19th Ave New York, NY 95822, USA

Una nodriza sobre el tesoro de Jabonerías

La desconsolada Ascensión Pérez, viuda a sus 25 años y recién parida, nunca sospechó que el remedio para tantas estrecheces económicas se encontraba a menos de un metro de profundidad debajo de su casa. Porque allí permanecía enterrado, desde la época andalusí, un fabuloso tesoro compuesto por cuatrocientas veintitrés monedas de oro y plata. Y allí se mantendría durante casi siglo y medio largo hasta que unas excavaciones lo sacaron a la luz hace unos días.
Ascensión Pérez, en julio de 1877, publicó un anuncio en el diario ‘La Paz’ de Murcia donde se ofrecía como nodriza, «con leche de ocho meses», para criar en casa de sus padres. En aquel breve también se consignaban sus señas: «Darán razón en calle Jabonerías num. 18». La misma casa cuyo subsuelo escondía, acariciado por siglos de tierra húmeda, el preciado tesoro en una antigua vasija, que no orza, como han anunciado las autoridades.
Es solo una casualidad, apenas una anécdota que se suma a la legendaria historia de esta céntrica vía murciana renombrada Calle del Licenciado Cascales, sin que el nombre tuviera fortuna. Como tampoco la tuvo la propuesta de llamarla Calle de Sagasta con el único argumento de que el político había dormido, ya nadie sabe si a pierna suelta, una noche en ella. Más suerte disfrutó otro vecino ilustre del barrio, Pepe, el del Romea, propietario de una tasca célebre por sus tapas de pájaros fritos.
En la puerta de su local se ubicaron, en el transcurso de los años, una parada de galeras y otra de autobuses. Esta última llevaba y traía vecinos de Espinardo. La otra fue, a finales del siglo XIX, el punto de partida de una tartana de pasajeros que cubría la línea El Palmar-Murcia, aunque pronto se trasladó el servicio a la plaza de la Paja, al otro lado del río. Era el germen de las líneas de pasajeros que se instalarían, para acercar a las gentes de las pedanías a la remota capital, en la cercana plaza de Camachos durante el siglo XX.
Por aquel tiempo se inauguró en la ciudad un curioso servicio de pan, «que saldrá de la acreditada panadería de Manolo Gambín». Se trataba de un carro, «construido expresamente para la venta de pan a domicilio», cuya venta garantizaba los mismos precios que en el establecimiento.
Esta afamada calle reunió, como aún hoy lo hace, a numerosos comercios con tanta solera como la desaparecida tienda de instrumentos musicales de Ramón Sierra, que durante décadas inundó la ciudad de guitarras, gramófonos y gramolas. Pero el nombre le venía de otro oficio. Muchos siglos antes, la calle recibía su denominación del gremio correspondiente, como de igual forma se denominaron otras vías: Platería, Frenería, Trapería, Organistas, Lencería, Vidrieros, Campaneros…
Acierto en la donación
En la calle se levantó, en su esquina hacia Platería, la residencia de los Riquelme que, tras diversos avatares históricos, fue adquirida por José Rubio Hernández. A finales de la década de los sesenta, su propietario recibió numerosas ofertas de compra para la fachada. Una de ellas, quizá la más suculenta desde el punto de vista económico, incluía su traslado a Madrid. Pero José Rubio, a quien Dios tenga en su incierta Gloria, decidió que permaneciera en Murcia y el profesor Juan Torres Fontes, a quien tanto le debe esta ciudad, propuso que se reinstalara en el lateral del Museo Salzillo donde todavía puede admirarse.
La Historia recuerda de los Riquelme, entre otras cosas, que fueron los mecenas del insigne escultor murciano. En 1752, Joaquín Riquelme encargó a Francisco Salzillo el paso de La Caída. Su espléndida factura convenció a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de lo apropiado de encargar al escultor la renovación de todo el cortejo. En 1776, otro Riquelme acordó con Salzillo la realización del histórico Belén, compuesto por 556 personajes y 372 animales. No lo hizo por altruismo. Las piezas engrosaron la colección familiar y solo unos cuantos privilegiados podían admirarlas cada Navidad en su palacete.
El Belén pasó a ser propiedad de la Marquesa de Salinas, y más tarde del Marqués de Corvera. En 1915, fue comprado por el Patronato del Instituto Alfonso X el Sabio por un precio de 27.000 pesetas. Y detrás del Belén vendría la fachada de la casa que lo custodió durante siglos.
Las obras de ampliación del Museo Salzillo se retrasaron más de lo previsto. Bellas Artes demoraba sus informes favorables. Entretanto, la fachada desmontada permanecía en un solar contiguo a la espléndida sede de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, en San Andrés. En abril de 1972, el diario Línea denunciaba el estado de los restos y advertía del peligro que corrían a la intemperie. Tres meses después comenzaban las obras.
Murcia preservó así una de sus estampas más antiguas, si bien trasladada al otro extremo de la ciudad, aunque otros edificios no corrieron la misma suerte. Eso es otra historia. Hoy desconocemos también que suerte corrió la joven viuda y nodriza Ascensión Pérez, quien, sin llegar a sospecharlo nunca, lamentaba su ruina sobre un fabuloso tesoro.

Posts Relacionados

Dejar un comentario

error: Content is protected !!