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El ferrocarril acercó la muerte a Murcia

tren ferrocarril www.antoniobotias.com www.antoniobotias.com[/caption] Ya tenemos sufrido y demostrado que esta bella Murcia, por lo servicial y servil, acostumbra a aguantarlo todo. Pero siempre llega un punto en que, como exclamaría cualquier huertano, “se le va el traque”. El traque, por cierto y como precisa la Real Academia, es la mecha de pólvora que une los cohetes de un castillo. O una ventosidad con ruido.  La llegada del ferrocarril a la región en 1865 también apestó a muchos. Y a otros tantos les costó la vida, enfermos por las aguas estancadas que causaron las obras. Por eso, aunque sea en su memoria, recordemos que hace 150 años justos se creó en el municipio la primera plataforma de afectados por el entonces nuevo transporte. Curioso aniversario si tenemos en cuenta que estos días se vuelve a luchar, ya no por enterrar aguas putrefactas, sino esa cicatriz férrea y vergonzante que divide el municipio. Tápense las narices que entramos al tema. El ferrocarril comenzó a rodar en la Región entre 1863, cuando se inauguró el tramo Murcia-Cartagena, y concluyó con la apertura de la línea hasta Albacete en 1865. En ese tiempo fue necesario excavar incontables zanjas y estrangular diversos azarbes, canales destinados en la huerta a recoger el agua sobrante de los riegos. La empresa concesionaria de las obras obvió que en Murcia, llegado el verano, las aguas estancadas producían desde hacía siglos temibles calenturas. La tragedia estaba servida. Una de las primeras publicaciones que denunció el problema fue el diario ‘El Segura’. En enero de 1863 alertó de que esos estancamientos eran “una amenaza hoy y de seguro una calamidad mañana para nuestra huerta y poblaciones”. El rotativo argumentaba que las “calenturas malignas”, aún antes de las lagunas excavadas, eran una constante en el estío murciano. Además, publicaba que existía un plazo para limpiar esos improvisados fosos, vencimiento que expiró sin que nadie actuara. Un concejal comprometido Fue el hoy olvidado Juan López Somalo otro de los primeros que también dio la voz de alarma en 1863. Somalo, quien sería elegido alcalde en 1865, fue catedrático de Economía, vicerrector de la Universidad Libre de Murcia, decano de Derecho, diputado y gobernador civil en 5 provincias, entre otras mil ocupaciones. Desoídas sus advertencias, cuando se quiso reaccionar ya se habían producido las primeras muertes. Un año más tarde la situación era insostenible. El semanario satírico ‘El Sacamuelas’ daba de lado su vena irónica para revelar que la epidemia de calenturas “sume a cientos de familias en la orfandad y miseria más espantosa”. El Gobernador logró entonces que Madrid decretara cegar las zanjas y concediera 55.000 reales para las víctimas. Pero pronto se detuvieron los trabajos. ¿Y qué pasó con las ayudas? Pues lo de siempre. El 2 de septiembre de 1864 se libró la cantidad a favor del Gobierno de la provincia. El dinero debía distribuirse antes del 31 de diciembre, día de cierre del ejercicio. Y no se hizo. Así que se perdió. “Cuando lo que es tan fácil no se hace, ¿qué sucederá con lo difícil?”, profetizaba al año siguiente ‘La Paz’. Una vez elegido Somalo alcalde en 1865, la primera moción que elevó al Pleno municipal fue, precisamente, sobre las zanjas. Se debatió el 13 de enero. Y acabó donde acostumbran a archivarse muchas mociones: en la papelera. De hecho, ‘La Paz’ advertía de que “la empresa se hará la sorda y no cumplirá y es de temer que no se la obligue tampoco”. Así debió suceder si tenemos en cuenta que, solo un mes más tarde, cientos de familias se hartaron de esa palabrería que, como si de una avispa rabiosa en agosto se tratara, pica irremisiblemente a algunos políticos en cuanto comprueban lo cómodo de sus sillones. El pueblo se moviliza Según ‘La Paz’, tres centenares de vecinos “de los partidos de San Benito, Beniaján, Torreagüera y otros” constituyeron una plataforma de afectados, aunque entonces no la llamaran así. Pero sí que enviaron la obligada carta al nuevo Gobernador. En su misiva suplicaban que “se dignase a apremiar a la empresa del ferrocarril de Albacete a Cartagena para que inmediatamente sean terraplenadas las zanjas que se hayan mandadas cegar por órdenes repetidas del Gobierno de S. M.”. La protesta surtió efecto. O lo pareció. Al instante fue convocado el ingeniero de la compañía, a quien se le ordenó que actuara sin dilación. De lo contrario, el Gobierno de Su Majestad, cuya voluntad la empresa se había pasado por debajo del andén principal, encargaría de oficio los trabajos. ‘La Paz’ denunciaba en mayo de 1865 “que se mueren los moradores de aquellos terrenos, que se han hecho reclamaciones, que se han dictado reales órdenes para el cegamiento de las zanjas, y a pesar de todo continúan…”. Y continuaron hasta que la línea se inauguró. Entonces se taparon las zanjas y la cuestión pasó al anonimato como la memoria de aquellos que, por la llegada del ferrocarril, criaron malvas para la eternidad. Y aquí paz, señores, y después gloria.]]>

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