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El tesoro morisco que esconde Santiago

Santiago www.antoniobotias.com Ignorado por muchos y relegado a menudo por quienes aprecian su valor. Condenado a esa regla nunca escrita pero bien observaba en Murcia que nos alienta a desdeñar lo propio por ensalzar lo extraño. Y, como resulta tan evidente como vergonzoso, sentenciado al olvido en rutas turísticas y libros de texto. Esto sucede con el único y espléndido artesonado morisco que se conserva en la ciudad, el que atesora la iglesia de los Pasos de Santiago, que siempre fueron de San Diego, la primera que conoció nuestra urbe y donde, llegada la festividad del Patrón de España, se convocaban grandes festejos.       Pero, de entrada: ¿Fue en realidad esta la primera iglesia murciana? Aclaran los eruditos Cristóbal Belda y Elías Hernández en su obra ‘Arte en la región de Murcia: de la reconquista a la ilustración’ que la ruptura del largo paréntesis musulmán no provocó la construcción inmediata de nuevos templos cristianos. Más bien, se adecuaron antiguas mezquitas y la modestia en las construcciones fue la norma, salvo la capilla de Jacobo de las Leyes, en la Catedral, y esta iglesia mudéjar de Santiago. Diego de Comontes, Obispo de Cartagena entre 1442 y 1462, refería que tras la restauración de la Diócesis en 1250, Murcia contaba con un templo dedicado al apóstol. Estaba situado más allá de la muralla, entre la Puerta de Molina ubicada en San Andrés y la Puerta del Mercado, en Santo Domingo. El establecimiento en la zona de la población mozárabe, según Díaz Cassou, impulsó la construcción de la ermita. El rey Alfonso X el Sabio, en su Cantiga 169, relató la forma en que “Santa María protegió una iglesia suya que está en la Arreixaca de Murcia, que los moros quisieron destruir y no lo consiguieron”. Poca independencia gozó este templo pues en la lista de las parroquias murcianas que se hiciera en 1280 ya figura como anejo a San Miguel, también extramuros pero más resguardada de las temibles riadas. A partir de 1447 fue el Cabildo de la Catedral el encargado de las reparaciones y del ajuar litúrgico. Más tarde se ocuparía del espléndido altar mayor, obra de Juan de Vitoria de 1552. Barón de la Caravija Existe constancia de que el templo acogía una novena en honor de su titular a mediados del siglo XIX, tal y como anunciaba el ‘Diario de Murcia’, no el que editara Martínez Tornel a partir de 1879 sino otra cabecera de 1851. La devoción casi se extinguió dos décadas más tarde, según lamentaba en el periódico ‘La Paz de Murcia’ un tal Barón de la Caravija, quien recriminaba a “los vecinos de los Pasos de San Diego” la falta de interés en organizar las fiestas. “El cura de San Miguel –continuaba el rotativo-, que es tan celoso y tan bueno, ¿consentirá que se pierda por los estragos del tiempo, esa ermita de Santiago, que es el más antiguo templo de esta ciudad coronada y religiosa en extremo?”. Hablaba el improvisado poeta de San Diego porque así se conoció el lugar desde que en aquella zona se instalaran los frailes franciscanos en 1598. Otra publicación, ‘El Correo Literario’, incluiría en 1792 en sus páginas el periplo de un viajero que deseaba visitar “los Pasos de San Diego”. Conocida es la referencia de Fuentes y Ponte, quien en su obra ‘España Mariana. Provincia de Murcia’ (1880) describe la “Iglesia de Santiago y Pasos de San Diego”, pasos que los frailes Diegos construyeron para celebrar el Vía Crucis y de los cuales solo queda uno en pie, aunque en estado lamentable. Asegura también Fuentes y Ponte que la antigua ermita fue fundada por los Caballeros de Santiago en memoria del triunfo sobre las huestes musulmanas. Puede ser. Cierto es que la iglesia fue sede de una cofradía formada, en opinión del cronista José María Ibáñez, “por lo más linajudo de la nobleza murciana, que era la que integraba la del Señor Santiago de la Espada”. Tan remoto origen tenía la institución que, ya en el año 1418, se la describía como “muy antigua”. Sin contar que no cualquier podía acceder a ella porque se exigía ser caballero hijodalgo, hijo o nieto de cofrade o miembro de una orden militar. Un pendón ‘fúnebre’ No sorprende por ello que una ‘Relación de Fiestas Reales’ editada en el siglo XVIII insistiera en cómo la cofradía “conserva pura, neta, antiquísima, acrisolada y ejecutoriada en sumo grado la nobleza”. Ni tampoco extraña que las celebraciones anuales en la ermita fueran “la fiesta de la nobleza murciana”. Ibáñez aclarará que, acaso por aquello, el Ayuntamiento “elegía la mitad del número de los mayordomos entre sus regidores”, siempre que fueran hijosdalgos. En las funciones religiosas, un alférez portaba el pendón de seda blanca con la roja cruz de Santiago, de igual forma y con similar solemnidad que hacían lo propio los regidores con los pendones Real y de la ciudad. El pendón de Santiago se siguió utilizando, como atestigua el cronista Ibáñez, para acompañar a algunos linajudos e ilustres murcianos al cementerio. Y también estuvo presente en la procesión que condujo los restos de Saavedra Fajardo hasta la Catedral en 1884. Quizá hubo alguna restauración de la ermita a finales del siglo XIX si tenemos en cuenta una esquela publicada en ‘El Diario’ allá por 1886. En ella se anunciaba una misa en recuerdo de José Hernández, “canónigo que fue de la Basílica de Santiago de Galicia, y Capellán restaurador de la citada ermita”. Martínez Tornel, en su ‘Guía de Murcia’ editada en 1907, reconocía que el templo seguía en pie, como también recordó el cronista Antonio Pérez Crespo, “gracias a la generosidad de dos familias: los herederos de don Francisco Hernández (Paco Pastor) y de don Antonio Carrión, ambos, maestros albañiles”. Por fin, el edificio fue registrado como Bien de Interés Cultural el día 5 de julio de 1945. Gracias a eso aún hoy atesoramos aquel remoto artesonado morisco que, si estuviera en otras latitudes, sería visita obligada para propios y extraños.  ]]>

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