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¿Qué tesoros sepulta la carretera de Aljucer?

FOTO1 (1) Acostumbraban las viejas huertanas a atesorar, allá en el fondo del arca y entre aromas de membrillos, la negra mortaja que algún día, quisiera Dios que lejano, lucirían camino del cementerio. Añadían a tan tétrica indumentaria una cinta, también oscura, indispensable para sujetar sus pies yermos. Y, de paso, aplacar las lenguas de las comadres que fueran a verla de cuerpo presente. Durante décadas y décadas, otra lengua de asfalto negro ha cubierto la llamada carretera de Aljucer, sepultando numerosas infraestructuras que algunos creyeron perdidas para siempre. Aunque, inefable como la muerte, siempre llega el momento. La apertura de una zanja para cableado eléctrico redescubrió hace unos días una de ellas: un puente del siglo XVIII. Pero, ¿quién y cuándo ordenó su construcción? Fue el Conde de Floridablanca, reinando Carlos III, quien impulsó la apertura de un nuevo camino que uniera la ciudad con el Puerto de la Cadena, que así se llamó pues en su entrada fue instalada una barrera, en las Casas del Portazgo. Allí debían pagar un peaje los viajeros antes de cruzar el puerto en un sentido u otro. El celo en la defensa de nuestro patrimonio histórico impulsó al erudito Javier Fuentes y Ponte, a quien por cierto Murcia aún debe una estatua prometida, a realizar la más precisa descripción que de la obra se conserva. En un artículo publicado en Madrid el 30 de octubre de 1881 en la ‘Revista de Obras Públicas’, el investigador aportaba datos sobre infraestructuras realizadas en Murcia durante el siglo XVIII. “Entre estos –explicaba el sumario de la revista- se encuentran algunos muy curiosos, y aún cuando otros no merezcan atención tan preferente puede decirse de ellos que completan la época”. Por esta razón, la mesa de redacción decidió que no “debía omitirse cosa alguna de los contenidos en el indicado artículo”. Plaza de la Media Luna Gran éxito tuvo esta aportación pues se editó al año siguiente bajo el título de ‘Documentaria importante sobre Obras Públicas en Murcia”. Fue impresa por ‘El Diario de Murcia’, además de incluirla, en forma de entregas, en las páginas del mismo periódico. No existe mejor relación de los puentes que nos ocupan, puesto que el autor los paseó mil veces. El Real Camino Nuevo comenzaba junto a la parroquial del Carmen, en su esquina bajo la torre, donde entonces crecían olmos negros, actual plaza de González Conde y, de toda la vida, plaza de la Media Luna. El trazado se calculó en línea recta hasta el puente de El Reguerón, en la pedanía de El Palmar. A pesar del paso de los siglos y del crecimiento de los núcleos de población, la vía mantiene su diseño original desde que el día 16 de marzo de 1784 se colocara en la torre del entonces convento del Carmen una banderola de alineación para trazar la primera parte del camino. Fuentes y Ponte calculaba la distancia de la calzada hasta El Palmar en una legua, que comprendía unos 5,5 kilómetros. No andaba descaminado. Porque el trayecto, medido a golpe de satélite, ronda los 5 kilómetros. El primero de los puentes que se concluyó era el llamado de El Carmen o Almoajar, por donde se accedía a un terreno plantado, a ambas orillas, de “naranjos, limoneros, y a su remate de cipreses”. Más allá se ubicó el denominado canapé, con bancos de piedra tallada “para descanso de los que quieran sentarse”. Otros olmos negros procuraban sombra a los caminantes. El canapé era un recinto de forma elíptica, también conocido como El Óvalo, hasta donde los murcianos acostumbraban a pasear por las tardes. Estaba ubicado 200 metros antes de Aljucer, como refieren las crónicas de la época. Esta obra fue destruida en 1862 cuando el trazado del ferrocarril obligó a desmontarla. Aunque sus restos se reconstruyeron en 1881. Aún perduraban entonces los históricos olmos negros, pero los limoneros y naranjos habían dado paso a dos filas de casas, según Fuentes y Ponte, “conociéndose con el nombre de Calle del Camino Nuevo el trozo comprendido entra la plaza de la Media Luna y El Óvalo”. Y diez ‘cantarillas’ Unos metros más allá se situaba el puente de Alfande. Alfande y Benicotó eran dos fases de la acequia Alquibla, como apuntó Pedro Olivares en su obra ‘Historia de la seda en Murcia’. Desde este lugar crecían moreras, que evitaban las molestias del sol, y se extendían a lo largo del camino por otros “cinco puentes grandes con sus antepechos de sillería”. También estos tenían nombre. El primero de ellos se le conocía como el del Junco. Al que seguía uno “grande del Lugar de Aljucer”, acaso el destruido la semana pasada. El siguiente era el de Alquibla, en honor de la acequia que abastecía todo el Heredamiento Mayor del Sur, incluido Aljucer, en contraposición con la Aljufía, que hacía lo propio en el Norte. El cuarto puente era el de Beniaján, vaya usted a saber porqué, y el quinto se conocía como el de Xarabia. Por si la obra se nos antojara insignificante, en todo este recorrido fue necesario levantar 10 cantarillas o pequeñas pasarelas de losa que permitían, tras la apertura de la nueva avenida, que se pudieran regar los bancales a uno y otro lado. Por último, ya en El Palmar, que con este nombre también se conoce la calzada, coronaba el asombroso camino el Puente del Reguerón, que entonces contaba con cinco ojos, amplia obra destinada a encauzar, mal que bien, las aguas del río Sangonera. Y todo este espléndido patrimonio, si es que acaso otras zanjas no lo destruyeron, permanece aún oculto bajo la histórica carretera de Aljucer.]]>

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