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Al señor director le gustan mucho las bailarinas

Al director Meinardo, como liberal al uso y hombre de mundo, le apasionaba el teatro. Pero aún más las actrices. Encima y debajo de las tablas. Sobre todo cuando se sentaban en sus rodillas. Aunque esta debilidad no la conocían los murcianos, pues el buen Meinardo solo llevaba once días en la ciudad al frente de LA VERDAD. Así que cuando el tramoyista levantó de improviso el telón, la función adquirió un giro inesperado: el director del muy serio periódico católico andaba en un rincón con dos bailarinas sobre sus rodillas. Diez minutos después, el obispo echaba humo.

Esta es la historia, al menos como la contaría de pasada el cronista Carlos Valcárcel, quien la situaba en el Romea. Pero hoy conocemos más matices de un hecho tan curioso que durante días ocupó y divirtió a la sociedad murciana en aquel frío marzo de 1903.

LA VERDAD publicó el día 1 su primer número bajo el subtítulo de ‘Diario Católico’. Y cierto era: estaba patrocinado por el Obispado. De hecho, lo crearon para contrarrestar la «prensa impía» que pululaba en los quioscos en forma de cabeceras como ‘El Liberal’, ‘El Libre Pensamiento’ o en incontables panfletos.

A la calle, sin explicaciones

El director elegido fue el madrileño Meinardo Vicente Sánchez de los Ríos. De él conocemos que había dirigido los diarios ‘La Justicia’, ‘La Época’ y ‘Germinal’. Y poco más. A alguno, eso sí, sorprendió que dirigiera un diario conservador alguien con ideas tan progresistas.

A la redacción se sumaron también destacadas personalidades, entre ellas el erudito y rector de la Universidad de Murcia Andrés Baquero Almansa, y el ingeniero y ecologista Ricardo Codorniú. O el periodista Frutos Baeza, el cronista José María Ibáñez y el poeta Sánchez Madrigal.

Once días después de salir de imprenta la primera edición del nuevo diario Meinardo era despedido. Como buen periodista, ofreció su versión de los hechos. Y lo hizo enviando donde más daño podía: remitiendo cartas a los directores de la competencia, entre ellos el de ‘La Correspondencia’ de Murcia y ‘El Heraldo’, que las publicaron con mucho gusto.

En su defensa advertía el exdirector que vino a Murcia para hacer un periódico «católico sin clericalismos ni intransigencias odiosas». Eso intentó durante las once ediciones bajo su cargo, hasta que lo despidieron «sin darme explicaciones», aunque él sí acertaba a proponer algunas causas.

Transparentes mallas

La primera era haber otorgado en un artículo el adjetivo de ’eminente’ a Jacinto Octavio Picón. Este Jacinto era pintor y escritor, además de diputado por Madrid y de ideales republicanos. Tantos como contenía la pieza teatral Aurora, de Joaquín Dicenta, ante cuya representación Meinardo se negó a lanzar «anatemas». Otra supuesta causa de su defenestración.

La última es aún más reveladora. El exdirector reconoció en su carta «no haber pedido la cabeza de las aplaudidas artistas que trabajan en el Circo, por no salir a la pista de manto largo y toca monjil en vez de las transparentes mallas». ¿Creó con esta afirmación la leyenda de que le pirraban las bailarinas? Vaya usted a saber.

Meinardo no abundó más. Solo se limitó a anunciar que volvía a Madrid aunque llevaría siempre en su alma el cariño que tantos murcianos le habían dispensado en su corto periplo por esta tierra. Aquella carta finalizaba con una titulada ‘nota bene’, utilizada desde antiguo para llamar la atención hacia alguna particularidad. En este caso, el exdirector destacó en ella su gratitud hacia el vicario Juan Gallardo, si bien concluyó que «para otras dignidades siento no poder conservar tan grato recuerdo». Obispo incluido.

La reacción de la prensa murciana fue unánime en su apoyo al cesado. Desde ‘La Correspondencia’ destacaron las cualidades de buen periodista que adornaban a Meinardo y dieron por buenas las razones que arguyó para su cese. Incluso señalaron que su única falta acaso fuera querer hacer un periódico seriamente católico «y no un instrumento de instintos inquisitoriales».

Más combativo se mostró ‘El Heraldo’ de Murcia, diario de corte liberal que tenía como colaborador, precisamente, a Jacinto Octavio Picón y a Emilia Pardo Bazán. ‘El Heraldo’ se atrevió a ponerle un titular a la carta de Meinardo: ‘Los caballeros carcundas’. Hoy hubieran escrito carcas. Además, acusó a los propietarios de LA VERDAD de ser «intrusos en el campo periodístico».

Para algunas cosas, a Dios gracias, sí que lo fueron. Por ejemplo en el proponer instaurar el descanso dominical para los periodistas, a lo que se opuso toda la competencia salvo ‘El Diario’ de Martínez Tornel.

Total: el 13 de marzo se celebró un banquete de despedida al exdirector, «como prueba de afecto solidario y en protesta al proceder de la propiedad del citado periódico carlista», publicó ese día ‘El Heraldo’. Al homenaje se sumaron todos los periodistas murcianos de ‘El Liberal’, ‘El Correo de Levante’ y ‘La Correspondencia’. Solo faltó ‘El Diario’, aunque Martínez Tornel envió a un representante. También asistió el entonces alcalde liberal Teodoro Danio.

Más de medio siglo después, otra versión de aquel suceso tomó cuerpo a través de la pluma de José Ballester, escritor, periodista y también director del periódico. Ballester reveló, aunque cuando sucedieran los hechos apenas tenía 9 años, que Meinardo fue víctima de «la picaresca de una competencia sin escrúpulos».

Al parecer, algunos colegas periodistas, aprovechando que se celebraba el Carnaval, invitaron al nuevo director para obsequiarlo. Sobre todo, con vino por arrobas. Eso provocó que el pobre Meinardo, ya a altas horas de la madrugada, yaciera «en medio de la calle convertido en una cuba». Así que el obispo le dio pasaporte. No menciona Ballester la existencia de coristas ni el episodio del teatro. Al director le sucedió Nicolás Ortega Pagán.

Manuel Ossorio, en su ‘Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX’, anotará más tarde que el exdirector retornó a Madrid, donde en mayo de 1903 dirigía un diario llamado… ¡’La Redención’! ‘La Redención’ tenía que llamarse, oigan.

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