El general Ulisses Grant se dirigió pensativo hacia uno de los ventanales de su despacho y contempló el atardecer que se desplomaba, entre una nube de mosquitos encendidos de malaria, sobre los pantanos que cercaban la Casa Blanca. «¿Y dice usted que Cartagena está en ese país&hellip en España?», volvió a preguntar. El funcionario asintió, a la espera de órdenes. Una algarabía de soldados, agentes y oficinistas hacía retemblar, con sus maldiciones y portazos, el piso de la célebre mansión. El general suspiró: «Comunique al embajador que estudiaremos esa propuesta». Y antes de que quedarse solo concluyó: «¡Y recuérdeme que ampliemos este maldito edificio¡».
La decisión que el presidente de los Estados Unidos proponía estudiar, allá por el año 1873, podría haber cambiado para siempre la Historia de España. Se trataba del curioso ofrecimiento de un pequeño reducto de revolucionarios que, bajo las órdenes del huertano Antonete Gálvez, se habían hecho fuertes en el Cantón de Cartagena contra el Gobierno de la Nación.
Los cantonales, asediados por el empuje de las tropas centralistas, ofrecían a Ulisses Grant convertir Cartagena en un estado americano, unirse a la Unión a cambio de que aquella les brindara su protección como otro Gibraltar cualquiera. O más. Porque los cartageneros deseaban convertirse en ciudadanos americanos de pleno de derecho, desligados de la antigua España. Y era un ofrecimiento a tener en cuenta, desde luego, a juzgar por la estratégica situación del puerto en el Mediterráneo. ¿Pero cómo es posible llegar a ese extremo?
España era entonces un país demasiado inestable. El rey Amadeo de Saboya había abdicado, aburrido de las luchas internas. La proclamación de la Primera República no logró calmar los ánimos, ya de por sí caldeados por los enfrentamientos en Cuba, entre los carlistas, la grave crisis económica, las epidemias y la hambruna o un servicio militar que diezmaba familias en aras de la seguridad nacional.
Este último problema ya encendió en 1872 el ánimo de Antonete Gálvez, quien subió en protesta al monte Miravete de su Torreagüera natal y acabó levantando barricadas en la ciudad de Murcia.
La rebelión fue sofocada. Pero para la Historia ha quedado aquella célebre noticia difundida por los diarios nacionales y desvelada en esta misma página hace unos meses. En ella se afirmaba, al describir la revuelta, que en las calles murcianas «se ven en calzoncillos y algo menos a los sublevados que manda Gálvez». En realidad, describían los típicos zaragüelles.
Tras la proclamación de la República, Gálvez retomó sus ideas, en esta ocasión orientadas a constituir un Estado federal y descentralizado. El nuevo Gobierno hacía aguas. Cuatro presidentes en un año. Así que Antonete recordó aquella vieja máxima huertana de «liarse la manta a la cabeza» y proclamó el Cantón de Cartagena el 12 de julio de 1873, reservando para su persona el título de Comandante General de las tropas.
Sobre el célebre castillo de Galeras ondeó una bandera turca, la única que encontraron en el cuartel y que fue teñida con la sangre de un soldado para simular el rojo característico de la República. Cartagena proclamaba su independencia y hasta acuñada monedas. Con su peregrina soberanía recién estrenada, los cantonales se dispusieron a utilizar los barcos del puerto para reclamar fondos en las poblaciones limítrofes.
Crisis económica mundial
A miles de kilómetros de la Región, el presidente Ulisses Grant andaba más preocupado en sus problemas internos. El año de 1873 pasó a la Historia como la fecha en que se inició la llamada Depresión larga, la primera de las grandes crisis del capitalismo. En septiembre de aquel año, quebraba Jay Cooke & Company, una destacada entidad financiera. Era el principio del fin.
Los endeudados bancos americanos necesitan financiación pero el presidente impulsó una política monetaria restrictiva que desencadenó el caos. Y las empresas no obtenían préstamos. Cientos de bancos en Europa cerraron sus puertas. La crisis se extendería durante los siguientes seis años.
Es cierto que Ulisses Grant tenía sus propias preocupaciones. Como también lo es que siempre fue un mal estratega comercial, responsable de la quiebra de numerosos negocios familiares. De hecho, solo la publicación de sus memorias le permitió amasar cierta fortuna antes de morir.
En Cartagena, mientras tanto, la situación se agravaba. Tras seis meses de asedio y numerosos bombardeos, que asolaron la ciudad en un 70%, el Cantón se rindió el 12 de enero de 1874. Hay autores que aseguran que Estados Unidos no tuvo tiempo de valorar la oferta cartagenera. Otros, quizá más acertados, mantienen que los americanos no querían un enfrentamiento con Madrid y declinaron la propuesta. O acaso no tuvieron tiempo. Apenas dos décadas más tarde estallaba la Guerra de Cuba entre España y Estados Unidos. ¿Qué hubiera sido entonces de Cartagena si el general Grant hubiera apoyado la propuesta?