A los regantes de La Ñora les sucedió en 1935 lo mismo que a su célebre noria. Pero al revés. Porque ella, mientras el agua acarició sus remotos cangilones, nunca se detuvo. Y los huertanos comenzaron a moverse cuando no tuvieron suficientes caudales para sus bancales. Los hechos comenzaron como una sencilla nota en los diarios, en apariencia inofensiva. Como todas.
La reunión o juntamento del Heredamiento de La Ñora se fijó para el 23 de diciembre. En el orden del día figuraba el debate sobre «la sustitución de la rueda actual por otra metálica». Levante Agrario denunció que la noticia no debía pasar inadvertida. Y le dedicó su portada, foto incluida. «Generaciones enteras -clamaba el redactor- han contemplado ese artefacto que tan bien compone el paisaje huertano sobre la ancha acequia de Aljufía».
El rotativo reconocía que los cangilones de la rueda estaban «viejos, desarticulados, tal vez inservibles», pero añadía que representaban «un signo de la personalidad murciana». De hecho, la rueda ya era en aquellos años un foco de atracción del turismo -por llamarlo algo- y sus fotografías protagonizaban postales y libros como símbolo de Murcia.
La Comisión Gestora municipal, una suerte de Junta de Gobierno, tomó cartas en el asunto en su sesión del mismo día 13. Los concejales, a propuesta del edil Fernando Servet, acordaron que se estudiara la forma de desviar el agua de la acequia hacia otro lugar, donde quedaría emplazada la nueva noria, «dejando siempre cantidad bastante para que la rueda continúe movida».
Los regantes, a lo suyo
En el juntamento anunciado, los regantes se atrevieron a debatir cómo sería la nueva rueda, acordando que el armazón fuera metálico; y de madera los cangilones y otras estructuras exteriores. Pero la fuerte discusión que causó el encuentro, junto a «algunas anormalidades» en el presupuesto presentado por un contratista, aconsejó retrasar el acuerdo hasta un posterior juntamento, convocado el 15 de enero de 1936.
Fiel a su campaña en defensa de la rueda, Levante Agrario publicó algunos rebuscos históricos sobre el artefacto, obra del escritor y ñorense Luis Orts. Según la crónica, los frailes jerónimos establecieron en aquellos pagos su monasterio y una rueda primitiva que, tras sufrir la comunidad una devastadora inundación, les obligó a trasladar el edificio. Entonces instalaron una segunda noria, que estuvo en servicio hasta mediados del siglo XIX. La tercera era la que en 1936 se propuso sustituir.
Orts, en cambio, no escribió ni media frase sobre el origen árabe de la primigenia rueda. Los otros grandes diarios de la época, ‘El Liberal’ y ‘El Tiempo’, permanecieron al margen de la polémica, limitándose a publicar breves sobre el particular, al menos hasta el 16 de enero.
La rueda fue sentenciada a la demolición en el juntamento del día 15. ‘El Liberal’, en esta ocasión, incluyó en su portada la noticia. Diversas personalidades, entre ellas el director del Museo Arqueológico, Fernández de Avilés, mostraron su indignación.
Tampoco faltó quienes justificaran el cambio, entre ellos el escritor Alberto Sevilla, que lamentó que se insultara los apellidos Guirao, Ballesta, Pascual de Riquelme, Pérez Marín o Torres de Parada, «personas muy respetables» y vinculadas, claro, al Heredamiento. Sevilla y el catedrático de Literatura, Joaquín de Entrambasaguas, se enzarzaron en otro legendario duelo de artículos periodísticos, uno a favor y el otro en contra, que logró acaparar la atención de todos los diarios.
Entretanto, ‘El Liberal’ relataba una leyenda sobre la noria. En una remota época, el más rico heredero de la ciudad enfermó de melancolía. Los médicos le aconsejaron pasar una temporada en La Ñora, entonces una apacible aldea. Cada día, el joven acostumbraba a entrenerse contemplando el movimiento de la rueda, quizá por aquello de que la tristeza o aliacán siempre se curó en la huerta viendo el agua pasar. Pero quien pasó fue una moza huertana.
El muchacho, primero, hizo amistad con ella, hasta acabar enamorado. Y la pasión fulminó su melancolía. Los lugareños, admirados por la transformación que había experimentado el joven, comentaron que la noria «le había sacado el asno».
El ministro interviene
Cuando se creía consumado el atentado contra la rueda, a comienzos del mes de marzo, el ministro de Agricultura envió un telegrama al alcalde de Murcia para ordenarle, a petición de la Academia de la Historia, que no se sustituyera la noria. La Junta de Hacendados, por otro lado, escurrió el bulto argumentando que era una cuestión propia del Heredamiento.
El juntamento se verificó el 6 de marzo. Los regantes ratificaron su acuerdo de sustituirla, pues no es «la rueda que colocaron los árabes, sino que es una de las varias que se han ido construyendo después». Y para evitar más polémica optaron por comenzar, esa mañana misma, a desmontarla. Con un par.
La inauguración de la nueva rueda se celebró el 22 de marzo. Fue realizada en el taller de fundición de José Antonio Rueda [¡Rueda tenía que llamarse!]. El fundidor abrió las puertas de su industria a ‘El Liberal’, que inmortalizó el proceso de fabricación del artilugio. Su coste ascendió a 26.175 pesetas. Según Rueda, el aparato «puede estar elevando agua dos o tres siglos sin alterarse lo más mínimo». Ahí sigue.
A Levante Agrario solo le quedó lamentar la decisión del Heredamiento. «Otra veneración que se pierde ante la indiferencia de un tiempo distraído por ignorancia», publicó en las mismas páginas donde advertía de que acaso llegue el día en que «habrá quien le variará a Murcia hasta el nombre, ya que lo que priva es no tener cosa alguna quieta y sosegada».