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«Que las sillas durante la Feria no se cobren más caras»

Hubo una antigua costumbre, que el tiempo y la comodidad municipal arrollaron, que obligaba al equipo de gobierno de turno a elevar al Pleno del Ayuntamiento el programa oficial de la Feria para su aprobación y, sobre todo, su discusión. Gracias a eso podemos recordar cómo era la Feria de 1922, de la que ya se hablaba a comienzos de agosto de aquel año. El alcalde Antonio Clemares advirtió de que había intentado «proporcionar a Murcia unos brillantes festejos», pero no encontró el apoyo popular necesario para superar las estrecheces económicas que padecían las arcas municipales.

Por esa razón anunció que solo programaría dos buenas corridas de toros, cuatro castillos de fuegos artificiales y una traca valenciana, reparto de pan a los pobres, fiesta escolar con premios, bandas de música militares, «y algún otro que se fijará al fijar el programa». Y a correr.

La advertencia se cumplió. La Feria, cuyos carteles los diseñó el ilustrador Luis Gil de Vicario (1898-1959), comenzó el viernes 1 de septiembre con el disparo de tracas y cohetes durante un pasacalles de varias bandas de música. Esa noche se inauguró el Real, que estaba ubicado en el antiguo parque Ruiz Hidalgo, junto al río. Aquella velada se encendió el alumbrado de la Ronda de Garay y el Puente Nuevo.

Al día siguiente arrancó el novenario a la patrona, con misas en dos horarios: a las siete de la mañana y por la tarde, al toque de oraciones, cuando se cantaba la Salve «con gran orquesta». Esa noche, otras bandas amenizaron el paseo por el Arenal, según se bajaba el Puente Viejo, y en el Real.

La mañana del domingo la protagonizó la banda del Regimiento de Infantería número 79, incluidas sus cornetas y tambores. El programa también recogía dos partidos de «Foot-Ball» entre el Murcia y el Valencia F. C. Contaba el redactor que tanto se estaba extendiendo el balompié que «hay quien supone que llegará a sustituir con el tiempo en España a las corridas de toros. ¡Nosotros no lo creemos!». Hombre de poca fe.
Los menos futboleros y a la misma hora podían asistir al desencajonamiento de los seis toros que se lidiarían en la Condomina, en aquella ocasión de la ganadería de Carmen de Federico, antes Muruve. O visitar «las imágenes del inmortal Salzillo y el Museo Provincial Histórico».

Algunos de las noches, tras las veladas programadas, culminaban los actos con un gran castillo de fuegos artificiales. Alguno de ellos era, como figura en las Actas que conserva el Archivo Almudí, «de Fuegos Japoneses y Valencianos». El jueves día 7 fue un tanto diferente. A las once de la mañana se convocó la llamada Fiesta Escolar en el Teatro Romea y se entregaron premios a los alumnos de las escuelas municipales.


El llorado Sánchez Mejías
A la mañana siguiente acogió la Catedral la celebración de la festividad de la Natividad de la Virgen y, posteriormente, un reparto de pan a los pobres de la ciudad, cuyo coste corría a cargo del Consistorio. Aquella tarde torearon en la plaza Lalanda, Barajas y Sánchez Mejías, que también era poeta y a quien tras su muerte García Lorca dedicaría sus espléndidas elegías.

La procesión claustral, esto es, por dentro de la Catedral, con la Fuensanta tuvo lugar al día siguiente, domingo. Esa mañana concluyó el novenario y volvieron a repartir pan a los necesitados de la urbe. Por la tarde, toreó de nuevo Sánchez Mejías junto a Maera y Joselito de Málaga.

Los ediles reunidos en Pleno ni valoraban ni votaban los actos religiosos, como la romería de retorno al monte que se celebró al martes siguiente. Y si incluían las menciones al novenario de la Morenica solo era por aprobar la asistencia del alcalde o los concejales en representación del Consistorio.

La Feria de aquel año, según las Actas del 4 de agosto de 1922, costó 15.000 pesetas de las antiguas. Así, se gastaron 3.500 pesetas en tres castillos, más otras 500 en una traca valenciana. El Festejo Escolar costó 1.500 y la compra de pan ascendió a 2.000 pesetas. Las bandas del Regimiento de Sevilla, establecido en Murcia, y el de Cartagena costaron 5.500 y el partido de fútbol 500. Por último, la impresión de carteles y programas se cifró en 1.500 pesetas.

La discusión se centró aquellos días en el servicio de sillas, que el ayuntamiento tenía arrendado a la Casa de la Misericordia. El concejal Ortiz exigió que los guardias municipales asistieran a aquellos murcianos que no tuvieran sillas en los días de más aglomeración para que pudieran ocupar las que no lo estuvieran, aún cuando hubieran sido pagadas por otros, puesto que «no deben constituir una especie de propiedad para todas las horas del paseo».

Cinco días de prórroga
La polémica estalló tras la Feria de aquel año. El director de la Casa de la Misericordia pidió modificar el contrato. En un escrito dirigido al Ayuntamiento, Manuel Rebordosa proponía nuevos precios oficiales para el servicio. Así, pensaba cobrar 0,10 pesetas los «días ordinarios», 0,15 los jueves y festivos y 0,20 durante «los días culminantes de la Feria, fiestas de abril, procesiones, carnaval y otras fiestas extraordinarias».

El alcalde se mostró partidario, invocando los fines caritativos de la concesión. Pero algunos concejales le afearon que se destinara dinero público a esos menesteres, sobre todo tras comprobar que la Casa de la Misericordia no cumplía uno de los compromisos del contrato: organizar puntos de música.

Otros recordaron que la Casa era competencia de la Diputación Provincial, organismo que incluso subvencionaba con menos dinero a la entidad a medida que el arriendo de sillas le proporcionaba a aquella mayores ingresos. Total: la petición del director Rebordosa no se aprobó. Y desde entonces hasta ahora, como a nadie se le escapa, la cuestión del alquiler de sillas sigue siendo un disparate.

Por cierto, aquel mismo año hizo mal tiempo durante esas jornadas. La romería se salvó de milagro, pero el alcalde decretó que la Feria se prorrogara cinco días para resarcir a feriantes y comerciantes. A los mismos, todo hay que escribirlo, que se habían mostrado antes reticentes a contribuir con los gastos de los festejos.

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