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Remedios contra los ‘catarros de la vejiga’

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El jugo de los testículos del conejo de Indias, aunque parezca una asquerosidad mayúscula -que lo es-, tenía un sabor muy agradable. O eso aseguraban los anuncios que a finales del siglo XIX proliferaron en los diarios murcianos. Y no fueron pocos los desdichados que se acercaron a la farmacia de López Moreno, en la plaza de Camachos, para comprar aquel “verdadero elixir”. Si el contenido asombra, no vemos curioso era el nombre del producto: vino de Jerez Pajarete. Ahí queda eso.

Los remedios contra la impotencia, aunque se crea que el Viagra es un avance de los tiempos, siempre tuvieron una nutrida clientela. De igual forma, los prospectos de la época apenas difieren una coma de los actuales.

Mientras el vino Pajarete prometía en 1899 “alargar la vida y dar fuerza y vigor a los ancianos”, tres décadas antes ya se anunciaban en Murcia los preparados de un boticario madrileño, el Doctor García, entre los que se ofertaba Rob Greem. Este producto, además de la impotencia, era mano de santo para la sífilis, los herpes y hasta la laringitis. Además, venía recomendado por “médicos notables de España, Portugal, Francia y América por sus eficaces virtudes y prontos resultados”.

No menos “célebres” decían ser las píldoras Tónico Genitales del Doctor Morales cuyo uso, según ‘La Paz’ en 1881, “está exento de todo peligro” y también curaban la esterilidad. Este mismo rotativo firmó un convenio con el Instituto Médico Celular de Barcelona que permitía a los suscriptores rebajas en el precio del Fluido Vital, un compuesto que curaba la impotencia “y las pérdidas seminales” por el módico precio de 4 pesetas.

Tampoco son inventos del siglo XXI los anuncios con instantáneas del “antes y el después” de consumir estos productos milagrosos. En enero de 1901 ‘El Heraldo’ publicó un reclamo destinado a los “hombres débiles” y las “mujeres nerviosas y estériles”. Se trataba de la Cura de la Debilidad. Descrita como la “enfermedad del día”, la debilidad provocaba en los varones, entre otras enfermedades, “anemia cerebral con imbecibilidad” y era causada por los “pesares, contrariedades de la vida y estudios excesivos”.

De fama universal

Los formatos de presentación de las medicinas eran tan variados como sus aplicaciones. Así, podían adquirirse en forma líquida, como la Solución Benedicto Creosotal, que igual curaba la falta de erección que la gripe, o en sellos para su aplicación sobre la piel. Sin olvidar los denominados Confetis Costanzi, “únicos legítimos y de fama universal” y muy adecuados para sanar las enfermedades venéreas y los “catarros de la vejiga”.

La lucha entre firmas era sin cuartel. El boticario catalán Constanzi Grau incluirá en sus anuncios periodísticos la advertencia de que “el intruso Nicolás Casile” venía publicando “pomposos reclamos interesados” para atraer a la clientela. Y esto a pesar de haber sido desposeído “de todo título académico” y, lo que resulta más improbable, de todo “conocimiento científico”.

Otro de los doctores que adquirió cierta fama entre los murcianos a comienzos del siglo XX fue el profesor Donnatti. En este caso, el supuesto médico romano vendía un elixir contra la impotencia, “esa plaga de la generación actual que hace volver prematuramente viejos a muchos jóvenes”. El doctor despachaba la inyección Donnatti, cuyas aplicaciones se describían en una sola frase: “Hace desaparecer definitivamente úlceras, etc., etc., etc.,”. Para qué extenderse más.

Los anuncios de potingues contra la incapacidad sexual suponían para los diarios una buena fuente de ingresos. Durante muchos años fueron los más extensos y, por tanto, los más rentables. Los diarios cobraban 2 céntimos por palabra y por día hasta 5 inserciones y 1,5 céntimos si superaban el sexto día. Si el modelo de anuncio habitual podía alcanzar en algunas ediciones las 20 palabras, el del profesor Donnatti –por poner un ejemplo- superaba las 300.

Los problemas sexuales que padecieran las mujeres de la época, por descontado, no eran objeto de la publicidad en prensa. Para eso, según la rústica mentalidad al uso, ya había remedios contra la impotencia. Pero sí se ofertaban mil fórmulas para combatir la esterilidad, en algún caso propuestas por señoras. Así, ‘La Paz’ pregonaba en 1875 el tratamiento de Madam Lachapelle.

Cigarros para el pecho

El catálogo de remedios femeninos incluía las Píldoras Blaud para eliminar los “colores pálidos” y los Bolos de Armenia contra “la opilación” o supresión del flujo vaginal. Ambos productos podían adquirirse en la Farmacia de Tomás Guerra, quien también despachaba sin inmutarse unos sorprendentes Cigarrillos París. Su aplicación no tenía desperdicio: “Aspirando el humo de estos cigarrillos se curan los catarros”.

No faltaron, incluso, medicinas unisex. Así se vendían las denominadas “gotas viriles”, que igual sanaban la impotencia masculina que hacían “fecundas a las señoras”. Y, encima, abrían el apetito. Vaya, el uno y el otro.

El depurativo Rob estaba prescrito, de igual forma, para sanar cualquier dolencia que se pudiera imaginar, desde unas almorranas a la gastroenteritis. Eso sí, para superar las enfermedades crónicas era necesario su consumo en la primavera y el otoño, “y repetirlo tres o cuatro años consecutivos”.

Este preparado estaba especialmente prescrito para las mujeres “que llegan a la edad crítica”, sin aclarar el anuncio publicado en 1858 cuántos años eran necesarios para considerarse en ella. Como es fácil adivinar, el tratamiento también era casi interminable: “Tomen el Rob por espacio de quince o dieciocho meses consecutivos en pequeñas dosis, a fin de evitar los accidentes tan frecuentes en ese borrascoso periodo de la vida”. Muy alentador.

Por último, la publicidad del Rob insistía en que era el único remedio que se podía consumir con confianza “cuando quiere casarse y tener garantías para la salud de sus hijos y la paz del matrimonio”. Alguno de nuestros abuelos, con tal de conseguir esa prometida paz, igual lo consumían por garrafas.

 

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