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Un fantasma mirón en San Juan

basura En Murcia, contra todo pronóstico parapsicológico, los fantasmas toman el fresco al caer la tarde. Y también, como marujonas al uso, cotillean por las ventanas. Y fuman. Y tienen su horario para aparecerse porque incluso duermen. Y hasta obedecen a la Guardia Civil. Estas características del fantasma murciano, único en el mundo, cuyo hábitat natural son aún hoy algunos céntricos bares, fueron descubiertas hace ahora ocho décadas justas. Porque uno de ellos aparecía cada noche en los tejados del antiguo hospital e iglesia de San Juan de Dios y, durante días, centró la atención del pueblo y de la prensa. El 20 de septiembre de 1924, tras varias jornadas de apariciones, la noticia ocupó la primera página de los diarios locales. ‘El Tiempo’ anunciaba que en la ciudad “no se habla de otra cosa” sino del espectro que algunos “aseguran haber visto con sus propios ojos”. ¡Para qué quieres más! Enseguida se atrevieron a aportar descripciones. Unos distinguían su cabeza humana; otros fijaban su estatura, y no faltaban “los más acérrimos”, quienes afirmaban que “enciende una cerilla”. Desde el primer párrafo, ‘El Tiempo’ advierte de un posible montaje, cual era que el fantasma se paseara por los tejados “como si estuviera en la Castellana”. Pero los murcianos, “de una infantibilidad encantadora” se reunían cada noche para contemplar el supuesto prodigio. No solo se trataba de una diversión para los menos avisados. “Personas mayores y muy serias”, continuaba el redactor, quedaban extasiadas al pie de la torre y aseguraban haber visto al fantasma. El mismo día, ‘La Verdad’ incluyó en sus páginas un breve sobre el particular, no menos ingenioso que su adversario periodístico. Además, aclaraba que la aparición incluso cumplía un preciso horario “de 11 a 1 de la madrugada”. Aunque, para desilusión de ingenuos, añadía la posible identidad del fantasma: “Es un emisario de la fábrica Buick que anuncia para muy en breve sus modelos de automóviles para 1925”.   “Está durmiendo” Un día después de que la prensa se hiciera eco del suceso, el gobernador César Bailarín, quien tenía nombre de todo menos de gobernador, se decidió a comprobar en persona quién o qué merodeaba por las campanas de San Juan. Como cada noche, los alrededores del antiguo hospital se cuajaron de parroquianos expectantes, cabezas al cielo y boquiabiertos, esperando tan extraña visión. Aguardaban ver a un espectro, pero a quien descubrieron fue al gobernador, que había subido a la torre para aclarar el misterio. Bailarín, por si acaso, se hizo acompañar por varios amigos. Al descender, como informó ‘El Liberal’, el político “aseguró que el fantasma estaba ya acostado”, según le había informado “alguna persona perteneciente al hospital”. Dormía, pues, su sueño eterno y “en lo sucesivo no volvería a subir a la torre”. El diario, aunque anunció que se había acabado el espectáculo, aconsejaba a los vecinos del barrio que cerraran sus balcones por la noche. Era la única forma de evitar apariciones “de almas de otro mundo” que venían a este con el deseo de solazarse un rato contemplando “cosas que por allá deben de estar vedadas”. ‘El Tiempo’, también en portada, aportó otros detalles del caso. Al gobernador lo acompañaba el coronel de la Guardia Civil. Ambos comprobaron que “no hay tales duendes”. La sombra que los vecinos observaban entretenidos era alguien, “cuyo nombre no se da”, que hacía incursiones por los tejados del hospital y la iglesia contigua. Reclamos publicitarios Bailarín, ya puesto, también ordenó instalar nueva iluminación en las torres de San Juan “para aclarar la vista a aquellas personas que veían el trágico fantasma”. Mientras, la policía mantenía un dispositivo que evitara aglomeraciones. Pese a ello, a la noche siguiente, que debió hacer buen tiempo y aún no existía la televisión, la gente continuó “dando rienda suelta a la fantasía y acudió a la calle Eulogio Soriano en número crecidísimo”. La enorme popularidad del fantasma, que debía ser algún pícaro mirón, fue tan breve como extendida por la ciudad. De hecho, tras las declaraciones del gobernador se llegó a publicar algún anuncio en la prensa aprovechando el tirón de lo sucedido. Así debió creerlo el dueño de un taller de baúles, maletas y sacos de viaje instalado en la calle de San Nicolás. En su reclamo periodístico advertía de que el fantasma “ya consiguió su objetivo y se ha marchado para no volver”. Su objetivo no era otro que “comprar un baul-mundo para irse al otro mundo, y había perdido la dirección [de la tienda] hasta que una persona caritativa se la dio de nuevo”. Del improbable aparecido nunca más se supo. Ni siquiera, cosa extraña, se conoció su nombre de pila, lo que evidencia que sería un ilustre murciano si tenemos en cuenta que la prensa de la época acostumbraba a citar en sus crónicas de sucesos los apellidos completos. Un par de meses más tarde apareció otro duende en Cartagena, aunque pronto se descubrió, pásmense, que era “una señora viuda” que cumplía una promesa que había hecho “para sacar a su difunto del purgatorio”. El fantasma mirón de Murcia a lo más que aspiraba era a que algunos amantes poco precavidos no cerraran la ventana de sus dormitorios.  ]]>

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