Con el capullo, como bien sabían nuestros abuelos, no se jugaba. Porque del capullo de la seda, que algunos cursis llamaban capillo por evidentes y cursis razones, igual que de la fantástica hijuela, dependía el vivir mal que bien o el pasar hambre.
Fue la antigua industria de la seda que Murcia perdió por no saber reinventar tan lucrativo negocio para los ricos e indispensable soporte para las economías más pobres. De hecho, allá por el siglo XVI, un poeta exclamaría: «Gusanos han de comer, los cuerpos tristes y humanos. En Murcia no que ha de ser, al revés que han de comer, los hombres de los gusanos».
¿Y dónde se comerciaba con todos los productos de aquel fantástico sector? Pues en un edificio municipal llamado Salón de Contrataciones. Allí se aplicaba un reglamento específico que tras muchas horas de rebusca (cada cual tiene sus vicios) acabo de recuperar del Archivo Almudí, pozo sin fondo de curiosidades murcianas, y que tengo el gusto de convidarles a degustarlo.
Resulta aconsejable realizar una aclaración previa sobre el término hijuela, ya que no figura entre las trece definiciones que de la palabra acepta la Real Academia. Ella se lo pierde. La hijuela es una fibra resistente que se obtiene del gusano tras ahogarlo en una solución de agua salada y vinagre, lo que provoca que se coagule el contenido de sus glándulas.
Pero extraerla era aún más sorprendente. Se abría el gusano por el vientre y se estiraba con los dedos formando una hebra que podía alcanzar los 50 o 60 centímetros de longitud. Tan resistente es el material que antaño se usaba como sedal e hilo de coser suturas y para fabricar cuerdas de instrumentos musicales, hasta que la aparición del nailon arrasó el sector.
Medio metro de hijuela de un milímetro puede aguantar sin quebrarse setenta kilos de peso, cinco más que soporta el acero en las mismas condiciones. De hecho, con hijuela se sostenían las campanas de la Catedral. Pero esa sabrosa historia la contaré en otra ocasión.
El documento que nos ocupa, inédito hasta ahora y que regulaba el oficio, se titulaba ‘Reglamento para la contratación de los productos de gusano de la seda, hijuela y capullo’. Está datado el 13 de mayo de 1921. Y la fecha reviste cierta importancia.
También para el pimentón
Por aquellos años se estaba construyendo en la ciudad el llamado mercado de la Rambla, hoy renombrado de Saavedra Fajardo. Del proyecto, que no llegó a concluirse por mil razones que no vienen al caso, solo se hizo realidad el Salón de Contrataciones Públicas. Las nuevas dependencias abrirían sus puertas en junio de 1922, según el bando que firmó el alcalde Hilla el día 7 de aquel mes. Además, el Ayuntamiento expuso otro reglamento provisional para el régimen y gobierno de la institución. Era de obligado cumplimiento para aquellos que «aspiren a desempeñar el cargo de corredor o deseen ocupar mesas para la venta de sus productos».
El mismo salón se utilizó para los negocios de la hijuela, la seda y el pimentón. Aunque también para otros usos. Por ejemplo, en él instalaron una exposición regional de pinturas con motivo de unas Fiestas de Primavera, entonces conocidas como Fiestas de Abril. Durante muchos años, el mercado fue la sede donde los corredores se daban cita cada temporada al iniciarse la campaña del pimentón. En 1976, daría cuenta de ello el diario ‘Línea’, que señalaba la existencia de «un pequeño local, ciertamente mal acondicionado en cuanto a mobiliario se refiere», aunque cumplía esa función.
Pero regresemos a la historia del capullo, negocio que estrenó también reglamento un año antes y que se aplicó en el Salón de la Rambla. De hecho, el primer artículo señala que la compraventa «de la hijuela y el capullo de la seda» queda centralizada allí para garantizar su clasificación, peso y condición.
El mercado estaba regulado por corredores autorizados por el Ayuntamiento, al que pagaban cien pesetas anuales por el título. A ellos correspondía verificar el peso en la balanza municipal ubicada en la instalación, con no pocas trifulcas cada vez que lo hacían. A cambio, cobraban veinte céntimos por kilo pesado. Si surgía alguna controversia entre las partes, era el Laboratorio Serícola Municipal el encargado de dilucidar el estado de la hijuela. Entre las deficiencias más comunes figuraba la mala condición o enfermedad del capullo o que estuviera húmedo. El mismo organismo analizaba la hijuela dedicada a la exportación. El Reglamento obligaba a que toda la hijuela elaborada llevara una etiqueta «orlada con los colores de la bandera nacional». Esa etiqueta también estaba diseñada por el Ayuntamiento.
El Consistorio informaba a los cónsules de los países que compraban el producto, con Estados Unidos a la cabeza, para que «consideren de procedencia ilegítima toda hijuela que no lleve la etiqueta». Vamos, una remota denominación de origen. De un origen Murcia que, como con tantas cosas, no supo velar por aquel tesoro.