Lo último que debía escucharse en Murcia durante el día de San Juan era el grito del zarabá. A menos, claro, que uno quisiera morirse. Porque dar oídos a aquel agónico cántico, propio de una planta autóctona, auguraba una muerte próxima. Y para colmo, el dichoso zarabá –una suerte de mandrágora huertana- vociferaba durante las 24 horas de la jornada. Así de pesado era. Solo es otra de las leyendas que rodean a la noche más mágica del año, la del solsticio de verano. Se trata de rituales perdidos que acaso despierten hoy una sonrisa, pero que durante generaciones creyeron nuestros abuelos. Así lo prueban las hemerotecas. Andrés Blanco, en su obra ‘Escenas Murcianas’ nos relató en 1893 una tradicional noche de San Juan, donde no faltaron hogueras ni el escrutinio de la naturaleza en busca de oráculos para conocer el futuro, como destacó también José A. Molina Gómez en ‘Los forjadores de la Antropología en Murcia. Andrés Blanco y García (1849-1916)’. Una vez más se intentaban escudriñar los sonidos de la plantas, bien en el movimiento de las hierbas “o en los crujidos de las ramas de los granados y limoneros”. Entretanto, otras cascaban huevos sobre vasos de agua fresca para discernir en la forma que adquirieran las claras el empleo del futuro marido. El diario ‘El Liberal’, en 1928, destacaba la costumbre de los jóvenes de escuchar “el crujir de las nueces que cuajan”, cuyo rumor evidenciaba amores correspondidos. Tampoco era extraño que algunos buscaran higueras negras para pasar bajo sus ramas a los pequeños enfermos, en la esperanza de que curarían. O que utilizaran para ello la cruz que forman dos moreras que crecen juntas. Esta variante se aplicaba a los niños quebrados o afectados de hernia umbilical. El ritual era sorprendente. Al pequeño debían sostenerlo dos hombres, uno llamado Juan y otro Pedro. La jaculatoria que pronunciaban mientras se pasaban al niño de unos brazos a otros era la siguiente: “Tómalo Juan / Dámelo Pedro / Tómalo malo y dámelo bueno. Tómalo Pedro / Dámelo Juan / Quebrado lo tomas / y sano lo das”. ‘Toca moca’ Los rituales referidos al amor eran los más observados. Ya el fraile Pedro Sánchez Ruiz, del Santo Oficio, recogió en una sermón allá por el siglo XVIII este extraño conjuro: “San Juan, San Juan / las doce dan. / Toca moca / rasca saca / para bien o para mal / dime lo que vendrá”. De la oración, tan próxima a la Cábala, nos dio cuenta Juan García Abellán en ‘La otra Murcia del siglo XVIII’. Cientos de solteras, a las doce en punto de la noche, lanzaban un cubo de agua a la calle y esperaban a que algún transeúnte pisase en lo mojado. El nombre del descuidado correspondería con el de su futuro marido. Variante de este ritual era colocar un lebrillo al relente, cuya agua debía ser iluminada por la luna. Tras pronunciar diversas jaculatorias aparecería en el líquido el rostro del amado. Si el interés de la murciana era saber cuándo se casaría, le bastaba con lanzar al aire tres veces una alpargata –u otro zapato sin tacón-. Si a la tercera vez caía con la suela hacia abajo, antes del próximo San Juan se celebraría la boda. Quemar cardos o alcachofas –que siempre se llamaron alcaciles– y que luego reverdecieran era otra forma de asegurarse una próxima pasión amorosa. Ritos curiosos, desde luego, pero no tanto como el que supuestamente servía para remediar la infertilidad femenina. La mujer debía coger una esparteña usada de su marido. Condición inexcusable que estuviera sudada. Junto a una curandera se encaminaba al río o a una acequia donde se reflejara la luna. Y en ella introducía la punta de la alpargata para luego hacer lo mismo en la vagina de la interesada. Como suena. En plena función Durante el proceso, descrito en su día por el maestro de periodistas Alberto Castillo, se rezaba un Padrenuestro tres veces, entre una penetración y otra, y se invocaba a San Ramón Nonato, patrono de las embarazadas. De ahí que existiera otro refrán huertano que rezaba: “La mujer cuando pare se acuerda de San Ramón, pero ninguna se acuerda del santo cuando está en plena función”. Sí, también como suena. No acababa ahí la cosa. Las tres jornadas siguientes a la noche mágica la mujer debía abstenerse de mantener relaciones sexuales. Pero del cuarto al sexto día, sin faltar ni uno, debía aprovechar su recobraba fertilidad. “A pajera abierta”, que recomendaría un huertano. No nos remontamos a la Edad Media. En 1904, ‘El Diario Murciano’ enumeraba alguna de estas costumbres, como el huevo “que se parte […] y aparece la yema figurando un barco, el cardo que florece poniéndolo en sitio húmedo…”. ‘Las Provincias de Levante’, en 1902, destacaba cómo los murcianos se reunían en el Puente Viejo para ver, a las once de la noche, “las señales que dicen se observan en el cielo”. Mientras, ‘El Liberal’ publicaría la inquietud en “el alma de la vieja huertana que barrunta las esplendideces del cielo y las épocas de sequía escritas misteriosamente en la cebolla partida que dejó en la ventana”. Ríase usted de las meigas gallegas. ]]>
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