A los murcianos, durante tantos siglos que nadie recuerda y al margen de su piedad cristiana, podía costarles la gloria eterna un simple apretón de la vejiga. Al menos, si sucedía junto a la Catedral. Porque la pena impuesta para quienes orinasen en su entorno era la mismísima excomunión. Ante semejante castigo, resultan ridículos los cuatro ducados de multa que llevaba emparejados la sanción.
El extremo derecho de la portada de la Catedral, según se mira, atesora el más curioso de los letreros que se conservan en la ciudad. Se trata de una advertencia, ajada por el paso de los años y la falta de interés por la Historia, donde se advierte a los caminantes de que «está excomulgado de excomunión mayor cualquier persona que echase, mandase echar o permitiese echar basura o se orinase en todo el ámbito de la Santa Iglesia bajo pena de 4 ducados».
La amenaza resulta interesante por diversos motivos. En primer lugar, la excomunión mayor suponía la exclusión total de la Iglesia, frente a la menor que solo apartaba al condenado de los sacramentos. Además, según el texto, no quedaba estigmatizado solo quien cometiera aquellas faltas. También cuantos ordenasen ensuciar las calles e incluso los que permitieran tales prácticas.
Viene a cuanto tan curiosa inscripción pues ahora andan restaurando la fachada del primer templo de la Diócesis. Es un acierto limpiar esa joya del barroco mundial y espléndido retablo en piedra cuyas vetas condensan algún recuerdo en el corazón de cada murciano. Más de una década vengo denunciando, sin que nadie se inmutara, hasta ahí podíamos llegar, que impusieran similar prohibición a las palomas que, una vez desbaratadas las redes de protección, se aliviaban a su antojo en tan sagrada portada.
El obispo Lorca Planes, como murciano de nacencia, ha sabido elegir arquitecto para la obra. Se trata de Juan de Dios de la Hoz, un maestro enamorado de nuestra historia y en cuyas manos el resultado del proyecto será magnífico. Ya verán ustedes cuando quiten esa otra obra de arte que es la inmensa viñeta del genial Puebla, quien ha bordado con sus lápices la esencia de la historia de la Catedral.
Sin duda que el imafronte, que Jaime Bort concibió para exaltar a la Virgen María y ofrece no pocos santos y símbolos de nuestra milenaria Diócesis, lucirá como nuevo. Pero no estaría mal que se respetara y restaurara esa pequeña inscripción. Serviría como útil reclamo para avivar el interés, a modo de caramelo que llamara su atención, de los alumnos que visitan la Catedral, más interesados por su edad en tales curiosidades que en cansinas descripciones académicas. E igual ocurriría con los turistas, de los que Murcia, pues nunca supimos vender lo nuestro, no anda sobrada.
Por encima de cualquier consideración, esa humilde inscripción es de las últimas cosas de esta Murcia que aún no ha arrasado la incultura o la dejadez. Si al final la borran, cosa harto probable, al menos que se consigne para la posteridad la mano de quien lo haga. Borrar nuestra historia sí que merece la excomunión. Pero la excomunión de la murcianía, que es casi una religión.