la Catedral se vea desde la Gran Vía”

catedral gran vía

Contemplar la fachada de la Catedral, en toda su amplitud, desde la Gran Vía. O lo que venía a ser lo mismo: extender la plaza de Belluga hasta la nueva avenida demoliendo dos manzanas de edificios. Este proyecto, quizá para siempre irrealizable, ocupó las tertulias de los murcianos y las páginas de los diarios durante varios meses en 1978. Aunque la primera vez que se propuso fue en 1971, cuando Diego García publicó un artículo en Línea titulado Una obra de envergadura.

La aprobación en 1978 del Plan de Ordenación Urbana por el Ministerio de Obras Públicas revitalizó la iniciativa. Porque en aquel tiempo la manzana de edificios ubicada entre Belluga y la Gran Vía presentaba un estado ruinoso. De hecho, los dos extremos de la misma eran solares abandonados.

Frente al primer templo de la Diócesis ya no existía el palacete o casona del Doctoral De la Riva. Así era conocido Juan Antonio de La Riva y Gómez de Velasco, quien tomó posesión de su cargo como doctoral de la Catedral en 1782 y falleció en 1834. A él se deben, entre otras cosas, diversas obras de investigación sobre el templo y la historia de la Patrona de la ciudad, la Virgen de la Fuensanta.

En 1978, el diario Línea publicó otro artículo –firmado por Felipe Julián- donde recordaba la idea de Diego García y promovía su aplicación. Resulta curioso comprobar que, por aquellos años y como denunció el rotativo, un lugar tan céntrico de la ciudad se mantuviera tan abandonado. “Nido de ratas y basura”, describirá el solar de De la Riva, además de insistir en que las calles San Patricio y Frenería, “apenas contienen vecindario, dado por otra parte a su mal estado”.

Los bajos de aquellos edificios eran ocupados por unos cuantos comercios: “Una cuchillería, una floristería, un establecimiento de helados, otro de frutos secos y una armería”, enumeraba el redactor de Línea. Entretanto, solo una construcción parecía merecer el indulto de la piqueta. Se trataba del edificio de la Ferretería Guillamón, el que hace pico esquina con la Calle Sol, que siempre se llamó Calle del Sol hasta la desastrosa actualización del callejero. Sobre este inmueble publicó Línea que era una obra “neoclásica, que no tiene especial importancia por tratarse de una imitación”.

Muchos apoyos
La idea de la apertura de una gigantesca plaza encontró el apoyo de algunos murcianos, entre ellos José María Vela Urrea, quien incluso apuntó la necesidad de peatonalizar también las calles Polo de Medina y Puxmarina. Vela Urrea aconsejaba adornar el entorno con “jardines, fuentes y arbustos de poca altura” y valorar con prudencia la instalación de esculturas que perjudicaran la visual de la portada barroca, además de “prever el paso de los desfiles procesionales por la plaza”.

Los días pasaron sin que las autoridades competentes se pronunciaran al respecto. Pero comenzaron a surgir cartas en los diarios, en muchos casos tituladas de igual forma: “Que se vea la Catedral desde la Gran Vía”. Diego García publicó en Línea un artículo donde lamentaba la poca fortuna de su idea. “No hay predisposición por parte del Ayuntamiento para llevar a efecto esa magna obra”, escribía en noviembre de 1978. García atribuyó el fracaso a la especulación urbanística “y el valor económico de los solares resultantes de los derribos”.

Acometer una obra de tal calado obligaba, en primer lugar, a modificar el Plan General Urbano para cambiar la catalogación de las parcelas y convertirlas en zonas verdes. García animaba a los políticos, a Bellas Artes y a la Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico-Artístico a que impulsaran el proyecto. Y adelantaba que para ellos eran necesarios el “valor, audacia, imaginación y amor a la tierra”.

En marzo de 1979 continuaba la catarata de artículos en la prensa. Un lector, Juan Luis Pallarés, advertía de que “ahora que va a haber elecciones y ayuntamiento democrático, bueno sería que se viese el tema” por si acaso beneficiaba a la ciudad.
Durante el mismo mes, la Asociación para la Defensa del Patrimonio, reunida en asamblea, concluyó que la idea no era acertada. De hecho, el catedrático Martínez Ripoll la calificó como “el mayor crimen urbanístico que se cometería en la historia de Murcia”.
Opiniones de altura

El debate de aquella sesión fue antológico. Mientras el catedrático advertía de que la plaza era proporcionada a la fachada, otro de los asociados, Antero García, cura entonces de San Antolín, insistía en que solo era una idea. “Por suerte no es más que eso”, terció entonces Ana María Muñoz Amabilia, catedrática de Arqueología de la Universidad de Murcia y quien lamentó la intensa campaña en pro de las obras. Otros asistentes veían en el proyecto una maniobra de los propietarios colindantes para incrementar el valor de sus pisos.

El debate valoró la propuesta de construir, aprovechando la apertura hasta el Arenal, un aparcamiento subterráneo en Belluga. Y también que el apóstol Santiago volviera a coronar la fachada catedralicia o que el Ayuntamiento prohibiera el paso de las procesiones por la Gran Vía. Vela Urrea, por su parte, insistió en que su idea solo perseguía el debate, además de censurar “los abusos urbanísticos”.

La polémica coleó en los diarios hasta enero de 1980, cuando Vela Urrea anunció en Línea que el Ayuntamiento de Murcia había concedido una licencia para construir un nuevo edificio en los solares en discordia. Y lo había autorizado con fecha 19 de mayo del año anterior, en plena efervescencia de la discusión. No en vano Vela Urrea tituló aquel antológico artículo como Réquiem por una idea. Habrán de pasar algunos siglos antes de que vuelva a proponerse.

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