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Romance a un nieto en San Pedro

Querido nieto: De los balcones murcianos cuelgan relucientes palmas. Las antiguas se quemaron con la Cuaresma que pasa. Son las siete y en San Pedro la Esperanza se derrama. Miles de sillas repletas, meriendas improvisadas, sabor a pastel de carne y a cervecica enlatada, tarde de pasos remotos, con sus tarimas doradas, de cíngulos y de rosarios, de manolas enlutadas, de jóvenes que galantean, de muchachas sonrojadas, de bolsas de caramelos por donde asoman las habas, huevos duros plateados y pastillas alargadas, de incienso y de tenebrarios, largos collares de nácar, mantillas y medias negras, de repizco y alpargatas, gitanos que ofrecen sillas y discuten y se enzarzan, si alguien no quiere pagar por ver a Cristo que pasa.

Ahora podría morirme y al Infierno me llevaran si no me tiemblan los pulsos al escribir esta carta. Hace un año justo que deje mi sitio en la vara y desaté mi almohadilla como si fuera mi alma. Ni siquiera hallé consuelo mientras la abuela exclamaba: “¡Qué gran puntavara has sido, estante de pura raza!”. Si aquel día tanto lloré, éste no le va a la zaga. Creía que mi apellido, conmigo, se jubilaba. ¡Ya nunca lo nombrarán cuando se abra la Esperanza!

Desde hace un año, desde aquél bendito día en que dijiste que querías ser nazareno, este viejo estante ha contado las horas, una a una, pastilla a pastilla y achaque a achaque, para verte lucir tu diminuta túnica verde, de la Esperanza, la que vestimos los de San Pedro cuando llega Semana Santa. Por eso quiero contarte la alegría que me embarga, y describirte los pasos, y aconsejarte en tu infancia, que arrimar el hombro, nene, no es cosa fácil ni llana.

Abre el cortejo de la Domenica de Ramos una de las más bellas estampas de la Semana Santa murciana. Jesús, sin aún ser Nazareno ni Cristo, rodeado de chiquillos. Era un paso cantado. ¡Cuánto disfrutabas, año tras año, el desfile de otro trono, Entrada de Jesús en Jerusalén, conocido como el de la burrica por mostrar a Jesús sobre un pollino! O te sorprendías ante el Arrepentimiento de San Pedro, obra de Salzillo, con su remoto gallo en la negación. “¿Abuelo, está viva la gallina?”, preguntabas. “¡Claro, niño, pero formal y en su sitio porque es de la Esperanza!”. El olor a nardos y rosas la carrera perfumaba.

Torbellino de túnicas verdes, de terciopelo elegante, de percal y cintas blancas como visten los estantes. Hasta María Magdalena contempla tan sabios andares. Mira que adornan su mesa los más selectos manjares. En la víspera, uno a uno, los colocan sus cofrades, con fino alambre bendito quedan parejos e iguales.

Quiero que repares en nuestro Jesús Nazareno, lo llaman de la Penitencia, el que tallara Baglietto, y abraza con fuerza la cruz sobre su hombro derecho. Una multitud de fieles abandona sus sillas a su paso, porque en ellos clava su mirada, al viento su larga melena, entornados los párpados y la cruz de cantoneras. Cuando te encuentres con él, acuérdate de la abuela, la que planchará tu túnica, de madrugada, en la huerta, dándole unas puntaditas para que quede perfecta.

Luego verás a San Juan con una palma en la mano, la palma de la victoria por haber compartido con Cristo la Pasión. Casi mil quilos de trono sobre 26 estantes. Y María, la Santísima Virgen de los Dolores, aquella que Salzillo imaginó arrodillada ante la Cruz y los murcianos, hace ahora medio siglo, levantamos para acercarla aún más al Hijo. Allá arriba, en las alturas, tu padre que fue mi anhelo, el hijo de mis entrañas, el que se llevó San Pedro porque de tan bueno que era sacó contraseña de Cielo, se sentirá orgulloso de verte como hombre y nazareno.

Un estante ejemplar

Observa bien la carrera. Como tu trono es el último, verás la salida entera. Disfruta de la belleza de los pasos en la puerta, colmada Jara Carrillo de ventanas entreabiertas. Puerta estrecha, de grande historia, donde los estantes nobles deben probar su experiencia. Verás que la madera casi roza la piedra de las cancelas. Y entonces llega tu paso, Cristo de la Esperanza eterna.

Si acaso no acabo esta carta, porque las manos me tiemblan, prefiero dejarte claro lo que tus mayores piensan. Grábalo en tu memoria, recuérdalo cuando crezcas. Saca los pies por delante, en acostado en la vara, no vayas a perder el paso que es a Cristo a quien ensalzas. Por la tanto mismo, nene, tampoco saques la panza, que en Murcia caminan los pasos y nunca desfilan ni bailan.

Jamás discutas tu puesto, si es en tarima o si en vara, porque a todos los estantes su estatura los iguala. Y en caso de controversias, resolverá el cabo de andas. Para él, respeto y cariño; aunque se equivoque, calla. Tú heredas solo mi túnica, que da igual donde se carga, con tal de no fingir nunca ni poner la cara larga, dando a entender que te matas sin alcanzar a la vara. Siempre ten presente esto: el paso lo cargan los hombros, los pies aguantan su peso, el espinazo se arquea, resopla de angustia el pecho; pero es con el corazón como camina derecho. Así que puedo morirme, tranquilo y sin despecho, que el Cristo de la Esperanza, después de ver a mi nieto, que me llame cuando quiera para cargar en el Cielo.

 

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