Tomás Huertas, en aquel fatídico 8 de diciembre de 1893, le supo el café demasiado amargo. Y eso que le había añadido un buen chorro de Ron Negrita. A su mujer, Josefa Gómez, no le extrañó tanto. Había mezclado con el ron una buena dosis de estricnina, un polvo cristalino blanco, inodoro, amargo y tan venenoso que en apenas 60 minutos acaba con una persona entre terribles espasmos. A Tomás le sobró media hora larga. Se desplomó en cuanto salió de la casa de huéspedes ‘La Perla Murciana’, de la que era propietario, en dirección al TeatroRomea. Agonizaba en plena calle. Apenas tuvieron tiempo de acercarlo a su casa, donde falleció. Pero la tragedia era doble. Porque la criada de la familia, una joven de 13 años llamada Francisca Griéguez, también fallecía entre convulsiones. Luego se supo quela desventurada había apurado el café de su señor. El forense descubrió la causas de ambas muertes en diez minutos: envenenamiento. Y Josefa Gómez, de 3o años, con dos hijos y natural de Jorquera (Albacete) fue detenida tras el primer interrogatorio. Junto a ella, Vicente del Castillo, 36 años, un apuesto funcionario de Instrucción Pública, también casado y huésped de la pensión. Los periodistas murcianos pronto denominaron el caso como el crimen de la Perla. La pensión estaba ubicada en el número 7 de la calle San Antonio, hoy Sanchez Madrigal. El juicio comenzó el 21 de noviembre de 1895 en la Audiencia Provincial, entonces instalada en el Palacio del Almudí. Josefa aseguró ante el juez que Castillo le había entregado la estricnina «porque decía que era buena para calmarle a Tomás los celos y el gusto por el juego». Y se los calmó del todo. Pero ella creía que se trataba de un bebedizo que Vicente había comprado a una gitana, quien aseguraba saber preparar «el secreto para el aborrecimiento». Vicente, durante un careo posterior con Josefa, aseguró que mantenían un romance y que la mujer le robó el frasco de estricnina para matar a su marido. Ella lo negó todo durante los tres años de calvario que la llevarían al patíbulo, aunque confesó que Vicente la acosaba. «Incluso cierto día me amenazó con una pistola», lamentaba la acusada. El incómodo huésped fue expulsado, aunque regresaba de vez en cuando «porque debía 17 duros». En una de esas ocasiones, le propuso darle a Tomás el bebedizo. Josefa confesó que introdujo una parte en la botella de ron «y otra me la quedé para enseñársela a una persona inteligente, por si aquello era alguna cosa mala». Además, alegó desconocer cómo se habían envenenado las víctimas. «En el sumario –le advirtió el fiscal– confesó que usted misma había echado el ron en el café de su marido». «Pues es mentira», respondió ella. «Mi mamá le dio café» La declaración de Vicente del Castillo fue explosiva. Aseguró ante el juez que había mantenido relaciones sexuales con Josefa, quien lo animaba a marcharse juntos a Madrid, pero «yo solo quería ganar dinero para traer a mi mujer y a mis hijos a Murcia. En cuanto lo tuve, los hice venir».Además, denunció que Josefa tenía tratos con gitanas, que venían a la pensión «a decirle la buenaventura». Una de ellas, siempre según la versión de Castillo, le aseguró a la mujer que le daría unos polvos infalibles para matar a su marido. Bastaba con colocarlos «por espacio de nueve días» en un «plato de comida debajo de la cama». Otros testigos, como el cocinero de ‘La Perla’,Salvador Salas, o JuanCortés, mozo de cocina, declararon que fue Josefa quien preparó el fatídico café. Tremenda fue la declaración de otra testigo denominada en el sumario ‘La Concha’, criada de la pensión y quien aseguró que vio a Josefa preparar el café. «¿Es cierto que ella instó a su marido para que tomara el café», le pregunto el fiscal. «Sí, señor», reveló ella. LuisOrts, el jefe de Castillo, dijo conocer las relación que mantenía con la mujer, e incluso intentó convencerlo del perjuicio que podría causarle. Ni lo imaginaba. El peor testimonio en aquel juicio fue el de la niña Fuensanta Huertas, hija de Josefa, quien se derrumbó al ver a su pequeña subir al estrado. «¿Quién hizo el café?», le pregunto el fiscal. «Mi mamá, mientras se comía una cabeza de cabrito», balbuceó la niña. «¿Vistes tu quién le echó ron?», prosiguió el fiscal. «No señor», concluyó la niña. Mucha picaresca Tanta tensión no evitó que la propia Josefa Gómez advirtiera al redactor de ‘La Correspondencia’ que «es una toquilla lo que llevó en la cabeza y no una mantilla, como habéis escrito, pues soy muy amiga de la verdad». Y mientras el peridoistas se recuperaba de la impresión, añadió que iba de luto al juicio pues «así está mi corazón desde que murió mi esposo». Tras la segunda sesión, todos los diarios no dudaron de la culpabilidad de Josefa. Y así lo proclamaron en sus páginas. El relato, preciso y clarificador del fiscal, es para enmarcarlo. Así, acusada de parricidio y asesinato, Josefa fue condenada a morir a garrote vil. Y Vicente, como cómplice, a cadena perpetua . Y bastó que la ciudad conociera la sentencia para que, como si todo lo olvidaran, defendieran a Josefa con uñas y dientes. Durante meses, las autoridades murcianas suplicaron el indulto al gobierno de Cánovas del Castillo. Y hasta dirigieron telegramas al Papa. Todo fue en vano. El 23 de octubre el Tribunal Supremo confirmaba la sentencia. Fue necesario trasladar 40 soldados desde Cartagena para mantener el orden. Cinco días más tarde, desde Valencia, llegó el verdugo. En la estación del Carmen no hubo mozo que le ayudara con su equipaje ni cochero que lo recogiera. Tanto miedo sintió el pobre hombre, que se llamaba Pascual y tuvo que ser escoltado por 5 guardias civiles, que incluso redactó un telegrama dirigido al Consejo de Ministros. También suplicaba el perdón para Josefa. Mientras, el Ayuntamiento se constituía en sesión permanente a la espera del perdón y el párroco de San Antolín, Pedro González Adalid, coordinaba a las parroquias para atender a la reo. La respuesta de Cánovas delCastillo fue tajante: «La horrible frecuencia con que se cometen crímenes como el de Josefa Gómez impiden al Gobierno aconsejar su indulto. Se cumplirá por tanto la Ley».]]>
Antonio Botías / Sobre el autor
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