Eran inmigrantes con “los ojos malos”. Como se dice de las bestias. Eran fornicadores, sucios, catetos y comunistas. Eran una raza inmunda que merecía la eugenesia. Y también, como aquellos que arriesgan la vida en Ceuta, venían de África. Porque Murcia solo era eso para algunos catalanes en 1932. Y si no lo creen, pasen, lean e indígnense.
El periodista Carlos Sentís inmortalizó en una serie de reportajes publicados en el semanario catalanista ‘El Mirador’ las vicisitudes que padecieron los miles de murcianos que, día sí y día también, llegaban a Barcelona en autobuses atestados para buscar empleo. A aquellos vehículos los llamaban ‘El Transmiseriano’.
Los autobuses partían desde Lorca y Murcia sin licencia ni concesión alguna. Bastaba con reunir una treintena de emigrantes para que, previo pago de 200 pesetas por cabeza, animaran a algún chófer a transportarlos. Mafia pura.
El periodista realizó el trayecto junto a una veintena de pasajeros, 23 palomas, 2 gallos, un perro y “un pollo que saltaba de falda en falda”. Además, uno de los 2 chóferes atesoraba 16 canarios que vendía “a dos duros cada uno”. Por si fuera poco, entre las maletas se incluía una cama desmontable, una uva de dátiles, capazos y colchones enrollados que escondían los objetos “más inverosímiles”.
La descripción del viaje es demoledora. Los pasajeros, entre los que se encontraban algunas mujeres de evidente reputación –“mueres de la vía”-, se entretenían “insultando y alborotando a la gente que encontraban en el camino”. En el juego participaban las chóferes, cuando no detenían el vehículo para tomarse “unos carajillos”, cosa que ocurría “en cada oportunidad que se les presentaba”.
Cruel retablo y quizá algo exagerado el que escribió Sentís, quien relató numerosas peripecias ocurridas durante las 28 horas que duró aquel éxodo. Entre ellas, el robo de higos que los murcianos se comían aunque aún estaban verdes, el analfabetismo absoluto o el intento de huir campo a través para evitar un control.
La tercera entrega del periodista aún fue más cruda. Publicada el 8 de diciembre, incluyó la descripción de La Torrassa, “la capital e la Nova Múrcia” en Hospitalet. Y lo era. Porque de las 22.000 personas que allí malvivían hasta 20.000 eran de Murcia. “Y no se hablaba una palabra de catalán”, escribía Sentís. Claro, hombre.
Callejones de murcianos
Los murcianos vivían en callejones solo soportables para “inmigrantes de una categoría tan desafortunada”. Las montañas de basura atestaban la zona. Entre los desperdicios y el fango pululaban, en opinión de nuestro cronista, “dos clases de seres. De una parte cerdos, cerdas y lechones. De otra, criaturas en la adolescencia o la infancia”. La vida en los callejones era “una criba que solo pueden atravesar naturalezas privilegiadas. Se opera una selección natural”. Y, encima, concluía Sentís, los residentes “han cogido el vicio de no pagar” aquellas chabolas inmundas. La pela es la pela.
Línea tras línea resulta la crónica desgarradora. Otros chiquillos recuperan del estiércol un ramo de flores y se disputan las menos marchitas para adornarse. La visión de una madre adolescente hace concluir a Sentís que las relaciones conyugales se rigen por el “amor libre”, lo que favorece el crecimiento demográfico. Y no se lo pierdan ustedes: También la delincuencia juvenil “y el contagioso tracoma”. El tracoma era y es una infección ocular, principal causa mundial de ceguera.
Otras publicaciones se mostraban incluso más combativas. El semanario satírico ‘El Be Negre’ (‘El Cordero negro’), que maldita la gracia que tenía, publicó en su edición del 17 de noviembre de 1933 un gran recuadro donde sentenciaba: “España para los españoles. Cataluña para los murcianos”. En su portada denunciaba la llegada de nuevas ideas “desde la zona de África”, entre ellas “el inefable comunismo-libertario” que propagaban murcianos y andaluces.
Racista hasta el asco, la revista anunciaba “la próxima revolución que se prepara”. Consistía en “quitar el nombre de Cataluña del mapa y ensanchar nuestro país, mediante una especie de corredor moral, con la próspera región murciana”. Y las primeras iniciativas serían proclamar “el comunismo libertario y exigir el tracoma obligatorio a todos los ciudadanos”.
Rebaños de gente
Jesús Laínz, en su obra ‘España contra Cataluña: Historia de un fraude’, también recuerda las encendidas galeradas de otra publicación, ‘Nosaltres sols!’ (‘Nosotros Solos!’), donde lamentaban que “al ver los rebaños de gente que nos llegan, uno se pregunta: ¿Qué vienen a hacer aquí? ¡Ah!, sí. Enseñar su miseria por nuestras calles”.
La publicación afirmaba que “no se nos puede tildar de extremistas”, pero recomendaba esquivar “esta inmigración de un aspecto de ciudad sucia, depravada en la manera que sea”.
De ahí a perder la cabeza, barretina incluida, había un paso. Así que el Instituto de Investigaciones Económicas de la Generalidad publicó el manifiesto ‘Per la preservació de la raça catalana’, título que huelga traducir. Una de sus propuestas era Crear la Societat Catalana d’Eugénica. Aquello no prosperó y el ADN de los murcianos, el mismo que los catalanes trajeron a Murcia en la reconquista, retornó victorioso a la tierra de sus ancestros.