La proximidad de la Cuaresma en Murcia, desde que el mundo lo era, se anunciaba a golpe de Santa Bula. Este privilegio, denominado Bula de la Santa Cruzada, fue concedido por el Papa a España por la victoria frente a los infieles durante la Reconquista. Permitía a quien lo poseyera desentenderse de la prohibición de comer carne todos los viernes del año, salvo en Cuaresma, las vísperas de la Purísima y la Virgen de agosto, entre otras. La Santa Bula no era cualquier cosa. Su exposición se representaba en todas las parroquias, sobre un lienzo color morado, en sesión solemne. Las limosnas que entregaban quienes querían beneficiarse de esta concesión se destinaban a los pobres. Junto a la proclamación de la Bula, otra costumbre anunciaba estos días de recogimiento. Nunca mejor escrito. Por ello, las prostitutas, o mujeres ‘mundarias’, temían más que nadie la llegada de la Cuaresma. Pero no porque se arrepintieran de su oficio, que además estaba legalizado y regulado, sino por ser apartadas y recogidas para evitar que tentaran con sus encantos al personal. En la ciudad, las llamadas cantoneras o mozas del partido están descritas en las actas municipales como «aquellas que hacen mal a su cuerpo». El consistorio se encargaba de retirarlas de los burdeles durante la Cuaresma, los jubileos y la Semana Santa. Casa de recogidas El confinamiento se realizaba en la Casa de Recogidas, fundada por el Cardenal Belluga y hoy convertida en orfanato, en la calle Santa Teresa, donde se las obligaba a rezar y ayunar. Cuantos gasto conllevara la abstinencia de carne humana corría a cargo del erario público. Aunque no era mucho si tenemos en cuenta que sólo se libraban cuatro ducados. De ahí el célebre dicho popular: «Pasas más hambre que las putas en Cuaresma». Al menos, se había superado la barbarie de los guetos medievales. Así, en 1472, el Concejo ordenó que se tapiara «la putería con cuatro tapias en alto […] porque las mujeres que allí estuvieren estén mejor guardadas». La Cuaresma también se manifestaba en las cocinas murcianas, con independencia de las economías familiares. La carne y los embutidos estaban proscritos. Aunque para algunos paladares exquisitos, más que una penitencia, era una bendición. Llegaba el tiempo del espléndido potaje de vigilia, del bacalao, la sardina y la menestra, con sus habas frescas, las alcachofas -que siempre se llamaron alcaciles-, un poco de lechuga, zanahorias y pésoles, que es el curioso nombre que recibían los guisantes. La tradición de la Cuaresma -del latín quadragesima, cuarenta- se remonta al siglo IV, según los primeros textos escritos sobre la cuestión, de Eusebio de Cesárea. Cuarenta días de recogimiento y preparación para la Semana Santa, como 40 días anduvo Jesucristo en el desierto, otros 40 que aguardó Moisés para ascender al Sinaí o los 40 años que los judíos erraron antes de su llegada a la tierra prometida. Sobre la prohibición de la carne, tratados tiene la Iglesia. La tesis más aceptada indica que se vetaba su consumo para que las clases más pudientes, las únicas que podían acceder a este artículo de lujo, se igualaran con los pobres. En Murcia, Cuaresmas había muchas, casi tantas como feligreses. Algunas, incluso, saludables. Es el caso de la cuaresma del tabaco, que hoy aún se practica. Cuarenta días sin fumar. O sin mascar chicle. O sin comer pipas. No se conoce a nadie que hiciera, por mucho que se empeñara, la cuaresma del trabajo, pese a que tuvo gran número de partidarios. Durante los cuarenta días de penitencia sólo la huerta tenía la bula de enseñorearse, ya floridos los almendros y tapizados de verde los bancales, cuajados de habas en ramillete y mil hortalizas que se disputaban la tierra con el vinagrillo y los cañares de las acequias. Crujían en las tartanas los gusanos de la seda, alivio económico para tantas familias de la huerta. Tiempo de Quinarios Horizontes de atardecer murciano como telón de fondo del inicio de los quinarios en las diferentes cofradías. Los miércoles, a la parroquial del Carmen, con la Archicofradía de la Sangre. Los viernes, a la privativa iglesia de Jesús, con la Cofradía morá, la más antigua de la ciudad, según los historiadores más avisados. Aún en la actualidad, no es raro escuchar en la lejanía, más allá de la autovía y su endiablado tráfico, los ecos de los tambores sordos y los carros bocinas, ensayando las burlas que luego adornarán el paso de las procesiones en la ciudad. En las casas, es tiempo de preparar las túnicas, las mismas que vistieron los abuelos y vestirán los nietos. Como última costumbre cuaresmal, cuando llegaba Domingo de Ramos, los parroquianos estrenaban traje, símbolo de que atrás queda el hombre viejo que se adentra en la Semana Santa. Y como él, la Santa Bula pasó a la historia. En 1966, el Papa Pablo VI decretó la modificación de la Ley de Ayuno y Abstinencia. Como prescripción general se mantenía la abstención de comer carne durante todos los viernes de Cuaresma, aunque se permitía a los obispos sustituir estos sacrificios cuaresmales por otras formas de penitencia u obras de caridad. Además, exoneraba a los menores de 14 años de tales prácticas. La Cuaresma en Murcia siempre fue un tiempo agradable, como su clima. Quizá la Iglesia debiera haber prohibido el consumo de verduras, auténtico placer para muchos feligreses. Y en estos tiempos de dietas, acaso sea más pecaminoso dar cuenta de un buen arroz con pava y boquerones que saborear una buena olla de michirones. Eso, como todo en la vida, va por gustos.]]>
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Siempre un placer leerte Antonio.Magistral. Un abrazo