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Refrigerio y sombra al paso del Corpus

corpus custodia murciastá por aclarar cuándo se inició la dulce costumbre de regalar caramelos en las procesiones. Pero está fuera de toda duda que en Murcia, en cuanto sacan un santo a la calle, hasta los más devotos sienten unas ganas irresistibles de convidarse. Costumbre, aparte de sana, tan antigua y secundada que ya se observaba durante el paso del Corpus allá por el siglo XV. Y, por cierto, a costa del Concejo. Este día, desde luego, se festejaba antaño por todo lo alto. Francisco Javier Díez de Revenga, en su obra ‘Historia de la Literatura Murcia’ recuerda que el Corpus se celebra con brillantez desde que fuera creado en el siglo XIII, y a partir del XV están documentados los espectáculos teatrales en torno a esta fiesta. Juan Torres Fontes nos legó una interesante aportación sobre el Corpus del año 1480, cuando se representaron los entremeses titulados “Los Santos Padres, San Jorge, El Paraíso, La desenclavación, la Salutación…”. Estos entremeses, también llamados juegos eran paráfrasis, glosas o ampliaciones de pasajes bíblicos. Aunque cada actuación estaba programada en un punto concreto del itinerario, era habitual que los murcianos exigieran a los actores que realizaran la representación allí donde se les antojara. Prueba de ello son las advertencias que las autoridades hacían, multas incluidas, a quienes osaran detener los carros participantes en el desfile. Si las sanciones en estos casos alcanzaban los 200 maravedís, la cuantía se incrementaba hasta los 600 para aquellos que se interpusieran ante los regidores que desfilaban. La procesión de 1480, según recogen las crónicas, se organizó desde la Catedral de Santa María, que así se llama, hasta el mercado. Además, se advirtió a los participantes de que “ninguno de los instrumentos no sean osados de irse” antes de concluir el recorrido. Los itinerarios variaron con los años. En 1466 se comprobó que el desfile, tras superar la calle Trapería, se convertía en un desorden absoluto, lo que motivó que el Concejo ordenara que, en lo sucesivo, cada año se recorriera una parte de la ciudad. Los preparativos de la fiesta parecían interminables. Igual que las sanciones previstas para quienes no obedecieran lo planeado. Así, los jurados y regidores debían acompañar al Pendón Real, bajo pena de 200 maravedís, y se prohibía la circulación de caballos y carretas por el entorno del desfile. Expulsados del Concejo La advertencia a los regidores que no acudieran a la procesión no era baladí. De hecho, el Concejo expulsó por eso del ayuntamiento en 1475 a Diego Riquelme, Manuel de Arronis y al bachiller Antón Rodríguez. A los moros de la aljama se les obligaba a pagar otros 500 maravedís como patrocinadores forzosos de la celebración. Otro tanto sucedía con los judíos. Con aquellos dineros, por ejemplo, se contrataban juglares aragoneses “para que fueran con sus cañas y sonajas haciendo honra en la dicha procesión”. Como curiosa gracia a judíos y moros se les permitía vestir, según destacó Torres Fontes, “los trajes y adornos que quisieran, aunque estuvieran prohibidos, como seda y grana”. En el caso de los moros también podían cubrirse la cabeza. Las autoridades y juglares que participaban en el Corpus daban después buena cuenta de un banquete cuyos gastos corrían a cargo del Concejo. Aún se conserva una lista detallada de las viandas que se ofrecieron el 15 de junio de 1430: Cinco arrobas de tortillas de pan, cinco arrobas de vino, una ternera, “ocho pares de pollos”, un pernil de tocino, cinco arrobas de carbón y una carga de leña para guisar, frutas y almendras. Nada, un tentempié. La misma relación, extraída de un Libro de Cuentas que se conserva en el Almudí, revela que se contrataron once juglares, dos gaiteros y un trompetero. A quienes se sumaba “una mujer que ayudó a guisar” y a recoger y limpiar más tarde. Algunos años después, en 1485, el Concejo ordenó la compra de un toro a un tal Pedro de Aledo para que “se corra en la Trapería”. El corregidor, además, regaló otro astado que también fue agarrochado en el mismo lugar, en pleno centro de la ciudad, según destacó Luis Rubio en ‘La procesión del Corpus en el siglo XV en Murcia’. Ya desde el siglo XV se estilaba cubrir esta calle con toldos para mitigar los efectos de la solanera, toldos que luego se mantenían desplegados durante el verano. Esta costumbre se mantuvo hasta el siglo XX, como lo prueban numerosas fotos, y recuperarla sería un acierto. Fruta verde El origen de los toldos se podría situar, como poco, hace ahora exactamente 6 siglos. Al menos, si tenemos en cuenta que un Acta Capitular del Concejo, fechada el 12 de junio de 1419, ordenó “cubrir la trapería de esta dicha ciudad con paños según se acostumbra cubrir otros años y que haya los más juglares que pueda”. Otro de los encargos del Concejo era levantar una tribuna donde sus miembros pudieran disfrutar de la procesión apartados de los vecinos del común que, a menudo, colapsaban la carrera cuando no interrumpían el paso de la comitiva. La tribuna, ubicada también en Trapería, contaba con dos guardias para evitar que se acomodaran en ella quienes no eran invitados. Y debían ser muchos si tenemos en cuenta que se les amenazaba con una multa de 600 maravedís. No quedaba ahí la cosa. El Concejo corría con los gastos de la bebida y la fruta que se repartía en la tribuna oficial y de la que daban buena cuenta el corregidor, los regidores y jurados. Así, mandaban que “se lleve allí alguna fruta verde” y algo de beber, lo que evidencia la costumbre de contemplar las procesiones dándole a Dios lo que es de Dios y al estómago lo suyo.]]>

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