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Las nevadas del fin del mundo

FOTO4 En nuestra querida Murcia, como sucede con la calorina y la desmemoria aplicada, el frío, cuando se presenta, tampoco tiene límite. Ni los murcianos experiencia para lidiar con sus efectos. Por eso cada vez que caen cuatro copos se anuncia la nevada del siglo. Aunque lo cierto es que sí hubo una, la del año 1926, que bien podría recibir ese tratamiento. Y le siguió en crudeza otra, por estos mismos días del año 1914. La nevada comenzó a las cinco y media de la madrugada del día 2 de enero y, durante dos horas, “tapizó de blanco” la ciudad y la huerta, según la prensa. Quienes se sorprendieron del prodigio ni imaginaban que, alrededor de las diez de la mañana, arreciara el temporal, “de un modo nunca visto”. Cuando el redactor del diario ‘El Tiempo’ cerró su crónica, a las cinco de la tarde de aquel día, todavía estaba nevando. Entretanto, los murcianos disfrutaban del acontecimiento en calles, plazas y jardines y la torre de la catedral era “un verdadero rosario de gente el que subía y bajaba” para admirar el espléndido panorama. El presidente de la Diputación ofreció a los periodistas su automóvil para que subieran hasta la Venta de la Paloma, otra atalaya desde donde contemplar el valle nevado. Ni los más ancianos recordaban un fenómeno similar. En Murcia nevó en el invierno de 1867, en febrero de 1878, en enero de 1883 y en noviembre de 1890. En ninguna de estas fechas fue la nieve tan abundante como en 1914. “En el ruedo de la plaza de toros –publicará ‘El Tiempo’- alcanzaba a las doce del día 35 centímetros”. Como en Sábado Santo Los únicos incidentes registrados durante la jornada fueron algunas caídas, las bromas de quienes lanzaban bolas de nieve desde el Puente Nuevo a quienes entraban al parque Ruiz Hidalgo o la irresponsabilidad de aquellos que arrojaban el hielo de sus tejados a la calle, sin cuidarse dónde ni a quién caía. Esta última cuestión provocó al día siguiente las iras de muchos murcianos y de la prensa, desde donde se comparaba el lanzamiento de nieve desde tejados y balcones con “la orgía de esa brutalidad que se exterioriza todos los años, durante media hora, el día de Sábado Santo”. Se refería a la antigua costumbre de lanzar macetas y otros cachivaches de cerámica desde las ventanas para celebrar la Resurrección. ‘El Tiempo’ abundaba en detalles: “¡Aplastarle el paraguas a un señorito! ¡Lastimar a un pobre aprendiz que va tiritando al trabajo! ¡Asustar a una señora despeñando a sus pies un quintal de nieve hecho piedra!”. Y así todo. Cuatro días después de la nevada aún seguían muchas calles intransitables. Las críticas de la prensa obligaron al alcalde a comparecer para aclarar que, si aún quedaba mucha nieve y barro en las calles, se debía a que los murcianos continuaban limpiando sus hogares. Aunque el alcalde hizo un llamamiento a cuantos braceros quisieran emplearse en las tareas de limpieza, muy pocos respondieron. Incluso fue necesario despedir a cuatro barrenderos municipales, “por haber faltado y haber querido mejor el beneficio de los particulares para limpiar terrados”. La siguiente gran nevada, considerada como una de las mayores de toda la historia, se produjo en diciembre de 1926. Desde las primeras horas del día 24 una ola de frío invadió el municipio, arrasando con los huertos de naranjos y limoneros. La producción que aún permanecía en las ramas quedó helada y lo mismo sucedió con las hortalizas tempranas. Lo peor, sin embargo, estaba por llegar.  Una ciudad ‘muerta’ En la madrugada del sábado las calles comenzaron “a vestirse de blanco”, como publicó ‘La Verdad’. La nevada, que duró toda la noche, dificultó durante el domingo la llegada de los lecheros de la huerta. Para colmo se averió el suministro eléctrico, los tranvías se detuvieron y muchas calles quedaron colapsadas por vehículos bloqueados. En algunos lugares la nieve alcanzó un metro. Fue necesario suspender el encuentro entre el Baracaldo y el Real Murcia. El domingo volvió a nevar. De nuevo, los murcianos tomaron los jardines para disfrutar de la novedad o subieron a la torre catedralicia para contemplar la vega. Las fábricas, sin luz, cerraron el lunes y comenzó a escasear el pan porque “en la mayoría de las panaderías de la capital se trabaja con aparatos movidos por corriente eléctrica”. Si el peso de la nieve arruinó los postes eléctricos también se ensañó con los árboles de todos los parques y, de forma especial, con el ficus de la plaza de Santo Domingo, del que cayeron grandes ramas. La ciudad quedó aislada, sin comunicación telegráfica ni telefónica, y sin servicio de trenes. Uno de ellos, que partió en dirección a Cartagena, descarriló en Pozo Cañada. El correo de Madrid también se detuvo en La Roda. El Círculo Mercantil cifró los daños en 150 millones de pesetas mientras el alcalde convocaba a los murcianos para organizar improvisadas partidas de limpieza. Mientras, los diarios arremetían contra el Consistorio, desbordado por el azote del temporal e inmerso aquellos días en las polémicas obras del actual edificio, que esa fue otra historia. En la noche del domingo no hubo más alumbrado que la luz mortecina de los helados faroles de gas, salvo en el barrio del Carmen, donde fue posible restablecer la línea. Esta nevada fue recordada durante décadas como la más grande que conociera la historia de Murcia. E incluso se compusieron coplas sobre ella, como reveló el cronista Juan José Franco: “¡Cuántos trajes se han quedado / sin poderlos estrenar / por culpa de la nevada / la Pascua de Navidad!”.      ]]>

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