Fue acaso en la tediosa soledad de su sanatorio extremeño cuando tuvo un pensamiento fugaz: «¡Voy a pedir ayuda a Murcia!». Y aquella feliz idea le permitiría vivir en paz sus últimos años. Había tenido una existencia cuajada de éxitos en las tablas; pero cumplía aquella máxima que reza cómo la gloria es un olvido aplazado. Esta es la historia de la actriz Pilar Ortega Claramunt, nieta e hija de ilustres murcianos.
Pilar nació un 3 de abril de 1891 en Madrid. Por casualidad. Ella misma lo explicó en una entrevista concedida a la revista ‘Murcia Gráfica’ en 1917: «Mi padre sí era murciano y aquí vivió casi toda su vida hasta que, empleado en la Bolsa, tuvo que irse a Madrid».
Allí creció de niña, aunque fueron constantes los viajes a la tierra de sus ancestros, donde residía toda la familia. Con apenas doce años, allá por 1903, debutó en el madrileño Teatro Romea. Una década más tarde, junto a su cuñada, Amalia Galván Cordero, formó la pareja artística llamada Blanca Azucena y su botones. Y comenzaron a llenar teatros.
Pilar era una gran lectora, lo que resulta evidente cuando se leen las incontables cartas que remitía a los diarios, en gran medida para agradecer el cariño de su público. A la actriz le apasionaban las obras de Blasco Ibáñez «por lo colorista, de Benavente por su delicada filosofía y de los Quintero por su gracia andaluza», advertía en otra entrevista. A ellos se sumaba Víctor Hugo.
En el penal de Cartagena
La pareja Blanca Azucena y su botones también colaboraron en decenas de causas solidarias. Una de ellas las acercó al penal de Cartagena, donde realizaron una función para los presos. Tan agradecidos se mostraron los reclusos que le entregaron dos cajitas de plata. Desde entonces, Pilar y su cuñada volverían a visitarlos cada vez que recalaban en la ciudad portuaria. Su generosidad le valió multitud de premios y distinciones por toda España.
Entonces comenzó el declive. Las actuaciones escaseaban; los teatros eran cada vez más pequeños; los grandes contratos se esfumaron. Entretanto, Pilar rechazó a algunos pretendientes porque condicionaban su matrimonio a que la actriz abandonara el oficio. Esa brutal costumbre.
En 1966, cuando ya contaba 75 años, la actriz sufrió una caída en Badajoz, en cuyo hospital fue internada con el fémur destrozado. Medio año después aún seguía encamada. Sin dinero ni nadie que la cuidara, escribió una carta pidiendo ayuda al diario murciano ‘Línea’. En ella señalaba que «los ídolos caen para elevar otros ídolos. Y los años son crueles y, al final, ¡estas amarguras!».
Murcia se vuelca
El periodista Luis Esteve, siempre al quite de la actualidad, publicaría el 25 de agosto de aquel año la noticia y la carta de la actriz, incluyendo en su crónica un recorrido por la vida de aquella mujer «casi paisana por su padre y de excelente familia murciana».
Esteve recordaba que el abuelo de la actriz, el médico Francisco Ortega Ballester, había sido uno de los fundadores del Casino de Murcia; su tío Juan, beneficiado de la Catedral. También contaba Esteve que Pilar «abarrotó tarde y noche el Circo Villar y el Teatro Ortiz con su espectáculo Blanca Azucena y su botones».
El llamamiento del diario ‘Línea’ para ayudar a la anciana tuvo más éxito del esperado. Un gran número de periódicos españoles se hicieron eco de la noticia y Pilar recibió, como antaño, numerosos regalos y donativos. El primer murciano que se sumó a la suscripción popular fue el artista cartagenero José Casaú Abellán, quien donó 200 pesetas.
El entonces gran empresario del Teatro Circo, José Iniesta Eslava, se comprometió a enviarle 500 pesetas mensuales mientras estuviera hospitalizada. Y así lo hizo.
Más tarde, Pilar seguiría escribiendo cartas a Esteve donde le daba cuenta de los donativos recibidos, entre ellos del alcalde de Murcia, Amalio Fernández-Delgado. Además, se organizó una función solidaria que logró el objetivo.
El final en Cádiz
Blanca Azucena necesitaba reunir unas 6.000 pesetas, lo que costaba el viaje desde Extremadura hasta La Línea de la Concepción, en Cádiz. Allí quería instalarse junto a su inseparable cuñada Amalia. A finales del mes de septiembre ‘Línea’ ya había reunido la mitad. Pronto pudo realizar el viaje.
En La Línea, gracias a los donativos, compró un carrito para vender dulces y un quiosco para seguir, a sus 76 años, ganándose la vida. Ella misma lo contó en otra carta en agradecimiento a los murcianos y que también publicó ‘Línea’. Así acabaron sus días aquellas dos grandes actrices de varietés que durante medio siglo largo llenaron hasta la bandera los teatros de toda España.