Si algo tenía claro el célebre Hemingway, con su Nobel de Literatura y todo, era que para comer bien en Murcia había que ir a El Rincón. Por no escribir en España, al menos aquellas patas de cabrito de las que Orson Wells también daba cuenta. A pares.
La historia de El Rincón de Pepe es la de su ciudad. Fue fundado como taberna en 1925 por José Sánchez Gómez, para quien ya solicitaban en la prensa de la postguerra el título de Mesonero Mayor del Reino de Murcia. Luego llegó su sobrino, el célebre cocinero Raimundo González, responsable de que este restaurante fuera considerado uno de los mejores del país. Y en esas recaló en sus mesas Hemingway.
El autor venía acompañando a su amigo, el torero Antonio Ordóñez. Fue el 8 de septiembre de 1959 y ocupó un burladero de La Condomina, concedió entrevista y firmó decenas de autógrafos. El maestro Ismael Galiana describió la vitalidad que el autor tenía, tanto para saltar el burladero, como para apurar una botella de manzanilla a pie de coso.
Entre la marabunta de curiosos y aficionados, el Nobel no se percató de que había perdido la cartera. O, más que extraviarla, que se la habían robado. Eso denunció más tarde, tras su regreso a Madrid. Hemingway suplicaba que, al menos, le devolvieran el billetero, aunque fuera vacío. Era un regalo de su hijo. Acerca del dinero que contenía, unas nueve mil pesetas, el escritor advirtió de que podía quedárselo el ladrón «en pago de su destreza».
La denuncia incendió la prensa nacional y más de uno criticó a los murcianos. Pero erraban. El mismo día alguien depositó la carterita en la portería de la casa del diestro Ordóñez. Por descontado, vacía. Y la policía concluyó que el caco era un madrileño que también había viajado a la feria de septiembre… para hacer su agosto.
Esta anécdota es conocida. Sin embargo, aún quedan detalles inéditos de aquella visita. Es el caso de una comida en El Rincón. Raimundo González, conocedor de que Hemingway acudiría a su casa, avisó al gobernador civil para que lo acompañara. El político, quizá para seguir siéndolo, se negó a compartir mantel con aquel «peligroso comunista americano». Lo que hace la ignorancia.
Valcárcel lo encandila
Raimundo contaría después que no quiso cobrarle la cuenta al Nobel como testimonio de gratitud de la ciudad y «en nombre del gobernador». Y, un tiempo después, la policía franquista lo interrogó acerca de «quién le había pagado la comida a aquel rojo». «Ni idea. Vino un desconocido y la pagó», mintió Raimundo.
Lo cierto es que aquel día no le faltaron a Hemingway murcianos dispuestos a agasajarlo. Ni tampoco encantados con convidarlo. Dos de ellos fueron el periodista José Antonio Ganga y el cronista, Carlos Valcárcel. Pero, ¿de qué hablaron en aquella legendaria comida? De vino murciano, como no podía ser de otra manera.
La anécdota arrancó en la antigua barra del Rincón, que por entonces la llamaban mostrador. Allí estaba Ganga, hábil reportero, pues se había enterado de la visita del Nobel. Pensó que podía aprovechar para acercarle un ejemplar del diario LA VERDAD, donde lo habían entrevistado un día antes. En esas llegó Valcárcel y, casi al instante, Hemingway.
Valcárcel, hechas las presentaciones, preguntó qué bebida prefería, que mucho gusto tenía en invitarlos. Hemingway respondió al segundo: «Vino, naturalmente». Elección que permitió al cronista hilvanar una conversación inmediata con el ilustre visitante.
Años después lo recordó Ganga en un artículo periodístico en ‘Hoja del Lunes’. «Hubo un interesante diálogo sobre las clases de vino de la Región», escribió el crítico taurino, que añadió a renglón seguido sobre aquella plática: «¿Quién venció a quién? Puedo decir, en término deportivos, que el combate resultó nulo».
Entonces Valcárcel propuso invitar a comer a Hemingway, pero quiso ser él el anfitrión. Los murcianos no lo aceptaron. Al final, la cuenta corrió a cargo de Raimundo.
Las vivencias del Nobel en España atraerían más tarde a otro genio. Fue Orson Wells, quien andaba buscando localizaciones para rodar el western ‘The survivors’. Eso lo trajo a la preciosa sierra del Carche, en Jumilla. El proyecto fracasó, entre otras cosas, por falta de inversores que lo respaldaran. Pero entre medias, Wells no perdió oportunidad de hacer gala de su voracidad en la mesa.
El maestro García Martínez
También gracias a Raimundo conocemos que el actor, guionista y director estuvo varias veces en Murcia hospedado en El Rincón. En una ‘Entrevista Impertinente’, el maestro García Martínez supo por el cocinero que Wells siempre comía lo mismo: una ensalada, que jamás la probaba, y una pata de cabrito con todos sus avíos. Y cuando le preguntaban por el postre, decía que otra pata. Llegaba el hombre a bromear incluso asegurando que, «si me cupiera en el estómago, me pediría otra».
Contaba Juan Bautista Sanz que Wells, con las primeras luces del día, salía a la ciudad «a rodar como si se tratara de un cazador al acecho». En aquel tiempo, el director llevaba entre manos varios proyectos, sin que se sepa bien a cuál pensaba, si es que lo pensaba, destinar las imágenes. Por suerte, más tarde se recuperaron por su discípulo Jesús Franco. Y todo eso pasó aquí, en las mismas calles que todos recorremos a diario.