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«¿Oiga, señorita?… Póngame con Espinardo»

Hace apenas un siglo resultaba más práctico acercarse en mula a visitar a la familia, si no residían muy lejos, que comunicarse con ella a través de los primitivos teléfonos. Las llamadas telefónicas, como si de la tarta de un banquete se tratara, había que encargarlas con la suficiente paciencia y antelación. Porque era habitual esperar varias horas hasta que la centralita, a través de aquel rudimentario enjambre de cables y clavijas, lograba conseguir línea. Sin contar con la necesidad de hablar con claridad, rapidez y concisión antes de que se cortara la conversación.
El teléfono es probable que se inventara por amor. Su inventor, en contra de lo que muchos creen, no fue el célebre Alexander Graham Bell. Alrededor del año 1857, el ingeniero florentino Antonio Meucci, emigrante en Estados Unidos, ideó un aparato para conectar la oficina de su sótano con el dormitorio de su esposa, que padecía un severo reumatismo. En 1860 presentó su creación, a la que llamó teletrófono. Su precaria situación económica no le permitió pagar la patente. En 1876, Graham Bell patentaría como propio el teléfono. Sin embargo, el Congreso de los Estados Unidos reconoció en el año 2002 la autoría de Meucci.
La primera referencia en Murcia sobre el nuevo invento fue publicada en La Paz en 1877. El diario refirió que el aparato permitía «transmitir sonidos articulados a través de la electricidad» y auguraba que «esta invención dará mucho que hablar al mundo». Nadie sospechó que apenas siete años más tarde Murcia se convertiría en la primera región que inauguraba un locutorio público.
La ceremonia se celebró el jueves 13 de noviembre de 1884. El diario La Paz destacaría en su portada que Espinardo, «pequeña por su corto número de habitantes pero grande por la importancia comercial de sus vecinos, es la primera en la península que ha hecho uso del nuevo invento para comunicarse con los demás pueblos». Otras pedanías, como es el caso de Barqueros, habría de esperar hasta 1969 para el disfrute de un sistema similar.
La estación telefónica quedó instalada en la casa del farmacéutico, Luis Bolarín, desde donde partió la nutrida comitiva de autoridades hacia el Casino de la pedanía para celebrar un banquete. Fue el primero de los dos programados para el acontecimiento. El otro se organizó por la tarde en el mismo lugar y fue amenizado, como el resto de la jornada, por la Banda de la Misericordia. En aquella primera llamada se decidió que esta banda interpretara una pieza musical para que fuera escuchada en la capital.
La prensa también anunciaría el teléfono instalado en el Gobierno Civil, donde se estrenaba otro aparato. Según el Diario de Murcia, el gobernador habló «con los señores Soriano y Bolarín como si hubiesen estado los tres sentados en un sofá y en una habitación».
En aquellos años instalar un aparato particular era un lujo. Y las solicitudes se convertían en noticias, como la impulsada en 1885 por Francisco Peña para unir su casa de la calle Platería con su taller ubicado en el Paseo de Corvera.
Los anuncios en la prensa local de firmas dedicadas a la instalación de teléfonos se remontan a 1884. En este año publicará Ildefonso Sierra, «proveedor de la Real Casa», sus ofertas en aparatos eléctricos, «teléfonos y para-rayos». Cinco años después otro anuncio nos da una idea de la expansión del invento. La tienda de toldos y sacos Ruiz Séiquer e Hijos, en el plano de San Fancisco, ofrecía a sus clientes la posibilidad de llamarles a los números 11 y 27.
Primeros mensajes de voz
A comienzos del siglo XX, el ministro murciano Juan de la Cierva daría un impulso definitivo a la instalación de redes telefónicas y de telégrafos en toda la región. En 1907, siendo De la Cierva ministro de Gobernación propugnó la primera Ley de Telecomunicaciones de España. Bajo su amparo se estableció la red que unía Murcia con Mula, Bullas y Caravaca. En 1914, la Dirección General de Correos anunció que facilitaría la instalación de teléfonos a aquellos ayuntamientos que se comprometieran a sufragar con los gastos.
A partir de la primera década del siglo las nuevas regulaciones posibilitarán que el célebre invento se extienda por todas las poblaciones. El Reglamento del Teléfono de 1914 introdujo mejoras tales como la facturación mensual -antes era trimestral-, la reducción de tarifas y de las fianzas de los abonados para asegurar los aparatos e incluso un curioso servicio de mensajería. Cualquier abonado podía enviar recados a otros o a sí mismo por un módico precio de 3 pesetas mensuales por unidad de encargo diario.
Hasta 1929, la red telefónica fue defectuosa. La Compañía Telefónica decidió modernizarla ese año con la apertura de una nueva central y la instalación del llamado «teléfono automático». Ya no serían necesarias las operadoras. Pero sí una intensa campaña para explicar a los parroquianos cuestiones esenciales como identificar aquella «serie de zumbidos intermitentes y muy frecuentes». En un curioso anuncio de la época se aclara que equivalen «a las palabras ‘está comunicando’ con que las operadoras del servicio manual contestan».
En la ciudad se abrieron casi 2 kilómetros de zanjas para albergar hasta 6 kilómetros de cable. De esta forma, la red superaba en su totalidad los 18 kilómetros repartidos en 185 manzanas. Por las fachadas quedaron instalados más de 37 kilómetros de hilo de cobre.

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