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Para Halloween, el día de ‘Tosantos’

Si había algo que a las abuelas preocupaba de veras cuando se acercaba el día de Todos los Santos era disponer de inmediato una cama con sábanas limpias para que los muertos de la familia pudieran descansar aquella noche, sino en paz, a gusto. Porque era costumbre extendida, que aún hoy se conserva en algunos hogares, el adecentar un cuarto e iluminarlo con diminutas mariposas, que flotan sobre tazones de agua y aceite, para después enclavar la puerta e impedir que los niños curioseen tan extraño escenario.

Este es sólo un pequeño detalle de la rica y espléndida tradición que rodea estos días que se avecinan y que muchos arrinconan, por el empuje del consumismo, para disfrazar a sus hijos de brujas y vampiros emulando el Halloween americano. Allá cada cual. Así que los niños recorren las calles, de puerta en puerta, espetando al dueño de la casa: «¿Susto o golosina?».

En Murcia, habría que responderles que susto; pero que susto exagerado el que se iban a llevar si conocieran cómo se vivía no hace tantos años la noche de las Ánimas Benditas y su víspera. Estas ánimas, con la doctrina católica en la mano, son aquellas que permanecen en el Purgatorio para purificarse y subir al Cielo. En el lateral de la parroquia de San Bartolomé permanece, desde finales del siglo XVIII, un retablo que reza: «A las Ánimas Benditas no te pese hacer bien, que Dios sabe si mañana serás ánima también».

Las ánimas siempre han estado presentes en nuestra rutina cotidiana. Aún hoy, hay quien se acuerda de ellas para encontrar algún objeto perdido, e incluso se les encomienda un padrenuestro para que hagan las veces de despertador a una hora determinada. Junto a estas curiosas funciones existen otras más sorprendentes y que, durante siglos, atemorizaron a generaciones de niños. Así, era creencia generalizada de que las ánimas se aparecieran a sus familiares para encargarles que concluyeran alguna misión que en vida no pudieron realizar. En algún caso, más práctico según la conciencia económica actual, la aparición tenía como objeto revelar a hijos o nietos dónde estaban escondidos los ahorros.

Vienen a dormir

Junto al catálogo de supuestas apariciones, existía otra costumbre que haría temblar hasta el más valiente de los americanos. Porque en la Noche de Todos los Santos regresaban las almas para descansar en sus camas. Y no sólo eso, era aquella madrugada un tiempo propicio para encontrarse con ellas vagando por las veredas y carriles de la huerta, caminos que compartían con las campanas de auroros, sólo iluminadas por el remoto farol, adornadas por el aroma a naranjas y limones frescos.

Retumbaban entonces aquellas voces quebradas de los huertanos, que se elevaban hacia el cielo entre el humo del tabaco negro y el sabor de la coñá y la kola, entonando la Salve de difuntos: «Fallecieron los hermanos / y a Dios le entregan su alma / Madre de misericordia / tu patrocinio les valga».

Se acerca la Pascua

Acaba el mes de noviembre con la festividad de San Andrés cuando, según la máxima popular, «faltan para la Pascua tres semanas y días tres». Si algo está perdiendo la ciudad cuando llega este mes es aquel sabroso aroma que anunciaba la cercanía de la Navidad e inundaba calles y plazuelas.

Es una mezcla de humo de chimenea o brasero de picón, algo desvaído por el frío que, aunque escaso, arrecia; una amalgama de olores a guisos recios, como la olla gitana o podrida, o el arroz y habichuelas; de aromas a crisantemos y amarantos, que en la huerta llaman mocos de pavo y que adornarán el día de Todos los Santos nuestros cementerios.

No hace tantos años, otro olor impregnaba la víspera del Día de los Difuntos al celebrarse tan oscura noche con cuencos de palomitas de maíz -llamadas tostones-, unas con azúcar, otras con sal o anís, hasta con miel. Y tampoco faltaban las castañas los boniatos asados y los huesos de santo, o el arrope y el calabazate que aún se vende junto a la parroquia de San Pedro.

De esta forma, el temor a los muertos, que más bien era respeto porque de nadie se supo que quedara afectado de por vida, se transformaba en una improvisada fiesta. Eso, sin contar que en muchos hogares se compraban las flores para el cementerio unos días antes y, por la falta de espacio, se mantenían frescas dentro de la bañera, bien repartidas según la tumba que fueran a adornar. «Este moco para mi mamá, que es el más hermoso y ella era muy buena», se escuchaba decir a las abuelas. Y por fin el gran día, a menudo llamado «Tosantos». Cita obligada: El espléndido Tenorio, de la familia Pineda, a quien muchos murcianos deben su pasión por el teatro. Era jornada para estrenar ropa e ir al camposanto, lugar de reencuentro de muertos y vivos y, sobre todo, de antiguos conocidos.

Los chiquillos correteaban, los adolescentes pelaban la pava mientras los adultos rezaban y, de tanto en vez, chismorreaban. «¿A quién tienes aquí, nena?», preguntaba alguien. «A mi abuelo solico. Es que a mi abuela la metimos con su madre», respondían. Como quien comenta un partido de fútbol. Almas en pena, campanas de auroros, tostones con anís, boniatos asados, mocos de pavo a remojo, estreno de ropa… realmente no era tan terrorífico el Halloween murciano; pero sí más sabroso. ¿Dónde va a parar

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