Si hubiera que rescatar de los anaqueles de la historia murciana una Feria de Septiembre sería, sin lugar a dudas, la programada en 1929. Porque fue la primera que celebró, por todo lo alto, el encendido del Real, tras una polémica con el alcalde, y la fiesta se extendió por toda la ciudad.
Las obras de remodelación de La Glorieta desterraron durante el verano de 1929 la antigua verja que la circundaba y sus árboles centenarios e incluyeron bancos de azulejos y bastidores de hierro por donde trepaban rosales, junto a nuevas farolas. Atrás quedaron los profundos baches que salpicaban la explanada y los vendedores de agua de acequia, que adornaban el producto con verdolagas.
Mientras la ciudad alababa la reforma, su alcalde, Luis Fontes, temía que la próxima feria, con la instalación de casetas y el trasiego de los parroquianos, provocara no pocos desperfectos en el entorno. Por ello, elevó a una Junta de Gobierno de julio de aquel año una propuesta para que los festejos «se efectúen en el Parque de Ruiz Hidalgo y, con toda celeridad, se encarguen los programas». Fue aprobada por unanimidad.
La decisión fue rechazada de plano por ‘El Liberal’, que advirtió de que ya otro alcalde trasladó la Feria a aquel lugar y, por falta de alumbrado, devino en fracaso. «Antes de nada habría que poner el recinto en condiciones», publicaban en portada. Lanzado el órdago al alcalde, quien también era Marqués de Ordoño, ordenó que el parque fuera iluminado con las bombillas suficientes para que, incluso de noche, pareciera de día.
Miles de luminarias
La Feria comenzó el día primero de septiembre con el encendido del Real. Fue la primera vez que se celebraba esta ceremonia con la misma expectación que hoy la tradición impone. ‘La Verdad’ de Murcia relató que se habían instalado «cerca de seis mil bombillas de bastante potencia y caprichosas combinaciones de lucecitas eléctricas de colores».
Al recinto se accedía por debajo del Puente Nuevo, donde se instalaron arcos de flores, también iluminados, y tres monumentales figuras que representaban a una pareja de huertanos, «él con la torre de la Catedral en la mano y ella con una imagen de la Fuensanta» y «un guardia de la porra».
Teatro de varietés
La fiesta se extendió a toda la ciudad. Enfrente del cuartel de Artillería antiguo se abrió un «café con teatro de varietés» mientras en La Glorieta actuaba la banda del Regimiento de Sevilla y se programaban zarzuelas en el Romea. El Real Murcia vencía por 8 goles a uno al Racing madrileño y el coso de La Condomina acogía el primer festival taurino.
El alcalde, con cierta astucia política, había ordenado que la fachada del Ayuntamiento se iluminara como nunca antes lo había estado, lo que volvió a granjearle el apoyo de la prensa, y también La Glorieta, «con luces a la veneciana». La Patrona llegó a Murcia el día 4 de septiembre -un día antes que lo hará este año- y fue recibida, según costumbre, por las fuerzas vivas de la ciudad en la iglesia del Carmen.
La corrida goyesca
La primera corrida goyesca en La Condomina se celebró el 15 de septiembre. El Ayuntamiento de Madrid cedió las calesas necesarias y se solicitaron «carrozas de Grandes de España» y tapices de la Real Fábrica, mientras se confeccionaban los trajes de época para el desfile, que incluiría 300 participantes, en los talleres madrileños de don José Uriarte y en la Sastrería Malatesta, de Barcelona.
El diario ‘El Tiempo’ adelantó que el ruedo sería cubierto por un enorme tapiz, de 20 metros de largo por 25 de ancho, considerado «el mayor del mundo». Las cifras de la iniciativa eran desorbitadas. Solo el seguro de los tapices costaba más de 12.000 pesetas de la época.
Una comisión de artistas murcianos, en colaboración con otros de Madrid y Barcelona, impulsaron los preparativos de la corrida, para la que se anunció, además de las carrozas y calesas, «un escuadrón de dragones a caballo, chisperos, majos y chulos, traíllas de perros, medias lunas y, en fin, todo el ceremonial de una corrida Regia, de la época de don Francisco de Goya». La colonia murciana en Barcelona anunció la salida de un tren especial para asistir a la ceremonia.
Y llegó el día tan esperado. Dispuestos los 8 toros de Chairac para Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Niño de la Palma y Félix Rodríguez. La animación era enorme. Las calles que conducían al coso resultaban pequeñas para la aglomeración de público. En el interior no quedaba ni un lugar por completar.
Cafés, bares y casinos se vieron durante el día atestados de gente, así como las plazas de la ciudad a pesar de la lluvia que deslució la mañana. A las tres de la tarde se colocaron los carteles de ‘No hay billetes’. El palco presidencial estaba adornado por un tapiz con el retrato de Goya, igual que al otro lado de la plaza.
Memorable aburrimiento
Comenzada la corrida, la afición pronto comprendió que el espectáculo había concluido. Porque no hubo tarde de mayor aburrimiento para cuantos pudieron presenciar la lidia. «El lote que nos mandó Chairac no ha podido ser peor», bramaban los diarios.
Así que el acto se convirtió en una «mamarrachada ridícula, contribuyendo más a ella los carros de agua que sacaron por calesas y la grotesca indumentaria de las comparsas, que ni aún un ligero ensayo para el desfile en el ruedo debieron tener». Eso sí, ya entrada la noche, los ánimos volvieron a calmarse bajo el artificial cielo de bombillas del parque Ruiz Hidalgo.