Antes de que la madeja de ilusiones cofrades se deshoje, entre nostalgias de aromas a incienso y a túnica antigua, en esta anochecida azul del Amparo, mientras revolotean los estantes en la penumbra de velas de San Nicolás, cuando resuena la cancela remota y bostezan de primavera las tarimas florecidas, antes aún de que el estandarte de tela clara anuncie que Murcia estrena Semana Santa, un nuevo paso, inesperado y decidido, como el puñado de caramelos que recibe el forastero, se suma al cortejo impaciente. Ese paso es el silencio, el silencio que inunda el templo cuando la campana anuncia la hora. Ese paso, que se torna materia en el corazón del nazareno, sustenta sobre la tarima de la memoria el recuerdo de quien ya jamás gritará, siete en punto de la tarde, cumplido el Viernes de Dolores: “¡Procesión a la calle!”. Ese paso no es el Ángel de la Pasión, que pudiera serlo. Es de otro Ángel. Ese paso imaginado es tu presencia, Ángel Galiano, que siendo como eras presidente del Amparo, te convocaron para siempre en el Sepulcro. Y tú, sabe Cristo que a disgusto, dejaste desamparada la cofradía de tus entretelas. Porque tu ausencia, maestro de túnica antigua, estremece el canto metálico de las burlas, que son lamentos que ruedan hacia Belluga como suspiros de latón alargados. Porque tu pérdida, cabo de andas de toques medidos, atenúa el estrépito de los tambores sordos que, por sentirse huérfanos, redoblan apagados sobre la tela, que es paño de nostalgia empapado. Porque, perdóname si te digo que diste la nota cofrade de esta Semana Santa al marcharte, de repente, como tú hacías las cosas, a organizar cortejos en el cielo. Bosteza la primavera En esta tarde, con tu procesión en la calle, mientras bostezaba la primavera lamentos azules, preguntaron los gorriones desde los aleros más nazarenos si acaso te entretuviste en la convocatoria de tu Amparo, esa que presidías con el orgullo de un padre que abraza al hijo, ya crecido y recio como un estante de morera, antes de arrimar el hombro por primera vez. Querían saber de ti las oscuras manolas mientras salpicaban la carrera de lágrimas de cera. Y lloraba la Verónica del Encuentro porque no te encontraba. Y el Gran Poder es por ti por quien sangraba. Y quería saber de ti Pilatos cuando, aturdido por tu ausencia, elevaba su mano de procurador y creía señalarte. Pero, ¡ay romano, qué poca gracia!, se equivocaba. Nadie nos daba razón de tu paradero. Y hasta los sayones de Hernández Navarro detenían su cruel tormento para buscarte en el retorno, cuando mirabas el reloj y ahogabas una sonrisa porque la procesión iba lenta. Porque, perdóname otra vez amigo que tanto hiciste porque tanto amabas Murcia, pero iba justita, justita aunque espléndida. “Prisa ninguna, vamos bien”, pontificabas con picardía de huertano, con mano cofrade izquierda de banquero noble. Tú, maestro de rosario nacarado, si te hubieran dejado, estaría el desfile detenido para siempre en la Catedral. Si tú Cristo del Amparo te hubiera regalado un año más en esta Jerusalén murciana no tendría que llorarte galeradas azules cuando se apagan los últimos brazos de luz del viernes. Jerusalén, ¡cuánto te gustaba esa marcha! Y querida María Ignacia, descansa, que tu Ángel ya anda tarareándola en el paraíso. Aniversario enlutado Te has ido cuando menos lo esperabas, cuando se cumplen treinta años desde que se fundó la cofradía. Huérfano queda el barco de tu tarima del Señor de San Nicolás, prendida de lazo negro y estante desamparado. Huérfanos Sánchez-Parra y Ayuso y De Ayala, tus compañeros de quinario, de barra castiza y sobremesa cofrade. Tú eras, como muchos en broma te decían, “el presidente de la institución”, del Real Cabildo de Cofradías, donde el Señor de las rosas azules te enviaba, confiado, a defender la nazarenía del viejo barrio. Pues en Murcia se escribía presidente del Cabildo pero se leía Ángel Galiano. Y ahora todos te buscan caída la tarde por Trapería. Y se detiene el tiempo al paso del trono que comandabas y que dirige tu hijo mientras con su corazón muerde de añoranza el estante. Y brillan mil pupilas al recordarte, como relumbran de pena las tulipas que tintinean al compás de la marcha y el oro que refulge en las cantoneras del santo madero. Por el costado de Cristo, brota de sangre un reguero. Te seguiremos esperando, nazareno de alma de vara plateada de mayordomo, cada Viernes de Dolores en San Nicolás. La procesión pasará, como la vida, entre notas de marcha apenada unas veces, con el aroma airoso de la alhábega otras. Pero allí volverás a encontrarte con Ella, con María Santísima de los Dolores, la única que mientras camina por Murcia alza sus ojos a la madrugada pues sabe que tú, amigo y maestro Ángel Galiano, acabas de encenderte en el cielo tu inseparable y último cigarro antes de ordenar al mismísimo San Pedro: “¡Procesión, al firmamento!”.]]>