Tenía el animalito, aparte del espléndido nombre de Drag Queen, una mala uva temible. Tanta, que se convirtió en una estrella periodística para aquella Murcia remota de 1859. Fue el primer gallo cuyo nombre recuerda la historia. Le pintaron retratos y protagonizaba crónicas en los diarios. Y su triste mérito solo era uno: En menos que cantaba, que igual cantaba poco, solía liquidar a sus contrincantes sobre la arena. La afición por los gallos en Murcia fue tan grande que las riñas se anunciaban junto a la programación del Teatro Romea. Incluso, en algún tiempo, lo superaba en afición, con publicación propia en la ciudad. A comienzos del siglo XX se editaba un semanario titulado ‘El Espolón’, de renombre en todo el país. La revista catalana ‘Los Deportes’ lo describió en 1906 como un referente «siendo su lectura muy interesante por los muchos datos que aporta». El primer circo gallístico se construyó en la ciudad en 1850. Estaba situado en la calle de Zambrana, hoy renombraba Andrés Baquero. En el mismo lugar, aunque medio siglo largo después, abriría Manuel Massotti su legendaria academia Fernández Caballero, germen del futuro Conservatorio. El circo era propiedad de un sastre, de apellido Benavente, quien compartía la afición con otros nombres que recuerdan los periódicos de la época: Juan Yeste, Mariano Girada, Luis Abellán, Ignacio Tornel o «el renombrado Colás, el Taconero del Barrio y otros más», añadirá el diario ‘Las Provincias de Levante’. Por aquellos años se hicieron famosos algunos gallos, como el llamado Pluma Gallina, el gallo de las Perdices «y la memorable ‘Diabla’ que dio 22 peleas» e hizo rico a alguno de los jugadores que apostaban por el animal. ‘La Diabla’, por lo sangriento de sus torneos, hacía honor a su nombre. El propietario del ave era Antonio Abellán. Las crónicas de sus peleas o riñas pronto se hicieron famosas y ocupaban un buen espacio en la prensa. En enero de 1859, el diario ‘La Paz de Murcia’ relataba el décimo de sus torneos, que acabó a los pocos minutos con la muerte su contrincante. El redactor aconsejaba a quienes «le estorben sus gallos» que los echara «a reñir con esta valiente jaca». Hasta 23 victorias Explica el diccionario de la Real Academia que el término jaca corresponde a un «gallo inglés de pelea al que se dejan crecer los espolones». De ahí, es muy probable, el uso de nombres femeninos para algunos de estos animales. ‘La Diabla’ no tenía rival. Incluso le publicaban composiciones poéticas, como aquella que rezaba: «Testigo de tu coraje siempre he sido con placer, cuando te han desafiado -Orihuela y Cartagena- sus tigres vieron con pena a tu aguja perecer». Durante 23 torneos ningún gallo pudo con esta ave que enriqueció a su dueño. Fue entonces cuando la venció un gallo, de nombre Camacho, y que había sido traído desde Jerez de la Frontera. Aún así, la ‘Diabla’ escapó del combate antes de morir. Desde Cartagena, donde superaban en afición a los murcianos, traían los animales a lomos de borrico y en jaulas especiales para que no sufrieran durante el camino. Incluso alguien propuso construir una gallera a medio camino entre ambas poblaciones para que los gallos compitieran en igualdad de condiciones. Al circo de Zambrana se sumó otro más tarde «en la calle de Aljezares» que, según las crónicas, costó unas 15.000 pesetas de la época. Sus promotores fueron Mariano Girada y Juan Yeste. Este Mariano Girada, a quien Murcia dedicó una vía, quizá fue el industrial que en 1871 instaló una fábrica de seda en el antiguo convento de la Merced, hoy claustro de Derecho. ‘Las Provincias de Levante’ recordaría que en este circo, por su amplitud, se celebraban de 12 a 14 peleas en apenas una hora y media. Luego, ya en decadencia, las riñas se seguirían celebrando en el antiguo cuartel de la Trinidad o en la calle Victorio, en casa de un aficionado. Una nueva ola de afición impulsó Evaristo Llanos al reconstruir el circo de la calle de Algezares. Fue entonces cuando el dueño de la ‘Diabla’ lanzó un reto a toda la afición murciana. Como publicó ‘Las Provincias’, incluso «a los del Barrio, agrupados todos y con su jefe a la cabeza, que lo era Don Alberto Giménez Rubio». Retratos de campeones El reto, según la tradición, consistía en cuarenta peleas o quimeras y hasta se otorgó una escritura de obligaciones que firmaron las partes. La ciudad entera vibró con aquel acontecimiento, más aún cuando Abellán sacó una ventaja de 14 peleas a sus contrincantes. Los nombres de los gallos tampoco tenían desperdicio: Torillo, Malacara, Lebeche, Monje, Sombrerazo, Faldero… La época dorada del circo gallístico correspondió con la apertura de un nuevo coso, de nuevo en la calle de Zambrana. Fue construido por el maestro alicantino Rafael Marco y estaba considerado el más moderno de España. De sus paredes colgaban retratos de los gallos más célebres. Muchos de ellos pertenecieron a otro aficionado, Joaquín Fontes, quien compartía afición con los toreros Lagartijo y Espartero, habituales en este otro ruedo cuando visitaban Murcia. El cambio en la legislación terminó por prohibir las peleas de gallos, que en España solo se autorizan en Andalucía y Canarias con el objetivo, presunto o no, de mejorar la raza. Otra cosa es la crianza y el negocio millonario que rodea a las galleras. Ya en 1979, el diario ‘La Verdad’ advertía de que «somos el país que más gallos de pelea criamos y, sin duda, de una gran calidad». En su mayoría se exportaban por miles a América. Las críticas a este supuesto deporte tampoco son actuales. ‘El Diario de Cartagena’ publicaba en 1807 una furibunda portada dedicada «A los gallicidas». En el artículo denunciaba la violencia de estos encuentros donde se aprendía «a acometer a un semejante cara a cara hasta vencerle o matarle». Eso, sin contar el fin último: «Lo que importa es que corra la moneda». Porque los tiempos, aunque nos empeñemos, cambian poco.]]>
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