Hubo un tiempo no tan lejano en que los murcianos que querían disfrutar de su Feria septembrina tenían que alcanzar las atracciones pasando por debajo del Puente Nuevo. Porque fue aquel lugar, casi a ras de agua, el que sirvió como Real durante muchas décadas. Hasta el año 1908, aquel terreno a la izquierda del Segura solo fue “un inmundo soto”, como lo definía un diario de la época. El alcalde de turno, Jerónimo Ruiz Hidalgo, se decidió a construir un gran jardín. Y aunque su legislatura solo se extendió entre 1907 y 1909, vio cumplido su sueño. De paso, incluso –a propuesta de un concejal- eligió el nombre del nuevo espacio verde: Parque Ruiz Hidalgo. Aunque ya nadie se acuerde, el auténtico promotor de la idea fue Ricardo Codorniú, quien desde hacía años había propuesto emplear aquellos terrenos como lugar donde celebrar la Fiesta del Árbol. “A varios alcaldes sometí la idea –escribiría el insigne murciano años después-, más nada pude lograr”. A finales del mes de febrero de 1908 el jardín ya era una realidad. El diario El Liberal anunció el día de la inauguración que “se quiere que sea otro paseo de Murcia el gran anchurón que queda en la margen izquierda del río, desde el Puente Viejo hasta cerca de la Barca”. Un curioso cartel advertía a los visitantes de que, “puesto que este parque es de los murcianos, a nadie más que a ellos conviene su conservación”. De hecho, en aquella explanada se plantaron diversos árboles donados por una treintena de patrocinadores, así como macizos de flores. Cada concejal aportó 5 pesetas para impulsar las obras. El alcalde Ruiz Hidalgo, tras su mandato en La Glorieta, se convirtió en el recordado empresario que acercó la luz eléctrica a numerosos municipios murcianos. El único recuerdo que quedaría de él en la ciudad sería el nombre de su parque. Polémica por el cambio La Feria de Murcia se celebró en la Glorieta, frente al Consistorio, hasta el año 1929, cuando se acometieron diversas obras de acondicionamiento en el lugar y el alcalde decidió trasladar las rudimentarias atracciones y puestos de venta –junto a la legión de murcianos que los visitaba- al nuevo parque. También se arguyó la falta de espacio en el centro de la ciudad. La decisión fue adoptada y aprobada por unanimidad en el Pleno del Ayuntamiento de Murcia del día 18 de julio de aquel año. Pero la medida provocó cierto escándalo. Al parecer, unos años antes ya se había celebrado, a modo de experimento, la Feria en los sotos del río. Y la falta de iluminación convirtió la idea en un desastre. El alcalde intentó acallar las críticas con el anuncio en prensa de que el parque “quedará profusamente iluminado, con grandes arcos voltaicos y numerosas y potentes bombillas eléctricas”. El 31 de agosto, con gran pompa mediática, se efectuó la prueba de la nueva iluminación: Unas 5.000 bombillas encendían los sotos desde el Puente Nuevo, que también fue engalanado con luces para la ocasión y desde cuyos bajos se accedía al Real a través de dos arcos. Un gigante muñeco, el “guardia de la porra”, recibía a los visitantes. La altura del puente supondría más tarde, a partir de 1916, un problema para el desfile de la Batalla de Las Flores, cuyas carrozas solo podían descender al parque cruzando por debajo. Esto motivó que en 1919 se abriera el segundo acceso al otro lado del parque. Con el tiempo se habilitó una entrada desde la actual pasarela del gran alcalde Caballero. El traslado de la Feria en 1929 resultó al final un acierto, en gran medida por el espectacular despliegue de luz. Al tiempo, los diarios alabarían la nueva ubicación al señalar que los murcianos la acogieron “con simpatía y con elogio para nuestro alcalde”, el marqués de Ordoño. Tendrían que pasar 47 años antes de que el Real volviera a cambiar de sitio. Cierran el jardín Sucedió en 1955. En la mañana del 6 de junio el parque se clausuró. Un enorme cartel de la Confederación Hidrográfica del Segura anunciaba el motivo: “Obras de encauzamiento del Río Segura”. El estado del cauce era lamentable. Estaba cegado por sucesivas sedimentaciones y estrechado por la acumulación de escombros al ser utilizados sus márgenes como improvisado vertedero. El peligro de inundaciones era evidente, así que fue indispensable sacrificar el parque para proteger la ciudad. Las obras también eliminaron la célebre Isla de las Ratas y el azud y el Molino del Marqués y transformaron para siempre una de las estampas más típicas de la ciudad. Todo el arbolado del parque fue catalogado y se propuso reubicarlo a la altura de la avenida Teniente Flomesta. A lo largo del nuevo muro se extendieron siete escaleras para acceder al cauce. Al año siguiente, la Feria se instaló en el Jardín Botánico, frente al Mercado de Verónicas, con similares alabanzas de la prensa. Para entonces, el célebre parque de Ruiz Hidalgo ya era un recuerdo que trituraban las excavadoras en improvisado, ruidoso y último desfile de la Batalla de las Flores. ]]>
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