19th Ave New York, NY 95822, USA

“¡Ting! El Perdón está en la calle!”

La banda, que suspira por Amarguras, hace retemblar la plaza nazarena mientras el repiqueteo sordo de los tambores entelados aplaca un instante la algarabía de los vendedores de globos, de los murcianos que discuten con los gitanos de las sillas y las abuelas que acomodan banquetas plegables con cojines estampados en cualquier acceso de la carrera. “¡Señora, que eso es un paso!”, le advierte un municipal. “¿Un paso, nene?” –le responde altiva- ¡Para pasos, el Perdón!”. Y, de repente, parece volverse sorda, clavados sus ojos, como si de la Soledad se tratara, en la bendita cuesta de San Antolín.

Las siete en punto y la calle Vidrieros ardiendo de nazarenía. Entonces se escucha el primer sonsonete, apenas imperceptible. “¡Ting!”. Un segundo capta la atención de una joven que cumple su agradable penitencia dando cuenta de un pastel de carne, que en Murcia la Cuaresma acaba a la puerta de San Nicolás el Viernes de Dolores. “Ya estamos”, protesta el abuelo. De nada le servirá porque, al unísono, un reguero de timbrazos recorre la ciudad. “¡Ting, ting, ting…!”. Imparable, en el castizo barrio magenta, se inaugura la Semana Mayor a golpe de tuit improvisado.

Bullicio en el costado del templo. Las hermandades forman. De los balcones cuelgan banderas magenta. “¡Ting! A la puerta del Perdón, esperando para salir”. Hierven de estantes los bares del barrio obrero. Un último café, el penúltimo cigarro, acaso unas cervezas para animar el espíritu y el hombro. “Paco, tómate un pincho tortilla que hasta las once no entramos!”. Vibran los tablones de la cuesta cuando cruza el remoto estandarte de la seda. A un lado, las bocinas reflejan los últimos rayos de la primavera murciana.

“¡Ting! Los Ángeles de la Pasión, en la calle”. La plaza contiene el aliento hasta que el trono se equilibra sobre el asfalto. Aromas de lirio inundan el itinerario nazareno. Tintinean las tulipas, que en Murcia siempre se llamaron bombas, y reverberan los rostros de las tallas.

Getsemaní, El Prendimiento, Caifás, Flagelación, Encuentro, La Verónica, Ascendimiento… Ni un solo paso arranca su singladura cofrade sin que un teléfono inmortalice, aunque sea tan fugaz como el atardecer de Lunes Santo, las maniobras de salida desde el templo. “¡Tira el cigarro que vamos a salir!”, se escucha a un mayordomo. “¡Coño, siempre con las prisas!”, le responden. Porque el cortejo magenta, por muchos wasap que intenten definirlo, sigue siendo una procesión de barrio de antiguos colmados, un desfile de familias con título de nazarenía, casi de propiedad, para acudir al Perdón y tutearlo. “¡Ting! Tiro el cigarro y me tapo la cara. ¿Será pesao el mayordomo?”.

Solo un instante paraliza ese ajetreo proverbial de nuestra Semana Mayor, esa agitación de tabaco negro y carajillo apresurado, de túnicas pálidas de años y tradición, de rosarios y promesas que se heredaron, de cintas de tela para soportar las senás, de tormentas que se desgranan como lágrimas traicioneras. Cuando bajo el dintel del templo asoma el Cristo del Perdón, un silencio incómodo y contenido augura la explosión de aplausos y suspiros que acompañarán su trágico caminar a lo largo de la cicatriz nazarena que, cada doce meses más o menos justos, traza sobre el plano de la ciudad. “¡Ting, Viva mi Señor de San Antolín!”.

Bastaría que al Perdón volvieran a recogerlo tras descender su cuesta para que la Semana Santa se cumpliera. Y no habría instantánea que reflejara ese momento mágico. ¿Quién mira una pantalla pudiendo ver a Cristo cuando por la ciudad avanza? Las burlas de las bocinas, como lenguas de cinc afiladas, van proclamando por Murcia que el Señor del Malecón, sobre tarima sagrada, más que en unos hombros huertanos, sobre mil suspiros anda. Una legión de teléfonos van capturando su talla. Incluso entre los penitentes hay quien la tentación no aguanta y, a escondidas entre la tela, inmortaliza la estampa. “¡Lo único que me faltaba!”, clama el buen regidor.

Tarde de gran procesión, tarde de manola enlutada que taconea la carrera con la carita empolvaba. Y tras la recogida, por si alguno nos faltara, resuena el último mensaje cuajado de devoción. “¡Ting! Soy el Papa Francisco. Que viva el Cristo del Perdón!”.

Dejar un comentario

error: Content is protected !!