Antaño, el derribo de un edificio histórico pasaba, como sus muros, sin pena ni gloria a las crónicas de la ciudad. Nadie era responsable. A nadie se le pedían cuentas. Ni al Ayuntamiento de la ciudad, a menudo culpable. Por otro lado, los motivos de atentar contra el patrimonio eran los mismos que hoy en día: especulación, especulación y especulación. Con su dosis de incultura y politiqueo.
Todo, en fin, parece seguir igual. Y como muestra, aunque hay cien mil ejemplos para elegir, nos quedaremos con el botón del denominado Sequero, en la pedanía de Sangonera la Verde.
Pasen, lean e indígnense.
Es el último en su género que aún se mantiene en pie y los expertos lo consideran «el más claro ejemplo de las instalaciones agrícolas e industriales de su época, cuyo valor arquitectónico y documental destaca como uno de los escasos modelos exitosos» en la industrias agroalimentarias de principios del siglo XX en la Región, «lo cual le confiere mayor singularidad». Casi nada.
Así describen los expertos de la Concejalía de Urbanismo el histórico secadero de la finca Torre Guil, conocido como ‘El Sequero’ y cuya demolición fue solicitada por unos (incultos) vecinos en 2016, como advirtieron entonces fuentes municipales, «porque en su interior se refugiaban unos perros y decían que eran peligrosos». De hecho, esta denuncia provocó que el Ayuntamiento visitara la zona y descubriera (es que no se enteran casi de nada) el gran valor del edificio.
El informe, que está fechado el 23 de junio de 2015, fue realizado por la Sección Técnica de Rehabilitación y Ruinas y la Sección de Arqueología, ambas pertenecientes al Servicio de Disciplina Urbanística. Y, desde luego, los funcionarios no fueron a Sangonera la Verde, donde se encuentra Torre Guil, a pasearse. El informe incluía una completa descripción de todos los edificios de la zona, su estado, así como una propuesta de protección para los inmuebles que aún no lo están en el entorno de la última casa-torre del campo de Murcia y estos días se desmorona.
Gracias a la insistencia que este cronista desplegó en reportajes en el diario La Verdad, la casa principal de la finca fue apuntalada y se colocó un nuevo tejado (de endeble chapa, pero al menos tejado) que protege la construcción. De momento, claro.
‘El Sequero’, en cambio, quedó tal cual. Tal cual de mal. Como el resto de edificaciones de la propiedad, presenta unas características constructivas similares, al margen de la función original para las que fueron levantadas. De esta forma, se utiliza el arco rebajado construido con ladrillos dispuestos alternativamente en soga y tizón.
El módulo de ladrillo empleado sugiere el empleo del patrón de vara castellana, en concreto el patrón academicista de Madrid, que estuvo en vigor hasta 1889. Estas características, concluyen los expertos, evidencian el mantenimiento de la fuerte influencia de la madrileña Real Academia de San Carlos en la arquitectura murciana neoclasicista, al menos, hasta el primer tercio del siglo XIX.
Desde Urbanismo concluyeron su informe indicando que «a pesar de un estado de conservación precario y deteriorado, debería existir una voluntad de recuperación y mantenimiento del mismo». Seis años después amenaza más ruina que nunca.
Hasta los negocios
El informe emitido, que fue incorporado a un futuro catálogo de edificios y espacios protegidos anunciado por el Ayuntamiento (que quedó en nada, claro), es tan preciso que incluso añade las referencias catastrales de cada una de las zonas que proponen para su protección. Y no solo eso.
Extienden la superficie ‘intocable’ a otros edificios que, hace ahora muchos años, fueron enajenados por la propiedad y convertidos en naves industriales hoy en funcionamiento. ¿Por qué? Porque también están catalogados por conservar intacta la antigua estructura de sus muros de piedra y, en algún caso, las enormes cerchas de madera originales que sujetaban los tejados a dos aguas.
Este sería el caso de una carpintería, citada por el informe, así como otras naves. Todas están ubicadas en un «suelo urbano especial» descrito en el Plan General de Ordenación Urbana como «adecuación del área de naves de Torre Guil como polígono mixto». Polígono que el redactor del plan no tuvo reparo en recalificar así a pesar de la enorme riqueza patrimonial que atesoraban aquellos terrenos.
De hecho, la ley establece una protección de Grado 2 para todo el complejo, incluidas las naves, lo que obliga a sus propietarios a informar a la administración pública de cualquier actuación que allí realicen. Algo que no se hizo, por ejemplo, cuando se arrasó hace unos años el patio porticado de la casa-torre, el último que quedaba en todo el Municipio de Murcia.
Y pronto, señores, no quedará piedra sobre piedra. De eso ya se encarga el Consistorio.