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¿Dónde está el belén de las Agustinas?

Fue en su época tan afamado como el de Salzillo. Y se guardaba con mucho más celo. Pero nada ni nadie impidió que se perdiera para siempre. ¿O no? El misterio sobre el célebre belén de las monjas Agustinas, aquel que ocupaba una habitación de 27 metros cuadrados, el que dicen que talló Nicolás Salzillo y completó su ilustre hijo, todavía no se ha esclarecido.

Rastrear el paradero de aquellas obras resulta, aunque interesante, muy complicado. La casualidad, en cambio, hizo que algunas de las piezas se conservaran. Recién estallada la Guerra Civil, las Agustinas, quienes temían por sus tesoros artísticos, le pidieron al escultor Antonio Carrión Valverde que los escondiera en su taller. Allí se levantó una doble pared donde permanecieron a buen recaudo.

Cuando acabó la contienda, en señal de gratitud, las religiosas regalaron una de las piezas de su belén al artista. Se trataba, como publicó años más tarde José María Gómez Toro en un artículo publicado en la revista Cangilón, de una anciana de estilo napolitano, toda realizada en barro, con pañuelo mantón, delantal y dos cestas en las manos. ¿Por qué no guardaron tras la pared todas las figuras del belén? ¿Acaso habían sido ya destrozadas o robadas?

Las incógnitas son interminables. ¿Era este belén de Salzillo o de su padre Nicolás? Quizá ya nunca lo sepamos con certeza. Elías Tormo, en una guía titulada Levante (1923) atribuye el belén, «en parte napolitano», a Francisco Salzillo. El Académico de San Fernando, José Crisanto López, señalaba en 1964 como autor a Salzillo padre. El académico recordaba en otro artículo publicado en Línea en 1970 que el belén se conservó «hasta poco antes del año 1936» y destacaba la escena de La Degollación de Inocentes, grupo que «no figura en los belenes de Nápoles».

José Sánchez Moreno, en su libro ‘Vida y obra de Francisco Salzillo’, dudaba de esta atribución, aunque añadía que, «seguramente serían de él algunas, pocas, pero no todas». Este autor, además, también cuestionaba que el genial escultor hubiera realizado a lo largo de su vida las 1.792 figuras que le atribuían, entre otros, Javier Fuentes y Ponte. «De aquel número -señalaba Sánchez Moreno- hay que rebajar no pocos centenares por la falsa adjudicación de las 500 y pico de figuras del Belén de las Agustinas de Murcia».

Las hemerotecas conservan otra descripción de este conjunto que publicó en 1916 el académico de la Academia de la Historia Manuel P.Villamil. El artículo se incluyó en un número de la revista Polytechnicum, subtitulada Gaceta Médica de Murcia y dedicada a la publicación mensual de ‘Ciencias, Artes, Cultura general y Medicina’.

Como el belén se encontraba en la clausura del convento, Villamil solicitó al obispo un permiso especial para que las religiosas se lo enseñaran. El académico escribió después que había, cuando menos, tres series distintas. Una, de imágenes de barro pintadas, de unos quince centímetros de altura «y de indiscutible procedencia napolitana». Otra, «de veinte o más centímetros, pintadas y que acusan un origen que llamaremos indígena». Y una tercera compuesta de figuras de madera policromada, también de supuesto origen local.

Entre las primeras existía un curioso grupo, al que las Agustinas llamaban ‘El baile de los gitanos’, y que estaba compuesto por diversos músicos, «tipos perfectos y originales de artistas calabreses, con su ancho chambergo, sus largos bigotes retorcidos y su traje pintoresco de holgados pliegues». Villamil se cuidada de atribuir el belén a Salzillo, aunque destacaba su importancia en el panorama artístico nacional «y puede indicar hasta el proceso técnico y desde luego histórico de la obra infantil del gran escultor murciano, vástago lozano y florido de una cepa napolitana».

Exposición pública

El académico proponía, por otro lado, que las piezas se expusieran al público, aunque fuera a través de la reja del locutorio, para disfrute de todos los murcianos, estableciendo alguna retribución económica que permitiera costear la restauración de las mismas, «desgraciadamente muy averiadas y peor curadas de sus repetidos accidentes y viejos achaques».

Casi como un augurio, Villamil advertía de que «mucho se ha perdido en Murcia, como en toda España, en esta última centuria de guerras y revoluciones, de brutales egoísmos y codicias desenfrenadas». Pero aún quedaba, por suerte, «patrimonio bastante».

En julio de 1936 el convento fue saqueado. El archivo histórico junto a valiosas tallas de Salzillo y casi todos los retablos del templo se perdieron para siempre. Sin embargo, los autores coinciden en señalar que el afamado belén corrió otra suerte. Fue cuidadosamente embalado y se envió a Barcelona, donde se le perdió la pista para siempre.

En el año 2010, un galerista murciano sacó a la venta nueve curiosas piezas que supuestamente pertenecieron al belén de las Agustinas. Las figuras, datadas en el siglo XVIII, pertenecieron a un empresario alicantino, quien se las compró en 1910 a las religiosas. El convento atravesaba ciertas penurias económicas que obligaron a la comunidad a vender tan preciado tesoro. Algo similar tuvieron que hacer en la década de los cincuenta, cuando vendieron parte de su colección de cuadros e imágenes para mantener el monasterio.

Entre las figuras que ofrecía el galerista, que también las atribuía a Nicolás o Francisco Salzillo, se encontraban dos representaciones de la Virgen María, un San José y tres reyes magos. Se trata de piezas tan destacadas que animan las dudas sobre su procedencia. Eso, sin contar con que el académico Villamil, en su artículo del año 1916, no hace referencia a venta alguna y, por el contrario, aconseja proteger el conjunto y ponerlo en valor.

Casi una década después de concluida la Guerra Civil, el diario ‘La Verdad’ de Murcia publicaba un reportaje sobre las distintas comunidades monacales de la ciudad. Al visitar a las Agustinas, su superiora recordaba aquel «belén magnífico, regalado por una religiosa que procedía de la familia de Salinas y que era igual al que la marquesa de tal título tenía», esto es, el de Francisco Salzillo. Y continuaba el redactor: «Pero se perdió en la guerra y ahora es muy modesto el que tienen». En otro lugar es muy posible que, ahora mismo y sin saberlo siquiera, alguien esté luciendo en su hogar aquellas célebres figuras.

 

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