Fueron en su tiempo tan populares como el célebre León del Malecón. Pero no corrieron igual suerte. Con su pronta desaparición, la ciudad perdió para siempre dos de sus símbolos y un espléndido reclamo para el turismo. Porque, a juzgar por las crónicas de la época, los dos arcángeles que custodiaban el paso sobre el Puente Viejo, con su factura barroca y la elegancia de los templetes que los acogían, eran dignos de haber sido conservados. Hoy, en cambio, apenas podemos hacernos una idea de su belleza admirando las esculturas que adornan la fachada de la Catedral, donde el autor de aquellos custodios también cinceló alguna obra.
El escritor dieciochesco Jerónimo de Vílches, en su obra Triunfo Evangélico, al comparar la supuesta devoción de los murcianos y la probada de los cordobeses por el arcángel Rafael, recordaba que en el «puente maravilloso» sobre el Segura «se ven colocadas en dos nichos, uno frente otro, de gallarda arquitectura, dos primorosas estatuas, una de San Miguel Arcángel y otra del Arcángel San Rafael».
Lo sorprendente de la obra de Vílches es que mantiene que, en la peana de San Rafael, podía leerse la siguiente inscripción: «Murcia, te Raphael, sibi poscit habere Patronum; Gaudet ut auspiciis Corduba magna tuis». Esto es, más o menos, que los murcianos imploraban al arcángel que mostrara su patrocinio con Murcia igual que derramaba sus beneficios como patrono sobre la ciudad de Córdoba.
Vílchez también anotó su fuente. Se trataba de Manuel Serrano, un prebendado cordobés que había visitado Murcia en 1764. Fuentes y Ponte, en una de sus últimas cartas, aclaró a Vílchez que la escultura de San Miguel correspondía, en realidad, a un ángel custodio. Quizá no iba descaminado. El primer proyecto para coronar el puente con esculturas se remonta a comienzos del siglo XVIII, cuando una riada arruinó el anterior paso en 1701. En aquella ocasión ya se propuso colocar dos ángeles de la guardia en ese emplazamiento.
Fuentes y Ponte insistirá en que la disposición defensiva -con espada y escudo- en que se talló el ángel provocó la confusión entre el pueblo, que pronto lo identificó con San Miguel. Queda fuera de toda duda que existieron debajo de las piezas sendas lápidas que atribuían la gloria de la obra a Jaime Bort y que, una vez desmontadas, se conservaron «en el Museo de Murcia». Aunque otras fuentes las ubican en lugar menos privilegiado.
El académico de San Fernando, José Crisanto López-Jiménez, recordaba en 1964 que la estatua de San Rafael, abogado de los caminantes, con bordón y conchas de peregrino, tenía su templete frente a otro dedicado a San Miguel sobre el Puente Viejo. El académico atribuía con acierto la factura de ambas piezas al escultor Joaquín Laguna y las databa en 1742. No obstante, Concepción de la Peña, en su obra El Puente Viejo de Murcia, refiere que Laguna no concluyó las piezas hasta 1753.
Polémica por el precio
En esta espléndida obra, De la Peña aporta numerosos datos sobre la biografía del escultor, quien se incorporó al taller del imafronte de la Catedral bajo la dirección de Jaime Bort. La colocación de las obras no estuvo exenta de polémica. Al parecer, otro autor había pedido a la ciudad que le pagará algo más de los 3.600 reales de vellón pactados por dos esculturas que representaban a Fernando VI y Bárbara de Braganza. Entonces, Laguna exigió al Consistorio que «se sirviese remunerar por lo que justamente correspondía», ya que «son de igual trabajo, costo y ocupación que el que puedan haber tenido las de dichos Santos Reyes».
El dictamen del Consistorio sobre la cuestión fue firmado por el genial Francisco Salzillo, quien estableció un precio de 4.200 reales por los reyes y 3.000 por los arcángeles. Las esculturas de los reyes aún pueden admirarse en el Museo de Bellas Artes.
Fuentes y Ponte, en su librito ‘Obras Públicas en Murcia. Siglo XVIII’, editado por la imprenta del diario en 1882, yerra al atribuir la paternidad de los arcángeles – o la del ángel y el arcángel- a Salzillo. «Se colocaron en unas enriquecidas hornacinas o triunfos -escribirá el erudito- correspondientes al orden corintio, dos estatuas, los Ángeles Custodios, que se supone fueran obra del famoso escultor».
Pese al error, Fuentes y Ponte aclara al menos que ambas esculturas, ya muy deterioradas, «amenazaban con caer hacia la vía pública» y fueron retiradas en virtud del informe de un arquitecto municipal «hace más de 40 años». Ese arquitecto pudo ser Francisco Bolarín, también autor del pedestal que sostiene al Conde de Floridablanca en El Carmen.