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El joyero de Murcia cumple seis décadas

Murcia siempre tributó a Salzillo, que no hace falta explicar quién fue, tanta pasión como él supo imprimir a sus obras. Pero nos costó ayuda y Dios, que está en Jesús como todos saben, levantarle un museo. Ya en 1914 se habló de construirlo. Sus primeros planos datan de 1919. Por entonces se intentaba comprar el solar adyacente, aunque su dueña se negó a venderlo. Incluso después de muerta, en 1925, los herederos siguieron en sus trece.

Hasta que llegó 1941. Aunque se publicó en julio de aquel año, el dictador Francisco Franco firmó el decreto de creación del museo un 30 de mayo. El texto aseguraba que así se «satisfacen los justos anhelos de aquella capital». Y tanto. antoniobotias.es

En su primer artículo, el decreto señalaba que el centro dependería del Ministerio de Educación Nacional y que reuniría las piezas del autor propiedad del Estado y las que guardaba la «Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno».

Una iglesia privativa

Aunque fallaba en lo de archicofradía, la norma acertaba en elegir ministerio. Porque al frente del mismo andaba un murciano de adopción, gran impulsor de la idea. Era José Ibáñez Martín, quien llegaría a ser primer presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En estos tiempos tampoco falta quien lo tache de franquista, pero eso es otra historia.

La ubicación del Museo fue sencilla: la iglesia privativa de Jesús. De hecho, el decreto la describe como «iglesia propiedad» de la institución y no del Obispado, pese a las muchas ocasiones en que los obispos han intentado obtener sin éxito su propiedad.

El patronato quedaba integrado por el ministro, como presidente, y en la vicepresidencia el director general de Bellas Artes. Eran vocales del obispo el rector de la Universidad, los presidentes de la Diputación y de la cofradía, un mayordomo, el alcalde, un académico de San Fernando y el director del museo.

También se nombraron otros siete vocales elegidos por el ministerio. A este nutrido grupo se sumó un comité más reducido. Por último, se propuso la creación de un reglamento que coordinara los intereses del Estado y la institución religiosa.

Un reglamento sin obras

El reglamento aprobado casi diez años más tarde establecía los horarios de visita de nueve a una de la mañana y de tres a cinco de la tarde, excepto domingos y festivos. Esos días abriría sus puertas por la mañana y era gratis entrar. Lo mismo ocurría en la fiesta del Caudillo y los días 2 de marzo y 12 de mayo, aniversario de Salzillo. Con el paso de los años irían retocando el decreto y nombrando a quienes debían impulsar el museo. En 1949, por ejemplo, el doctor José Sánchez Moreno fue elegido director. Ya era también director del diario ‘Línea’.

Una cosa fue el anuncio y otra hacerlo realidad. A finales de aquel año la prensa recordaba que el proyecto no había sido ejecutado, si bien estaba claro que la iglesia se ampliaría en los terrenos adyacentes. Habría que esperar a 1953 para conocer cuánto costaría el proyecto: más de dos millones de pesetas. La obra comenzó a realizarse en agosto. Doce meses más tarde ya estaba la cúpula restaurada y los cimientos reforzados.

Aquel año de 1941 también pasaría a la historia porque se expuso el Belén de Salzillo en la capilla restaurada del Palacio Episcopal. Desde 1883, cuando se celebró el centenario del escultor, no se habían vuelto a ver las piezas instaladas. La exposición se abrió el día de Nochebuena y fue clausurada mediado enero.

La colección se conservó muchos años en el Museo Arqueológico Nacional, donde lo depositó su dueño a la espera de ser vendida. Y al final la vendió a Murcia, en 1915, tras una valoración falsa pero indispensable para que la ciudad pudiera adquirirla. Ya contaremos esa historia otro día.

El museo fue inaugurado el 15 de febrero de 1960. El conjunto quedaba dividido en tres salas. En la primera lucían las obras no pasionarias, como las tallas de San Antonio de Padua y San Joaquín, junto a los angelotes de la Dolorosa y otras dos piezas del Niño Jesús.

Presidente para la historia

La segunda sala estaba destinada a exhibir 49 bocetos sobre temas religiosos, lo que permitió por vez primera que muchos murcianos conocieran cómo las obras del autor iban adquiriendo su espléndida forma. Por último, en otro espacio podía admirarse el Belén. Como telón de fondo se colocaron paisajes: la Cresta del Gallo, el río Segura y los castillos de Aledo y Monteagudo, entre otros.

La iglesia fue restaurada, recuperándose el esplendor de la cúpula, sus pinturas murales y los pasos colocados en flamantes capillas «con música sacra de Palestina por medio de altavoces de imán permanente», advertía la prensa. La portada trasladada del Palacio de Riquelme engalanó el lateral, salvada de una probable destrucción.

El mismo día se entregó la Encomienda de la Orden de Alfonso X al recordado presidente ‘morao’ Emilio Díez de Revenga, a quien Murcia le debe un monumento. La distinción honraba sus desvelos por culminar las obras. Era, por extensión, un homenaje a todos los cofrades en aquel tiempo hoy olvidado en el que aún, por el único mérito de su dedicación inquebrantable a su amada cofradía, algunas dedicaciones eran vitalicias, como los estantes, camareras, cabos de andas y celadores.

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