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La noche en que Murcia perdió una hora

Esto, señores, es una infamia!». Aquella voz, aunque la Plaza de la Cruz rebosaba de almas, hizo retemblar la torre de la Catedral, a cuyo reloj se alzaban miles de ojos en espera del gran acontecimiento. Eran, exactamente, las once menos cinco minutos del día 16 de abril de 1918. Aquella misma mañana se había instalado la nueva iluminación del reloj, como lo demostraba el andamiaje que abrazaba el edificio más alto de la urbe.

El disgusto de aquel buen hombre, a quien los periódicos del día siguiente describieron como «un señor respetable», parecía justificado. O, cuando menos, apuntalado con un argumento irrebatible. Porque, como él mismo lamentaba, «cuando se ha llegado a los sesenta no se puede ver con serenidad que le quiten a uno una hora de vida, de las contadas que le quedan por vivir». De nada le serviría el enojo.

El día 1 de enero de 1901 se estableció para toda España la hora del Meridiano de Greenwich. Hasta entonces, los relojes se ajustaban con el Meridiano de Madrid, lo que provocaba, por ejemplo, que los gallegos vieran salir el sol casi una hora después que los habitantes de las Baleares.

Los murcianos conocieron la medida durante el mes de julio de 1900, cuando El Diario de Murcia se hizo eco de la orden de ajustar el servicio de ferrocarriles, correos, teléfonos y líneas de vapores al famoso meridiano, «llamado vulgarmente tiempo de la Europa occidental». La norma obligaba a adelantar todos los relojes 15 minutos a las 23.45 horas del 31 de diciembre.

Veinticuatro horas

La reforma, además, incluía un curioso y práctico cambio, como adelantó el rotativo Las Provincias de Levante: «Las horas se contarán desde las doce en adelante: 13, 14, 15, etc., hasta las 24, sin señalar mañana, tarde o noche». De esta forma se adoptaba el mismo uso ya observado en otras naciones europeas.

Ninguno de los grandes diarios de la época prestó demasiada importancia al cambio, como resulta evidente al releer las páginas de El Diario, El Heraldo o Las Provincias. El primero cumplía ya sus 23 años de existencia y dedicaba su portada a aventurar qué traería el nuevo siglo a la ciudad.

El director del rotativo, el célebre José Martínez Tornel, recomendaba a los futuros alcaldes cuáles debían ser sus principales ocupaciones: «Dos cosas deben perseguir los Ayuntamientos que se sucedan en esta Siete veces Coronada, pero nunca bien Regida ciudad: la Salud Pública y la Instrucción Popular, combatiendo la suciedad y la desidia a la par que la ignorancia». Entretanto, el mismo redactor informaba de que la Junta Sardinera ya había inaugurado nueva legislatura y convocaba sus reuniones para preparar el Entierro.

Los diarios también recordaron ese día el fallecimiento, cuatro años antes, de Francisco de Zabálburu y Basabé, apellidos que esta familia inmortalizaría en Murcia tanto en el edificio que se alza frente al Segura como en la calle anexa al colegio Cierva Peñafiel, en Santo Domingo, cuyos terrenos fueron donados para el centro educativo y Murcia, agradecida, dio el nombre a la nueva vía.

La aplicación de la medida fue aceptada sin mayores contratiempos. Hasta que unos años más tarde, en 1918, los murcianos se congregaron junto a la Catedral para ajustar sus relojes al llamado horario de verano, que implicaba adelantar las manecillas para atrasar el ocaso.

Los albañiles se niegan

Según el diario El Tiempo, la multitud -incluido el señor que protestaba- observó cómo a las once menos tres minutos de la noche «la aguja que marca las horas avanzaba lentamente hasta llegar a marcar las doce». Las campanadas fueron contadas a coro por los parroquianos, quienes pusieron fin «a su incesante corear con un ¡ah! muy significativo». Por último, todos cambiaron las horas de sus relojes y se retiraron a dormir.

El cambio de hora no alteró la rutina ciudadana, salvo para aquellos que, menos avisados, llegaron tarde al trabajo al día siguiente. Pero también para los albañiles murcianos, quienes advirtieron de que seguirían rigiéndose con el horario solar. A fin de cuentas, el horario del almuerzo, tanto entonces como hoy, era cuestión sagrada.

El diario El Tiempo anunció el 17 de abril de 1918 que la única diferencia se registró a las seis de la tarde cuando los trabajadores salían de sus oficios «y notábase que les quedaba tarde por delante». En cualquier caso, según la misma cabecera, «en cuanto pase la novedad, nadie se acuerda de que hemos perdido una hora de vida». Eso sí, el redactor aventuraba que, llegado el mes de agosto, «vamos a salir del trabajo a hora de echar una buena siesta».

Los murcianos se limitaron a seguir una antigua tradición nunca practicada. Ya en 1784, Benjamín Franklin propuso esa medida tras comprobar que en Francia se ahorraban velas porque sus ciudadanos se levantaban más temprano. Pero habría que esperar al capricho de un inglés, William Willett, para que la idea se aplicara. Y es que Willett, aficionado a entretenerse en sus paseos matinales a caballo, advirtió que muchos londinenses permanecían a esas tempranas horas durmiendo cuando podían, como él, disfrutar de la campiña.

Baile en las manecillas

El nuevo horario no sería definitivo. Entre 1920 y 1925, así como entre 1930 y 1936, los relojes no experimentaron cambios. Pero al estallar la Guerra Civil cada bando decretó un uso horario. Así, los republicanos añadieron una hora a la fijada por el meridiano de Greenwich en abril de 1938, más otra apenas un mes más tarde. Sin embargo, en la zona llamada nacional ya regía ese tiempo un mes antes. Por tanto, los republicanos celebraron el año nuevo una hora antes que el resto.

Habría que esperar hasta 1981 para que se estableciera el cambio horario a las dos de la madrugada, siempre los últimos domingos de marzo y septiembre, lo que unificó la fecha exacta del ajuste. Entre unas cosas y otras, los españoles venimos desde hace casi un siglo perdiendo, así y al tuntún, valiosas horas de nuestra vida.

 

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Comentarios (1)

Antonio Botía es un gran conocedor de la historia más popular de Murcia, en su libro nos da a conocer a los murcianos los rincones, casos, hechos, anécdotas de la historia más insólita y curiosas de la ciudad, es un investigador que se ha hecho a fuerza de buscar la información pasada mas interesante, curiosa y anecdótica de Murcia, de esas cosas que no aparecen en ninguna guía, en cualquier oto libro que hable de la capital de la región, es por eso que sus libros y artículos que aparecen sobre estos temas, tienen y tendrán exito.

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