No era político ni militar, ni orquestaba la revuelta en una colosal hacienda o en las barracas obreras que salpicaban la huerta. Pero el cerebro de aquel golpe de Estado era bien conocido en Murcia. Y hasta, en muchas ocasiones, había recorrido las calles rodeado de multitudes que lo vitoreaban. Porque, por muy sorprendente que parezca, tan popular fue siempre la talla de Nuestro Padre Jesús, el de la cofradía morá, que hasta encabezó una supuesta asonada en el corazón de la ciudad.
Sucedió en la primavera de 1822, tras el levantamiento del general Riego y la llegada del Trienio Liberal (1820-1823). Por Murcia cundió el rumor de que el Nazareno, obra de Juan de Aguilera datada antes de 1600, como muestra de indignación divina por el gobierno de los liberales, había comenzado a sudar sangre.
La primera de las noticias fue publicada en el bisemanal ‘Correo Murciano’, de corte liberal, el 23 de abril. Lamentaba el redactor las amenazas que suponían para la ciudad una partida «de 150 o 200 facciosos» que tenía aterrada la comarca con sus asaltos ante la aparente pasividad de la autoridad.
Al hilo de esta denuncia, el Correo señalaba el supuesto milagro de la sangre del Nazareno y situó incluso el origen del fenómeno: «Tres días hace», esto es, el 20 de abril, ya pasada la Semana Santa. Según la publicación, «se extiende la voz que la imagen de Jesús Nazareno suda sangre», lo que provoca que «el fanatismo» convoque en la plaza de San Agustín, sede de la cofradía, «a los ilusos».
«Ilusos que insultan»
El mismo periódico, tantas veces crítico con la Iglesia Católica aunque no con la religión cristiana, señala que el milagro es una treta política para desestabilizar el régimen. Esos «ilusos», en opinión del redactor, «que insultan, que dan vivas sospechosos, que apedrean a los que tratan de disuadirlos» y que parecían dispuestos a todo pues solo les faltaba «una cabeza visible que los dirija para derramarse por la ciudad».
Turbulenta reunión
Otra publicación, ‘El Chismoso’, abundó en detalles. Así, denunció que el correo de Madrid había sido interceptado y abierto el mismo día en que «la numerosa y turbulenta reunión que produjo el fanatismo y la superstición» atrajo hasta la capilla de Jesús «a millares de ilusos». Gran hubo de ser la afluencia de murcianos cuando el diario, tan combatiente ante estas prácticas, los cifraba en miles.
El rumor, como también aclaró ‘El Chismoso’, era que la sagrada imagen «sudaba copiosamente, ya humor puro, ya sangre». Aparte de situar los hechos en la tarde del día 19, el periódico denunció que la célebre capilla, ubicada en la iglesia privativa de la cofradía, hubiera acogido «frecuentes reuniones anteriores», sin duda encaminadas a planear los asombrosos hechos.
‘El Chismoso’, por último, atribuyó el engaño «a alguno de los primeros funcionarios» del municipio y concluyó dicho artículo con un grito constitucional: «¡Viva la Pepa, la moderación y el orden&hellip Caramba!».
La noticia del supuesto milagro no pasó desapercibida entre el pueblo, bien porque despabilaba la rutina o por la profunda veneración que se le profesaba a la imagen, ni tampoco para aquellos que consideraban la novedad una provocación y una amenaza.
El Ayuntamiento Constitucional de la ciudad envió de inmediato -al día siguiente de extenderse el rumor- un oficio al Obispo de Cartagena cuyo texto fue publicado de forma íntegra por el Correo. El Consistorio exigía al prelado que desmintiera el supuesto prodigio y «se digne rectificar la opinión pública con el celo y sabiduría que le adornan y que dan el justo ascendiente en tal materia».
El obispo lo censura
La respuesta del obispo no se hizo de rogar. Aquella noche, en una celebración en la parroquia de San Juan, como escribiría más tarde, «instruí a los oyentes, según mis luces y fuerzas, en las funestas consecuencias de su misma credulidad, excitada acaso por la codicia de algunos, por la irreligión de otros, o por las ideas y planes subversivos». Pero muchos tenían más fe en el Nazareno, que por algo llamaban ‘El Abuelo’, que en el mismísimo obispo.
La recomendación episcopal provocó variadas reacciones, entre ellas la rebeldía de aquellos que el Correo describió como «monstruos de iniquidad» y que desautorizaron al pastor por considerarlo un liberal. Así era, aunque tuviera más razón que un santo. Antonio de Posada Rubín de Celis había sido nombrado miembro del Consejo de Estado en 1820 tras la revolución de Riego y Obispo de Cartagena en 1822. Su decidido apoyo a la causa liberal le obligó a exiliarse tras el regreso de Fernando VII, aunque más tarde apoyaría a Isabel II y se convertiría en senador por Murcia en 1837, alcanzando en unos años la dignidad de Arzobispo de Toledo.
Entre quienes defendían el milagro se encontraba, como anunció el Correo, el «extrinitario conocido por Pico de Oro», quien predicaba en el convento de los Teresos. Allí defendió lo que el periódico tildó al día siguiente como el «diluvio de milagros que se atribuyen a los santos, tan sin crítica y tan supersticiosamente».
En esa ocasión, el Correo abundó en detalles sobre los hechos. Porque además de la sangre, el titular de la cofradía también parecía llorar «y bajándose de su camarín, se va a un rincón del templo a gemir y suspirar, como se creyó, pocos días hace». Quizá el Nazareno, más que gimotear, se veía obligado a descender de su sagrada peana y esconderse para que nadie lo viera muerto de la risa.