Sólo unos pocos afortunados degustaron la fortuna de contemplarla en vida, de deleitarse al verla cabalgar desnuda, recortadas sus curvas sobre el horizonte de La Manga. Era casi una aparición: La melena, interminable, dorada como el pubis; la expresión, sensual y melancólica, igual que sus ojos azules y abismales, que despuntaban sobre una tez aún más blanca por la sal que, al abandonar las aguas, quedaba prendida en su cuerpo.
Otros marineros jurarían más tarde haber escuchado en la isla, mientras arriaban sus redes sobre el Mar Menor, cierta música de violines que, entre risas y gemidos, anunciaba una nueva fiesta del barón de Benifayó. Se llamaba Julio Falcó y andaba prendido de aquella princesa rusa, quien acostumbraba a bañarse de madrugada, sin más ropa que su nostalgia, en la Cala de los Contrabandistas.
Luego, cubriéndose con su melena, cabalgaba hasta secar su cuerpo. Y el barón, delirante, la observaba desde el torreón, consumido en una pasión no correspondida. Hasta que ordenó que la mataran. Aquí, o acaso antes, arranca la leyenda del fantasma de la princesa, de la que cuentan que aún vaga, envuelta en un halo de luz, quebrando las noches más oscuras de la Isla del Barón.
El barón, de la casa italiana de Saboya y emparentado con la realeza española, era un hombre liberal y aventurero, que fue recluido en la isla después de batirse en duelo por defender a la reina María Victoria. La isla pertenecía a la Armada desde 1726, cuando le arrebató la posesión a la ciudad de Murcia. Entonces se convirtió en coto de caza privado del Infante Don Felipe, hijo de Felipe V. Hasta que la adquirió el barón.
Desde entonces, la mayor de las islas del Mar Menor ha sido privada. Tanto, que muy pocos logran pisarla apenas unos segundos, hasta que los guardias los invitan a abandonarla. Para contemplar la enigmática casa del barón no es necesario acercarse a ella. Basta con visitar el llamado palacio de los Condes de Villar de los Felices, en San Pedro del Pinatar.
El barón ordenó levantar este edificio a finales del siglo XIX y, al tiempo, construyó una réplica, a la que le falta una torre, en la isla. El arquitecto fue Lorenzo Álvarez Capra, quien copió y redujo el pabellón español de la Exposición Universal de Sevilla, que se celebró en 1873. El estilo del palacio, neomudéjar, que fue terminado en 1892, ha sido comparado por algunos autores con el afamado Hotel Victoria de Murcia, inaugurado apenas 4 años antes.
Ya el Libro de Montería de Alfonso X, y las Crónicas de Felipe II, hablan de la riqueza faunística que atesoraba el Mar Menor y que, por ser privada la isla, se ha conservado en parte. Julio Falcó la mantuvo como coto de caza y la prensa periódica publicaría, a finales del siglo XIX, los anuncios de la veda, bajo estrictas condiciones.
El marqués de las Marismas del Guadalquivir, el actor Luis Escobar, impulsaría en sus obras la leyenda de que el barón, ya establecido en San Pedro del Pinatar, mantenía en la isla un harén. Detalle harto improbable que pronto cimentó el rumor de la veracidad de la historia de la princesa. De hecho, a la casa del barón en San Pedro se la conoce como Casa de la Rusa, aunque, al parecer, el inmueble fue comprado por un ruso tiempo después. Pero aún hoy, un siglo más tarde, aún quedan marineros que perjuran haberse encontrado con el fantasma de aquella espléndida mujer, adornado con un resplandor que provoca el aturdimiento, en las más oscuras madrugadas que envuelven esta isla de tinieblas enclavada en el corazón de la albufera.