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Las olvidadas ‘señoritas concejalas’

Esta amada Murcia, ustedes me disculpen, ostenta el poco honroso título de catedrática en Desmemoria Aplicada. En esta ocasión, aplicada a aquellas mujeres que se pusieron la huerta por montera y dieron, por así escribirlo, sopas de modernidad con onda y ovarios a cuantos intentaban relegarlas a los fogones. Y en esa lista figuran dos maestras olvidadas que, este año, cuando se cumplen nueve décadas de su elección, ‘La Verdad’ recupera como homenaje justo: Petra García Reillo y Natalia Ballester Compañ.

Vamos por partes. Bajo la Dictadura de Primo de Rivera, en 1924, se aprobó el Estatuto Municipal, que regulaba los ayuntamientos y cuyo supuesto objetivo era renovar la vida política municipal.

El Estatuto, inspirado por el jurisconsulto José Calvo Sotelo, concedía por vez primera el derecho de sufragio activo y pasivo femenino, aunque limitado. De esta forma, podían ser electos aquellos que figuraran en el censo, supieran leer y escribir -excepto en municipios de menos de 1.000 habitantes- y tuvieran 25 años. «Son elegibles -añadía la norma- las mujeres cabeza de familia».

Pese al Estatuto, los gobernadores civiles, bajo el mando del Directorio y de su único partido, Unión Patriótica, siguieron nombrando a dedo a las corporaciones. Vamos, como hoy. Pero en ellas dieron entrada a las mujeres. Desde aquel año, jamás la prensa local alabó, ni siquiera mencionó, a Petra y Natalia.

Petra tomó posesión de su cargo el 12 de marzo de 1925, bajo el mandato del alcalde Fernando Delmás Giner, quien estrenaría una fórmula para dirigirse a la Corporación: «Señoras y señores concejales». Durante la sesión, el primer edil, según consta en el acta capitular, saludó «a la prensa y a la ilustre dama que como concejala va a colaborar en la administración municipal, dando pruebas de ciudadanía y civismo». Se refería a Petra. Al acto, curiosamente, no asistió Natalia, cuyo nombre aparece por vez primera en el acta del 12 de junio.

La elección de aquellas pioneras de la política local se hizo, como en otras capitales, teniendo en cuenta su posición social. Ambas eran maestras. Y ambas se integraron en la comisión municipal de Instrucción Pública. En 1925, Natalia pasó a formar parte de la comisión de Cultura Pública.

La primera moción

Natalia Ballester Compañ (Company según otros documentos) era valenciana de nacimiento. Allí falleció su padre, Carmelo Ballester, en 1923, como informó la prensa local. La revista ‘La Educación’ publicó el 10 de enero de 1912 su designación como «maestra en propiedad de la Escuela Nacional de Niñas de Simat de Valldigna (Valencia), con el sueldo anual de 1.100 pesetas». Dejaba entonces vacante otra plaza en Paterna, donde enseñaba desde mediados del año 1904.

El diario ‘La Verdad’ publicaría, ya en 1921, una visita de Ballester, «ilustrada inspectora de escuelas de esta provincia», a los colegios de Yecla y Jumilla. El mismo año colaboró con 10 pesetas a la suscripción para levantar un monumento al Sagrado Corazón en Monteagudo. De igual forma, contribuyó a la coronación de la Fuensanta, en 1923, y fue miembro de la organización de la Fiesta Regional. En 1923, ‘La Verdad’ anunció que dirigía la «nueva Escuela Graduada del Barrio Peral», en Cartagena. Mientras, formó parte de diversos concursos y oposiciones para la enseñanza.

Apenas un mes después de su nombramiento, incluso cuando no había acudido a ningún Pleno, Natalia inscribió su nombre en la historia nazarena de la ciudad. Porque el día 11 de abril de 1925, Viernes Santo, se convirtió en la primera concejal que presidía la espléndida procesión de los Salzillos.

La renovación del consistorio murciano en 1928 no afectó a Natalia, quien mantuvo su plaza, además, como teniente de alcalde suplente, según informó el diario ‘El Liberal’ de Murcia el 22 de junio. Petra ya no apareció en la lista de ediles.

¿Fue Natalia una marioneta en manos de los hombres? Vaya por delante que la mayoría de concejalas españolas de la época lo fueron. Pero no es el caso que nos ocupa y, de paso, maravilla. Prueba de ello es que ella firmó, quizá por vez primera en la historia, en octubre de 1928, una moción para que «se mejoren las escuelas de niñas y se construyan grupos escolares» en el centro de la ciudad. Curiosamente, la comisión de la que formaba parte había aprobado ya un nuevo centro en Zaraíche e impulsado otra en La Ñora.

El Pleno consistorial, con fecha 31 de agosto de 1929, aceptó la dimisión como concejal de Natalia. Según manifestó, fundaba su renuncia «en haber sido nombrada inspectora de primera enseñanza de la provincia de Valencia». Ese nombramiento fue publicado en el diario ‘La Vanguardia’ el 8 de mayo de 1930. En 1945 aún figuraba con el mismo cargo y, según el BOE, apellidada Compañ.

Activa censora

Las noticias sobre Petra, profesora de corte y confección de las Escuelas de Adultas, en un centro de la calle Vitorio, se reducían, hasta su llegada al Consistorio y por ser miembro de una familia acomodada, a meros breves sobre sus vacaciones en Santiago de la Ribera o algunos viajes, siempre acompañada por su madre, «Jacoba Reillo, viuda de García». En esos breves se describía a la joven como una «distinguida y culta profesora de Corte y Confección».

En 1923, Petra fue nombrada censora, «por la moralidad pública», como informó ‘La Verdad’ y encargada de sancionar los contenidos de las publicaciones, diarios y teatros. En 1925, cuando recibió a la Fuensanta en Murcia en septiembre, lució «por vez primera la banda de concejal, regalo de sus compañeros de Concejo». Y poco más. El gobernador anunció, el día 17 de febrero de 1926 y en el diario ‘Levante Agrario’, la dimisión de la concejal.

Petra pasó al olvido. El Boletín Oficial del Estado, con fecha 28 de diciembre de 1941, la rehabilitó en su puesto de maestra. Un año antes protagonizó un expediente donde pedía que le fuera devuelta su casa, ubicada en la calle Alejandro Séiquer y que fue ocupada durante la Guerra Civil por un sujeto cuyo nombre omitimos por dar toda la gloria a esta mujer que, como Natalia, deberían ser recordadas por los murcianos. Aunque fuera, que mucho lo dudo, con sendas calles.

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