Kefrén, Keops y Micerinos. Durante siglos generaciones de escolares han memorizado, con mayor o menor afinación, el nombre de las más célebres pirámides egipcias. Pero quizá nunca nadie les haya contado que el tesoro que ocultaba una de ellas descansa en tierras murcianas. O mejor escrito, en el fondo del puerto de Cartagena. Allí se encuentra desde hace 173 años. Su valor es incalculable.
Micerinos (2539-2511 a.C.), hijo de Keops y sobrino de Kefrén, fue el sexto rey de la IV Dinastía del Imperio Antiguo. El alma del faraón descansó junto a sus familiares, ocupando la pirámide más pequeña, que había sido diseñada para esconder la cámara funeraria bajo tierra, a diferencia de las otras dos. Sin embargo, Micerinos no evitó que fuera profanada. Aunque los ladrones no pudieron transportar uno de sus más valiosos tesoros.
El coronel Richard Howard-Vyse exploró en 1837 la pirámide, adentrándose en ella a través de un gran agujero practicado en la piedra por unos milicianos turcos. En su interior, descubrieron dos cámaras funerarias. La primera contenía un ataúd de madera con algunos restos humanos. La inscripción del féretro hacía referencia a Micerinos. Y en la segunda les aguardaba una sorpresa: en medio de la sala se alzaba un gran sarcófago de basalto.
La pieza había sobrevivido a las incursiones de los cacos porque pesaba varias toneladas. Labrado en una pieza, la dureza de la piedra volcánica empleada en su construcción aún mostraba la belleza que habría de tener tres mil años antes. El sarcófago presentaba la particularidad de reproducir a escala uno de los templos egipcios de aquella dinastía, de los que apenas se conservan unos cuantos cimientos. Y por si fuera poco, se trataba del único que había sido labrado para las famosas pirámides de Gizeh.
El coronel, una vez concluida su campaña, fletó dos barcos para transportar los tesoros encontrados hasta Londres, donde serían depositados en el Museo Británico. En uno de las embarcaciones, llamada Beatrice, se empaquetó el gran sarcófago, junto a centenares de cajas con soberbias piezas de arte egipcio. De hecho, el cargamento era un regalo para la Corona inglesa del rey de Turquía, quien en aquellos años dominaba Egipto. Hay autores que cifran en 300 las cajas que se embarcaron.
Los barcos, bajo pabellón inglés, zarparon de Alejandría. El viaje debía durar unas 9 semanas. Pero nadie sospechó la desgracia que se cernía sobre ellos. En este punto, el faraón Micerinos, tres milenios largos después de su muerte, escribiría una página murciana en su biografía del más allá.
Sucedió el 30 de octubre de 1838. Un temporal en el Mediterráneo obligó al capitán de la goleta a buscar un puerto cercano para guarecerse hasta que amainara. El más próximo era Cartagena. Lo último que debieron contemplar los marineros antes de que se hundiera el barco fueron las sierras del litoral cartagenero. Porque allí se hundió Beatrice, con el sarcófago de basalto y el resto de tesoros que transportaba.
Los detalles del siniestro están bien documentados porque no se produjo ni una sola víctima. Tan cerca estaba la goleta de tierra que todos sus marineros lograron alcanzar la costa a pesar del envite de las olas. El más importante cargamento de antigüedades egipcias yacía, según declaró el capitán, a menos de 40 metros de la superficie.
La compañía Lloyd’s, que había asegurado la goleta, pagó por el siniestro 148 libras por una carga perdida cuyo precio hoy sería incalculable. Pero hizo algo más: legó para generaciones futuras un extenso expediente con la investigación sobre los detalles del suceso, las declaraciones de los marineros, el supuesto contenido de las cajas y un sinfín de precisiones que no han sido nunca desveladas para evitar saqueos.
Con el paso de los años se fueron conociendo algunos documentos de la propia compañía y de la Fundación Reina Isabel, del Museo Británico. El Gobierno inglés, a finales del siglo XIX, intentó sin éxito negociar con España el rescate de los restos. Desde ese momento, las intentonas por recuperarlos se han sucedido, hasta ahora de manera infructuosa. Incluso el Secretario del Consejo de Antigüedades Egipcias, Zahi Hawass, aseguró en una reciente visita a Madrid que impulsaría el rescate del preciado sarcófago.
El naufragio del Beatrice acaso provocó la difusión de una extraña leyenda sobre el desembarco de un sarcófago en Cartagena. El ataúd, que bien podría corresponderse con alguno de los que transportaba la otra goleta de la expedición inglesa, transportaba un vampiro, que fue sembrando el terror y numerosas víctimas por todo el país. Entretanto, algunos pescadores aseguran que en cierto lugar de la mar, frente a la ciudad portuaria, es imposible encontrar ni un solo pez. Y hablan de una maldición.
Lo único cierto es que a unos cuantos metros bajo el bar reposa un tesoro espléndido y es muy posible que se haya conservado bien, habida cuenta de que estos cargamentos se sellaban con cera, sin contar con la dureza del basalto. Además, si es que encuentran algo, habrá que determinar qué Estado es su propietario. Aunque mientras lo discuten, la humanidad entera podrá admirar una de las piezas egipcias más soberbias.
Nice blog )
¿No habría sido más correcto el titular si se hubiera ceñido a la realidad?: “La biografía cartagenera del faraón Micerinos”. Pero no, claro. En esta CARM se confunde el todo con la parte y viceversa. Qué se le va a hacer… aunque si esta CARM existe es porque en 1978 se pidió la “preautonomía” al Gobierno de la Nación alegando “LA SIGNIFICACION DE CARTAGENA EN RECONOCIMIENTO A SU FUNDAMENTO HISTORICO, SU ENTIDAD SOCIOECONOMICA Y SU SINGULARIDAD MARITIMA”
(TEXTO DEL REAL DECRETO-LEY 30/1978 publicado por la Jefatura del Estado en BOE n. 242 de 10/10/1978 Páginas: 23509 – 23510) ¿O esta parte de nuestra Historia reciente no interesa, y que explica por qué la Asamblea Regional está en Cartagena y no a orillas del Segura?