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Diez mil gallinas impiden un acto político

Debía desconocer Aristóteles, pues en sus libros sobre la Política no hizo mención alguna, que la forma más rápida de arruinar un acto público es el empleo de un ejército de gallinas. Y así sucedió en Murcia, aunque cueste creerlo, en 1976. Corvera se preparaba para celebrar un homenaje a su pedáneo y el Ayuntamiento de la capital ultimaba el correspondiente programa.

El pregonero del acto, según anunció la Hoja del Lunes, era Esteban Mompeán, secretario general del Gobierno Civil. Todo parecía dispuesto, menos el local que debía acoger la ceremonia. Porque el teatro -así lo describe el redactor- estaba destinado a la cría de pollos. Cuando le ordenaron al dueño su desalojo, el buen hombre se echó las manos a la cabeza y exclamó: «¡Si fueran mil gallinas podría hacerlo! ¿Pero dónde meto yo diez mil?». No le faltaba razón. Para los anales de la prensa en Murcia quedaría un titular antológico: «Diez mil gallinas impiden un acto político».

El protagonismo de los animales en las noticias, a lo largo de la historia del periodismo, siempre fue una cantera de curiosidades que, en más de una ocasión, despertaron la sonrisa de los lectores. Las primeras referencias en Murcia se remontan al inicio de los papeles periódicos. Ya en 1792 se imprimieron avisos en El Correo Literario de Murcia, como aquel de una burra extraviada «con una sarria de estiércol y encima una capa».

Muy pronto surgieron los denominados anuncios por palabras que, entrado el siglo XX, se convertirían en indispensables para la supervivencia de las cabeceras murcianas. Entre ellos figuraba un breve sobre la venta de «carnes de macho» en la carnicería de la calle Trapería.

En otras ocasiones, las noticias acaparaban las portadas de los rotativos. Es el caso de la presentación de unas fabulosas máscaras antigás para palomas mensajeras que, al parecer, había ideado un francés para proteger a las aves «cuando lleven sus mensajes». Entretanto, ‘La Verdad’ llegó a insertar en sus páginas vales para el sorteo de una cabra entre los lectores.

Noticia también sería el extraño parto de una coneja que «alumbró tres gazapos sin orejas y otros tres con una solo», tal y como publicó el mismo diario en 1971. Menos mal que también había parido «otros cuatro normales». Por abundar en galeradas se añadió que los pobres conejitos «no oyen en absoluto». ¿Qué cómo lo supieron? Porque los curiosos podían admirarlos «por mucho ruido que hagan y sin espantarlos». La nota incluye un final apoteósico al resaltar, por si acaso alguien se lo preguntaba, que «hasta ahora, los partos de la coneja en cuestión fueron normales y abundantes».

Unos años más tarde, los diarios se centraron en otras cuestiones de similar trascendencia, alguna de ellas bajo titulares tan sorprendentes como el que rezaba: «Los cuernos españoles se venden muy baratos». Tanto, que España había importado en 1980 unos 39.000 kilos, por los que se pagaron más de 8 millones de las antiguas pesetas. Entretanto, se exportaron 1.000 kilos por valor de 637.000 pesetas. El redactor no aclara, en cambio, para qué demonios compraba nadie cuernos.

No menos célebre fue un producto cuyo nombre llegó a convertirse en sinónimo de insecticida. Se trataba del Flit. El anuncio en prensa mostraba una mosca del tamaño de un trolebús luchando contra un pobre hombre mientras su esposa e hijos, asustados, aguardaban en una esquina. «No deje la salud de su familia expuesta, ni por un minuto más, a los estragos de los portadores de enfermedades», rezaba un texto que añadía: «Todo producto que se venda a granel no es Flit». Con el tiempo, curiosamente, ese nombre recibirían los graneles.

La misma eficacia exterminadora demostró una dulce ancianita que, en 1952, reveló su última voluntad antes de fallecer: Que mataran a 130 gatos. ‘La Verdad’ recogió la historia de Eleanor Rotheell, quien en su lecho de agonía pidió que alguien exterminara «a 130 gatos a los que había dado asilo, porque nadie iba a cuidarse de ellos después de su muerte». El encargado de cumplir el encargo fue, ni más ni menos, que un inspector de la Sociedad Protectora de Animales, el mismo que disparó contra los gatitos. La crónica remarcaba cómo varias «personas anónimas le expresan [al gaticida] sus deseos de vengar la muerte de los compañeros del gato Félix».

Llegada de la década de los años setenta hicieron furor en la ciudad las ventas de animales exóticos, entre los que destacaron pequeños caimanes. Costaban entonces 3.000 pesetas y apenas medían 25 centímetros, aunque los diarios recordaban que podían crecer hasta alcanzar los 3 metros «y se alimentan de pececillos vivos».

Menos peligrosa era, por otro lado, la mascota de Enrique Semitiel, un ciezano que en 1971 posó ante las cámaras con tan curioso animal. Era una gran carpa que pesaba 19 quilos, algo natural si tenemos en cuenta que se alimentaba «con biberones y otras golosinas». Lo que realmente sorprendía es que Enrique sacara a la carpa de su balsa de riego y, durante decenas de minutos, la paseara por el pueblo para enseñársela a sus amigos. «Está tranquila fuera del agua y hasta parece que comprende la voz de su amo», noticiaba ‘La Verdad’. Sería por las golosinas y los biberones.

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