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El murciano que pudo recuperar Gibraltar

Gibraltar es un gran depósito para el contrabando de tabaco». Esta afirmación resulta hoy tan elemental como hace dos siglos largos, cuando lo advirtió el ilustre político murciano José Moñino, conde de Floridablanca. Pero no eran los alijos su mayor desvelo. La recuperación de aquel territorio, a cualquier precio, fue durante años una de sus prioridades.

Carlos III nombró en 1777 a Floridablanca primer secretario de Estado, bajo cuya tutela quedaron las relaciones internacionales. La designación lo colocaría en el epicentro político de la cuestión gibraltareña.

El llamado Gran Asedio a Gibraltar de 1779, el tercero y más destacado de la historia, mantuvo durante cuatro años sobre el Peñón el bloqueo naval, interminables bombardeos y hasta el uso de baterías flotantes, entonces consideradas tan novedosas como inútiles se revelaron. Porque la Roca resistió. El Gran Asedio costaría la vida a unos 1.000 gibraltareños y a más de 6.000 españoles.

Los primeros contactos entre Madrid y Londres sobre la cuestión se produjeron en octubre de 1779. Los británicos, conscientes de la trascendencia de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, negocian con España el fin de las hostilidades. Enfriados los acuerdos con Francia, Floridablanca aconseja a la Corona Española que, de forma secreta, proponga a los ingleses su amistad, pero a cambio de Gibraltar.

Otros autores señalan que fue el primer ministro de Reino Unido, Lord North, quien favoreció los contactos. Sea como fuere, Inglaterra condicionó la entrega de Gibraltar a que España cediera la soberanía sobre Puerto Rico, la fortaleza de Omoa (Honduras), un puerto en Orán y adquiriera todos los pertrechos militares gibraltareños, además de pagar dos millones de libras esterlinas. Eso, sin contar con la renuncia expresa a los acuerdos con Francia y el firme compromiso de no socorrer a las colonias inglesas en América. Y el inglés se quedó tan fresco.

Como última y astuta condición, los británicos advertían de que la cesión de Gibraltar no se haría efectiva «hasta tanto que estuviese terminada la rebelión de América». Casi nada. El gobierno inglés comunicó también a Floridablanca que la soberanía del Peñón no podía ser condición inexcusable para progresar en las negociaciones. Pero el ministro murciano, al menos, logró que Francia redoblara su apoyo en los ataques contra la colonia.

Célebre es el episodio de las baterías flotantes que España fletó en 1782 para atacar la Roca desde el mar. Doce enormes embarcaciones con más de 5.000 hombres y 142 cañones. La expedición, por defectos técnicos de los barcos, fracasó.

La alianza con los galos fue, precisamente, lo que animó a Inglaterra a reanudar conversaciones de paz cuando se conoció que España y Francia planeaban la invasión de Jamaica. Fruto de aquel último contacto se firmaría el 3 de septiembre de 1783 la Paz de Versalles, que reconocía a los españoles la propiedad de Menorca y Florida. Aunque nada se acordó sobre Gibraltar, que dejó de estar sitiado.

Éxito en Menorca

Menorca no pertenecería de forma definitiva a España hasta que en 1802 fuera entregada por los británicos, quienes la habían gobernado durante varios años. De hecho, la isla fue anexionada a la Corona Británica en el mismo tratado que Gibraltar, el de Utrecht de 1713.

Floridablanca no dudada en 1781 de que el patinazo militar del Gran Asedio se debía al control que los ingleses desplegaban sobre Menorca. Por eso escribió que urgía recuperar la isla y, además, «quitar a Gibraltar el recurso de Mahón, que ha sido su almacén de muchos tiempos a esta parte: de modo que sin las muchas embarcaciones y auxilios que desde allí han pasado a Gibraltar era imposible que esta plaza hubiera resistido el bloqueo». La estrategia del ministro, convencido del apoyo local a la sublevación, permitieron la toma de Menorca el 5 de febrero de 1782.

 

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