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La malograda industria del vino de naranja

En la huerta de Murcia, además de beberlo al amparo de la húmeda morera, siempre se produjo vino. Durante la Edad Media incluso existieron grandes extensiones de vides que, en algún caso, superaban los cien mil metros cuadrados, como la emplazada cerca de Monteagudo a comienzos del siglo XIV. A este producto de la uva, cuya excesiva producción a veces obligaba a los venteros a tirarlo en las calles y al Concejo a prohibir la importación, un competidor le plantaría cara con el tiempo y con desigual fortuna en los paladares de los huertanos.

El vino de naranja fue un invento que se atribuyeron distintas generaciones de murcianos. Tradicionalmente se ha considerado una creación de los pobladores de las Antillas francesas. De ello dieron cuenta los diarios europeos y españoles, a modo de curiosidad, durante las primeras décadas del siglo XIX. Pero ya por aquellos años también se conocía en Murcia.

En 1844, Francisco María Alted se dirigió a la Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia para que valorara e impulsara el método empleado en la fabricación del novedoso producto. La respuesta de la Sociedad fue firmada por Ramón Baquero, -padre del célebre Andrés Baquero-, quien concluyó que la receta carecía «de la importancia, así científica como industrial que sería de desear». Además, insistía en que su trascendencia con relación «a la agricultura y el comercio de nuestro País se deja conocer muy luego que es insignificante». Portazo al emprendedor.

Un cuchillo sin óxido

Alted no cejaría en su empeño ni lo arredró el elegante capotazo que le brindaron desde la Sociedad. Prueba de ello es que 11 años más tarde, en 1858, lograba insertar en la portada del diario La Paz de Murcia, un artículo sobre la fabricación de la afamada bebida e incluyó una minuciosa descripción de cómo elaborarla. El autor señalaba el mes de abril como el más indicado para la recolección de los frutos, que deben «partirse por la mitad y al través con cuchillo que no sea de hierro para evitar la oxidación de este mineral».

Tras exprimir a conciencia el zumo, se cocían las cáscaras y la pulpa restante. «Este cocimiento -continuaba el rotativo-, para estar en buen estado de perfección ha de tener color azafranado y el sabor bastante amargoso». Una vez mezclado el caldo y el jugo exprimido había que añadirle agua y azúcar, hasta conseguir una especie de jarabe «que se clarificará con cola de pescado o clara de huevo».

El mosto resultante se dejaba fermentar 7 semanas en vasijas de madera. En este intervalo de tiempo, cuando dejara de crecer, se sellaban los recipientes. Transcurridos 60 días desde el inicio del proceso era necesario añadirle esencia de azahar, bien en un puñado o macerado antes en aguardiente.

Un redactor de La Paz comprobaría días más tarde que el producto descrito por Alted merecía ser considerado «en la clase de los vinos más especiales de copa». Además, también tuvo ocasión de probar el vinagre elaborado a partir de la misma materia prima, que resultó «del color del ámbar, y tan transparente como el mismo cristal».

Curar los barriles

Los expertos recomendaban curar antes los barriles con un cocimiento de cáscaras de naranja, al menos durante 48 horas, para transmitirle a la madera sus aromas. Una década más tarde, el diario publicó otra receta, en esencia similar a la anterior. Este nuevo artículo señalaba el vino de naranja como una solución para los excedentes que las abundantes cosechas producían cada temporada.

Por aquellos años, entretanto, se extendió un curioso remedio contra la mosca del naranjo que consistía en colocar sobre los árboles recipientes con zumo de naranja, pues se comprobó que el insecto se abalanzaba en su interior y moría.

En las siguientes tres décadas, hasta el año 1910, los diarios murcianos reproducirían, curiosamente, la misma noticia sobre una publicación americana que ensalzaba las virtudes del vino de naranja. Periódicamente, los rotativos volvían a insertar la misma información, palabra por palabra, como si de un hecho novedoso se tratara. Y, a renglón seguido, insistían en recomendar su fabricación en Murcia. «Como esta vega es buena productora del dorado fruto, nos parece muy oportuno que se hicieran ensayos por si se pudiera desarrollar esta nueva riqueza», destacaba Las Provincias de Levante.

La producción en Murcia de esta bebida nunca terminó de cuajar. Existen noticias de que el farmacéutico Merchero, en Cartagena, logró perfeccionar la receta, consiguiendo un espléndido producto que también despachaba como medicina. En la capital de la Región existió una pequeña factoría propiedad del industrial José García Martínez. En 1924, la publicación Estudios Médicos, que dependía de la Real Academia de Medicina, constató la explotación de este sector, «si bien parece haber decaído el entusiasmo que en los primeros momentos provocó».

El vino de naranja, al menos de forma artesanal, adquirió cierta popularidad. En 1932, la Casa Regional Murciana de Madrid acogió una conferencia sobre las aplicaciones industriales de la naranja, entre las que también destacaba el vinagre, «que supera con mucho al de la uva porque contiene 129 por mil de acidez, frente a un 93 por mil del vínico», explicó entonces el conferenciante y agrarista Francisco Muñoz Palao.

La producción de este vino, casi tan escasa como su aceptación, dio al traste con una industria que no llegó a prosperar y a la que, curiosamente, nunca le hubiera faltado materia prima barata y de calidad.

 

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