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Las terribles madres que tomaron ‘La Glorieta’

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Eran, como escribiría Miguel Hernández, madres de dinamita. Y era, como la prensa lo describió, el “acto más simpático y humanitario de todos”. Pero la inocente entrega de juguetes a los niños pobres se convirtió en el infierno particular del alcalde conservador Juan Rubio González. Al político, endemoniado por la oposición, por sus colegas y por la ciudadanía en pleno, le costó la dimisión.

A finales del mes de mayo de 1903, el alcalde decidió impulsar los preparativos de la Feria de Septiembre y convocó a la prensa, al Círculo de Bellas Artes y a representantes del comercio, la cultura y la industria. La idea era adelantar los proyectos pues en agosto se encontraban “ausentes una buena parte de los vecinos de Murcia”.

Entre las ideas figuraban una exposición agrícola, un concurso de ganado y la convocatoria de “unos solemnes Juegos Florales”. El alcalde apuntó que urgía convertir en una gran fiesta el reparto de juguetes a los niños pobres, para quienes sugirió regalar “un traje y una merienda”.

El 6 de septiembre, el diario ‘El Liberal’ adelantó que el reparto se haría “por medio de sorteo”. Las papeletas serían numeradas y una comisión de “distinguidas señoritas será la encargada”. Aquellas ilustres murcianas pertenecían a la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

Los interesados debían inscribirse en el Negociado de festejos municipales o en la secretaría de la Económica, haciendo constar el nombre de sus padres y domicilios. Así se publicó en otro anuncio oficial donde se limitaba la participación a aquellos niños que “pueden ya andar solos y no necesitan del cuidado de su madre”.

Madres enfurecidas

La organización del acto parecía controlada. Solo lo parecía. Hasta 9.000 niños se inscribieron, superando antes la burocracia y los “innumerables requisitos”, como denunció ‘El Liberal’. La avalancha de interesados obligó a publicar otro anuncio el día 9 para anunciar que se cerraba el plazo. Los admitidos retirarían su número y contraseña acreditativos a la mañana siguiente en la Casa de Socorro, de 8 a 12 horas.

La fiesta se convocó en el paseo de Floridablanca el día 10 de septiembre. Una multitud de murcianos se congregó en el lugar. Los más pequeños ansiaban recibir, tras dar cuenta de la merendola anunciada, su trompeta o caballo. No darían ni un bocado.

Las primeras protestas por parte de quienes no habían obtenido número obligaron al alcalde a ordenar la suspensión del acto. Eso, claro, sin contar que apenas había “mil y pico juguetes” para repartir.

El escándalo fue monumental. Una legión de madres enfurecidas, “sin poder contener su indignación”, se encaminaron en improvisada manifestación hacia La Glorieta. Cualquiera las detenía. Ni la Guardia Civil ni los agentes locales lograban contener “aquella avalancha que pretendía asaltar la Alcaldía”, publicó ‘El Liberal’.

A las madres también se sumaban otras que no habían logrado siquiera recibir su acreditación tras suspenderse la entrega. “Se pasaron la mañana en el Ayuntamiento esperando las papeletas que les correspondían”, escribió un redactor.

Al día siguiente arreció la polémica. El alcalde Rubio declaró nulas las papeletas que durante semanas habían regalado los párrocos del municipio. Y tampoco explicaba qué había pasado con la merienda anunciaba. Para el común de los vecinos, desde luego, la iniciativa era una auténtica merienda de negros. Hasta el célebre periodista Martínez Tornel invocaba a la Fuensanta, de visita en Murcia, para poner paz.

Los concejales, entretanto, retiraron su apoyo al primer edil mientras pagaban de su bolsillo las interminables peticiones. Y ‘El Liberal’, encantado de azuzar las críticas, enviaba un mensaje a Rubio: “Veremos lo que hace ante el conflicto que el solo se ha creado”. Lo que hizo, de entrada, fue ordenar a los guardias que confiscaran a pie de calle una de las ediciones del rotativo.

‘El Liberal’, ya de por sí enfrentado a los conservadores, se tornó implacable: “Después de lo de los juguetes es natural que el alcalde se sienta Herodes de andar por casa y la emprenda arbitrariamente con los vendedores”. Vendedores que, por cierto, apenas eran unos chiquillos de  entre “5 a 11 años”.

“Sois una chusma”

Dos días después de las protestas en La Glorieta se celebró el pleno ordinario municipal. Los murcianos acudieron en masa al salón y, según ‘El Liberal’, “la atmósfera estaba tan caldeada que solo una intervención discretísima hubiera evitado a Murcia el triste espectáculo que se dio”. De los 20 concejales presentes solo 3 eran conservadores. El resto abandonó al alcalde a su suerte.

Uno de los ediles, Eugenio Brugarolas, antes de iniciarse el orden del día, exigió que se leyera una moción de última hora. Pero Rubio se negó mientras crecía el griterío en las pajareras. E hizo lo impensable: Rompió la moción y arrojó los papeles al suelo mientras ordenaba el desalojo de la sala. “Eso es una chusma –gritó mirando al público-. Y si eso es el pueblo de Murcia, yo me voy a vivir a Marruecos”.

Allí tuvo el alcalde para todos. Incluso increpó a sus propios ediles con frases que ‘El Liberal’ ni se atrevió a reproducir. Salvo una: “Me quedan más que cuatro días de alcalde, y en cuanto deje de serlo…”. El rotativo sí publicó la moción que enfureció a Rubio. En ella denunciaba Brugarolas “la serie no interrumpida de fracasos” durante la Feria e instaba al alcalde a asumir su responsabilidad.

Juan Rubio presentó su dimisión al día siguiente. Alegó que una enfermedad le obligaba a cambiar de aires. Nada más se sabría de él hasta su muerte en Madrid, en 1929. Rubio fue sustituido, a la espera del nuevo ayuntamiento que se formaría en enero de 1903, por el primer teniente de alcalde, el concejal Francisco Illán Sánchez. Coincidió la renuncia del primer edil con una terrible tormenta de granizo “del tamaño de avellanas y alguno más grueso”. Lo único que le faltaba a aquella desastrosa Feria de Septiembre.

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