Fue antes. Mucho antes de que la primavera de azahar carmelitana, aquella que bautizó el maestro don Carlos, se desplomara sobre Floridablanca, tendido el sol en ese universo de túnicas ‘colorás’ que cada Miércoles Santo anuncian Sangre desde El Carmen, vibrante la tarde clara y de aires remotos de tarima antigua y aromas a clavellinas que abrazan pasos, antes incluso de que crujieran las puertas de la arciprestal, cuajada la carrera de murcianos que anhelaban ver a tu Cristo. Fue antes de tanta pasión contenida cuando quise encontrarte, colgada la sonrisa en la boquita pintada de abuela galana, presumiendo de tu afiliación archicofrade en cualquier esquina, anónima y sencilla como siempre, humilde y desapercibida, pero siempre presente cuando el cortejo desfilaba. Y no estabas.
Mira que pregunté a las tallas que andaban de Lavatorio y solo encontré la Negación, que Cristo nuevo estrenaba, a cuantas preguntas alzaba en tan bella tarde. Aguardé antes, mientras el agua cristalina de la Samaritana teñía de devoción refrescante las filas de penitentes. Nada. Incluso me detuve en el instante en que Jesús descansaba en casa de Lázaro, por si acaso habías decidido arreglar la mesa, que tanto te gustó siempre que las cosas fueran perfectas, casi como la huertanía que engalana al Cristo del Pretorio. Ahí fue cuando sospeché que el Berrugo te había distraído, igual con el engaño de que aquel que tanto amaste y ya andaba en la Gloria, cronista de esta Murcia siete veces coronada, había regresado a degustar el desfile de sus anhelos.
Pero también era mentira. Y mentira fue intuirte entre las Hijas de Jerusalén pues tú, cofrade remota de sangre murciana, solo llorabas al paso del Cristo de la Sangre, ese que tantas lágrimas de devoción te arrancaban. Pasaba una legión de mayordomos con túnicas carmelitanas. ¡Cuántas tejiste para tus hijos sin que tu voz jamás se alzara! ¡Con qué cariño arreglabas capuces y medias huertanas, enaguas que luego vestían cuajadas de aire y galanas! Madre que el Cielo te reclamó sin que nadie lo esperara, hace tan poco tiempo que la herida encendida anda, dejando huérfano de luto el dedal que te enfundabas dibujando puntadicas en tus túnicas del alma.
Creí verte en otra esquina con tu sonrisa colgada, orgullosa matriarca de nazarenía cuajada. Y tampoco te encontré mientras la noche llegaba y sobre el remoto Puente hervían de aflicción tantas almas. Bullía la procesión de primavera ataviada, ataviada de horizontes de palmeras empinadas. Y, mira, tampoco estabas. Resultó incomprensible que nadie te divisara disfrutando de aquel niño que carrera inauguraba.
Eras su bisabuela, sangre de tu sangre realzada. Con sus medias de repizco, con su enaguas de estampa, ni siquiera un par de ligas en sus piernas le faltaban. Y él, al que llaman Daniel, miraba hacia al cielo y aguardaba, como si tu voz buscara, como si estuvieras hablándole las cuatro verdades santas, que son nacer nazareno, vestirse como Dios manda, cuadrarse el Miércoles Santo y proclamar a la tierra que no hay Cristo más murciano ni tarde más grande y soberana.
Pasa la procesión entre aromas a nostalgia, entre incienso de recuerdos y colores de nostalgias. ¿Viste pasar al Señor? ¿Viste a la Samaritana? ¿Viste acaso el pelotón de niños que la rodeaban? Todo cumplido en la Sangre salvo tu sonrisa llana. Y yo no lograba encontrarte, por mucho que te buscara. Las lágrimas de mi amigo Carlos, tu hijo, eran lágrimas de nostalgia. Luego alguien me advirtió de que se apagó tu mirada para encenderse en la gloria, que es gloria carmelitana. Y al cruzar el Puente Viejo aquel Cristo que tanto amabas, era el rumor de las aguas el fluir de tus palabras, la claridad de la luna en tus pupilas reflejada, el paso de las estrellas el brillo de tu mirada. Y aunque no logré encontrarte en las esquinas que amabas, aunque ya no presumieras de tu saga colorada, imaginé que andarías al son de la antigua marcha sonriendo a aquel bisnieto que tu presencia añoraba.
Retorna la procesión de medias santificadas, de hombros que, doloridos, anhelan tarimas corladas. Retornó la procesión mientras esta madrugada te honra a ti, Mari Cruz, nazarena colorada, madre y abuela orgullosa que ya por el Cielo andas. Porque anoche te encontré en tanta murciana guapa, en el suspiro de la luna que auguraba alboradas, noches santas ‘colorás’ que tu presencia ensalzan como enamorada cofrade de Sangre Carmelitana.