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Los artistas que salvaron a los ‘salzillos’

salzillo

Casi como una leyenda, la historia sobre las célebres tallas de Salzillo que estaban embaladas para abandonar Murcia a finales de la Guerra Civil se ha mantenido viva durante décadas. Ningún documento probaba ni desmentía esta cuestión. Pero el archivo del Museo de Bellas Artes atesora una carta que podría desvelar el misterio.

El documento está firmado por quienes se denominan «auxiliares técnicos» al servicio de la Junta Delegada de Protección y Conservación del Tesoro Artístico de Murcia: Los pintores Luis Garay García y Pedro Sánchez Picazo, junto a su hijo Pedro Sánchez Batlles, el escultor Clemente Cantos y el literato Francisco Frutos. La carta estaba dirigida «a la referida junta». Este órgano republicano, por su celo y desvelos, fue determinante en la salvaguardia del patrimonio histórico desde 1937 a 1939.

Las primeras líneas, aparte de la presentación, las dedicaron a excusar su atrevimiento por exceder «la circunscripción» que limitaba sus funciones, considerando la misiva una «intromisión» y, además, un exceso de localismo. Sin embargo, añadieron a renglón seguido, como técnicos y como murcianos, que «ningún daño hay en ello y respetuosamente y con franqueza lo exponemos».

Los técnicos tenían conocimiento del inminente traslado de las piezas. De hecho, señalaban que «va a procederse» al mismo para «buscarle albergue más seguro». Este hecho, según aconsejaban, «no es procedente». Porque las obras, «más a salvo que donde se hallan, difícilmente podrían estar en otro sitio».

A salvo bajo la torre

En realidad, tenían razón. Las imágenes de Salzillo, junto a otras, ocupaban la sacristía de la Catedral, situada justo debajo de la torre, cuya solidez de obra hacía imposible «cualquier accidente de bombardeo de los hasta ahora conocidos».

La carta abunda en más detalles que ayudan a datarla. En otro párrafo, sus autores apuntan que «si, como suponemos, es para mostrarlas en exposiciones en el extranjero, se nos antepone entre este fin la multitud de peligros que podrán presentarse en el viaje marítimo que habrían de realizar».. Entretanto, aclaran que la prensa ya dio noticia de que en Ginebra «se ha reunido una buena colección de las obras más salientes del arte español».

La evacuación de las obras a Suiza se firmó mediante el llamado Acuerdo de Figueras, firmado el 3 de febrero de 1939. Aquella misma noche comenzaron los trabajos, que concluyeron el día 17 de febrero tras el depósito del Tesoro Artístico en el Palacio de las Naciones. Por tanto, la carta fue escrita después de esa fecha.

Los valedores de la obra de Salzillo incluso se atrevieron a mentir. Porque advertían de que a aquella colección ya expatriada en Ginebra «nada nuevo añadirían estas obras», pese a que su rango artístico «es comparable a las mejores escuelas».

Otro de los inconvenientes residía en su dificultad para manejar las piezas «por su estilo barroco profuso en detalles y ondulaciones frágiles y complicadas», lo que imposibilitaba que existiera una garantía total de protección en su embalaje. Además, los técnicos señalaban que la madera policromada podía verse alterada en los «viajes marítimos y traslados. El calor húmedo de las embarcaciones agrieta y reblandece las preparaciones de la policromía». La pregunta siguiente resultaba lógica: «¿Para qué exponer estas obras a un peligro cierto descontando otros peligros de la aviación, etc.?».

Uno tras otro, los argumentos resultaban a todas luces irrebatibles. Conocido el supuesto destino de Ginebra, los firmantes hasta dudaban de que, tras ser devueltas a España una vez concluida la Guerra Civil, volvieran a Murcia. «Como hipótesis hay que pensar si al ser restituidas estas obras se podría estimar conveniente que algunas fueran instaladas en otro museo Nacional porque pasara inadvertido que así resultarían evidentemente descentradas», reza el documento.

A Murcia le pertenecen

Si alguna duda quedaba de que los técnicos se referían a las imágenes que forman parte del cortejo de Viernes Santo, apuntaron que «la colección de imágenes de la iglesia de Jesús, quizá lo más logrado en toda la obra de Salzillo, al quedar incompleta resultaría notablemente desvalorizada». Esta afirmación concuerda con otras actas de la Junta donde se registra el traslado a la Catedral de solo una parte de la colección: Nuestro Padre Jesús Nazareno, San Juan, La Verónica y La Dolorosa con sus cuatro ángeles.

Considerado como un conjunto que representa «un relato total de la Pasión de Jesús», además suponía «una buena parte» del valor total del tesoro artístico de la ciudad. Y si su autor había logrado «la más alta forma de fragancia murciana», separar de Murcia «este perfume» sería como sumirla en el desierto.

Adelantándose incluso a la reacción por parte de sus superiores, los técnicos puntualizaban que no se trataba de componer metáforas ni caer en el lirismo. «Entre el horror y la crueldad de la guerra podrá parecer raro que surja el sentimentalismo, pero surge», apostillaron.

Por último, la carta incide en que «modestamente, unos hombres murcianos se dirigen a la Junta Delegada para suplicarle que todo el Tesoro Artístico de Murcia siga viviendo en ella. A ella le pertenece como a ningún otro por razones de formación estética, de ambiente y de raigambre popular». Y aún restó un párrafo para recordad cómo dicha Junta, que «evidentemente ha velado por su conservación hasta la escrupulosidad, completaría del todo su misión evitando que de Murcia saliese nada de lo guardado. Nosotros así lo pedimos». Fue solo una de las muchas piedrecitas que las autoridades locales pusieron en el camino de la expatriación de los Salzillos. Pero, entre unos y otros, al final lograron levantar un muro infranqueable.

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