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Plaga de colilleros ‘sucios de cuerpo y boca’

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Farolillos de luz mortecina y botes de hojalata colgados del cuello eran sus señas de identidad. Pero tan romántica estampa quedaba deslucida por sus continuas escandaleras y peleas. Y eso, cuando no se dedicaban a robar. Eran los molestos colilleros que, desde finales del siglo XIX y durante décadas, mantuvieron en jaque a la autoridad, en estado de nervios permanente a los comerciantes y en pie de guerra a los periódicos. Ni unos ni otros lograron erradicar nunca lo que tildaban de plaga nauseabunda.

Vendedores ambulantes había para casi cualquier producto. ‘El Diario’ publicó en 1887 que el florero era “el rey entre los colilleros, betuneros, abellaneros, torraeros, barquilleros…”. Y, antes de vender flores, acaso fuera “aprendiz de sillero”. Este periódico denunciará 4 años más tarde que en las calles de Murcia había 200 chiquillos dedicados a tan burda tarea. “Betuneros, colilleros, voceadores de periódicos y billetes de lotería, individuos todos de una misma familia”, referirá otro diario.

Muchos de ellos eran vecinos de San Juan, “el barrio menos rico; pero no el más pobre, porque allí están los grandes-pequeños industriales, que empiezan en los colilleros y acaban en los que han dado la vuelta al mundo con un mazo de reluciente hijuela debajo del brazo”, según ‘El Diario’ publicó en 1895.

El inestable gremio se tornó insufrible a finales del siglo XIX. Los periódicos denunciarán en 1898 que en Platería actuaba “una turba de golfos colilleros”, quienes hacían imposible el paseo nocturno “pues con sus carreras y desvergüenzas ocasionan disgustos y molestias que deben y pueden corregirse fácilmente”. O eso pensaba el redactor.

“Chusma loca”

Tanta fue la popularidad de estos mocosos que el escritor Frutos Baeza les dedicó una poesía en 1899, calificándolos como “chusma loca y sin freno”. Esta aportación reviste interés pues el autor da cuenta del reciclaje de las colillas, unas veces convertidas en polvo mezclado con esencias para su inhalación, y otras revueltas con “lechugas, zanahorias, ortigas, flor de malvas, con berenjena, una porción de flores y otras historias”. El tabaco recogido, en realidad, se lavaba con agua y después era remojado en coñac de garrafa, para más tarde venderlo como nuevo, liado o sin liar.

A las críticas se sumó el diario ‘Las Provincias de Levante’, en cuyas galeradas avisaban de que eran “una plaga […]. Se meten por donde ven una puerta abierta, y unas veces molestan y otras hacen cosas peores”. Para el redactor era indispensable que la autoridad actuara porque “los vecinos se quejan y con razón de ese enjambre de chicuelos sucios y desvergonzados”. Las cosas irían a peor.

En mayo de 1899, los comerciantes de Platería arreciaron sus protestas. ‘El Diario’ exigió a la policía que detuviera a “esas pobres criaturas, abandonadas de sus padres” y las ingresara en las escuelas públicas o en el asilo “para sustraerlas a la influencia del ambiente malsano del vicio que respiran”.

Mientras los agentes bregaban por contener a los chiquillos, por si no querían caldo, se decretó un inesperado aumento en el precio del tabaco. Así que, mire usted por dónde, tuvieron dos tazas llenas. Porque el valor de las colillas también se disparó. De ahí que ‘Las Provincias’ insistiera en su campaña y arremetiera contra “la verdadera plaga de colilleros, sucios de cuerpo y boca, que tanto molesta y tan triste ejemplo da de nuestra cultura”.

El director de ‘El Diario’, José Martínez Tornel, pondrá como ejemplo de barbarie el denostado oficio al denunciar en 1899 que “en Murcia la embriaguez y el escándalo se han enseñoreado siempre de las calles y plazas”. En su encendida opinión, “se deja vivir en el arroyo a centenares de golfos colilleros” y se les tolera “la carrera del presidio que siguen sin embarazo ni obstáculo alguno”.

No todo eran protestas. En otro artículo de ‘Las Provinvias’, ya entrado el año 1900, se relataba el paseo en bicicletas alquiladas que varios colilleros habían disfrutado en la plaza de Santo Domingo. “¡Verse en bicicleta lo mismo que unos señoritos!”, exclamaba el articulista, quien añadía que aquellos zagales también pedían limosna. Y alguno, como publicó ‘El Heraldo’ en agosto por las mismas fechas, fue detenido con “una pistola del calibre doce, cargada”. Tenía el angelico solo 7 años.

Caza de grillos

Otra de sus ocupaciones, cuando llegaba el verano, era la caza de grillos, “que venden después a los niños poco mañosos”. O el asalto a las terrazas donde los murcianos, mal que bien, distraían la calorina estival. Pero eran una turba. “Parece que brotan de la tierra los chicuelos dedicados a aquella industria”, clamará ‘El Diario’ en agosto de 1900. La policía no se daba por enterada.

El rotativo aconsejaba a la autoridad que procediera contra ellos antes de que llegara la Feria de septiembre para evitar una mala imagen de la ciudad. Fue, como siempre, en vano. En las fiestas de aquel año se produjo una “aglomeración de colilleros y pordioseros” que suscitaron la indignación de los feriantes.

Un nuevo episodio de violencia tuvo como protagonista a “una pobre cubana traída a España por un soldado”. La mujer se dedicada a vender avellanas y aves. Los colilleros se divertían apedreándola por las calles “como si fuera una bestia dañina” y sin que los gobernantes hicieran nada. Los diarios estallaron.

Aquella cubana era “una infeliz mendiga, sin otro motivo que el de ser una pobre negra, títulos suficientes para hacerla objeto de hospitalidad y cariño”. Pero, además, había salvado la vida al soldado en la Guerra de Cuba, para luego seguirlo a España, donde el individuo fue encarcelado por otras peplas. El caso provocó que las tres cabeceras periodísticas murcianas, entrado el año 1901, hicieran causa común en sus ataques a aquellos gamberros “que están en consorcio constante con las golfas”.

La cuestión de los colilleros no quedaría del todo resuelta. Es más: fue el único gremio que continuó sus andanzas después de que en 1901 se comenzará a expulsar de la ciudad a los mendigos. Incluso sobrevivieron a la presión policial que redujo el número de robos y crímenes. Dos años después, como noticia inédita, se anunció la detención de 6 “betuneros y colilleros”. Pero aún 4 décadas más tarde, en 1946, todavía lamentaba en ‘La Verdad’ un guardia municipal: “Nuestra obligación de retirar de la circulación los colilleros también es un asunto de envergadura”. Y es que, digan lo que quieran, el tabaco engancha. Hasta en forma de colilla.

 

 

 

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