Jose Echegaray, antes de convertirse en el primer Premio Nobel español de la Historia, aún antes de que su busto adornara aquel célebre billete de 1.000 pesetas, ya había recibido el título de Hijo Predilecto de la Ciudad de Murcia. Comparación inaceptable de no ser porque el ilustre personaje, aunque no había nacido en esta tierra, se consideraba murciano como el que más. De hecho, debían haberle entregado el título de Hijo Adoptivo -ya que nació en Madrid-; pero fue distinguido con el otro, pues toda su infancia discurrió en Murcia. La ceremonia de entrega se realizó aprovechando la tercera inauguración del Teatro Romea.
El célebre teatro, en apenas cuatro décadas, fue inaugurado hasta tres veces. Y en las tres ocasiones después de que el fuego convirtiera en ceniza sus tablas. De la primera inauguración se cumple el próximo jueves un siglo y medio justo. Fue el 25 de octubre de 1862 y el actor Julián Romea, interpretó una obra de Ventura de la Vega titulada ‘El hombre del mundo’. En aquel tiempo se llamó al edificio Teatro de los Infantes, en honor a los hijos de la Reina.
El primer gran incendio sucedió en 1877 y obligó a reconstruir el edificio con un proyecto del arquitecto Justo Millán. A partir de este instante, el teatro adoptó su actual nombre. Pero, aunque sea por curiosidad, es preciso anotar que este centro no fue el primero que honró la memoria del célebre murciano. Ni siquiera el segundo. Ya había otros dos escenarios con ese nombre.
Zarzuelas sobre tablas
En la capital del país han existido a través de la Historia, como poco, hasta tres teatros con el nombre del actor. El primero de ellos abrió sus puertas alrededor de 1870, alcanzando un rápido éxito de público por sus representaciones de zarzuelas que, en gran número, se estrenaron sobre sus tablas. Tablas, en cambio, que arderían por un incendio intencionado en el 4 de abril de 1876.
El segundo de los teatros así llamados no necesitó del fuego para cerrar sus puertas. Las clausuraron sus propietarios ante la pobre respuesta del público. Sería el tercer Teatro Romea, edificado en 1892, el que se consagró definitivamente en la Historia de la lírica española. Estaba ubicado en la calle Carretas. Tan próspero resultó el negocio que, en 1919, se permitían pagar a las cupletistas 500 pesetas de la época por función.
De hecho, fue el propietario del teatro, Alexanco, quien desarrolló una política de precios al alza, disparando el caché de los artistas. Aquel teatro, además, destacó por su cuidada decoración, más colorista, luminosa y moderna que la ofrecida por el resto de sus competidores.
El escenario de la calle Carretas acogió a las más grandes estrellas que trajo el siglo y la historia de sus anécdotas es interminable. Entre sus muros conoció al Rey Alfonso XIII a la atractiva actriz argentina Celia Gámez, a quien siguió hasta París para asistir a una de sus funciones con el seudónimo de Monsieur Lamy. Pero antes, en el Romea, según contaban en la Corte las malas y avisadas lenguas, la diva ya había encandilado a Su Majestad interpretando el tango ‘A media luz’. A dos palmos de su boca. Así, cualquiera. El fin de los días del último Romea llegó el 20 de julio de 1892, cuando fue derribado para ampliar la calle que lo acogía.
Barcelona también tuvo, como sigue teniendo, su particular Teatro Romea. Allí, claro, es el Teatre. Fue inaugurado el 18 de noviembre de 1863 en un local del Casino de Artesanos. Aunque en un principio se barajó el nombre de Jaime I, al final optaron por homenajear al actor murciano. El local tenía una capacidad para 600 personas.
El Teatro Romea de Barcelona superó epidemias y crisis económicas gracias a sucesivas gestiones de éxito que, incluso, en el año 1913 permitieron ampliar el aforo hasta las 1.500 localidades. En 1981 se convirtió en el Centro Dramático de la Generalitat. Hoy mantiene una programación regular. Y, que yo sepa, no ha sufrido ningún incendio. El Romea murciano, en cambio y según la leyenda, aún debe padecer otro fuego que volverá a arruinarlo. Esperemos que pasen algunos años, recién restaurado como está.
«Fui niño en Murcia»
Siguiendo con los incendios del Romea, en 1899 sufrió el segundo y, por tanto, hubo que celebrar una nueva inauguración el 16 de febrero de 1901. En aquella misma velada recibió el título de Hijo Predilecto de Murcia José Echegaray, ingeniero, economista, matemático, diputado, senador, ministro, miembro de tres Academias y, por encima de todo, Premio Nobel de Literatura en 1904. Echegaray recordaría más tarde que «yo fui niño en Murcia y no lo he vuelto a ser en ninguna parte». No era un cumplido.
Después de recibir el Nobel el autor escribiría: «¡Cuántas cometas, estrellas y barriletes he remontado yo en Murcia cuando chico, desde la alegre azotea o desde la hermosa huerta próxima al Malecón, o desde la fábrica de Salitre! Yo remontaba cometas por jugar, porque me regocijaba ver sobre el hermoso azul del cielo murciano unos cuantos pliegos de papel con armazón de cañas (…), flotando en los aires y sujetos a mi voluntad por un hilo. En la vida, muchas cosas están sujetas por un hilo a la voluntad; pero el hilo casi siempre se rompe, o la traidora cuchilla de la cola de otra cometa viene a cortarlo».
Faltaba Jacinto Benavente
Tiene la ciudad de Murcia, por tener, hasta otro premio Nobel. Y en esta ocasión con auténtica sangre murciana. Se trata de Jacinto Benavente, quien acaso hubiera sido un espléndido portero de la Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia -como lo era su padre- si no se hubiera marchado a Madrid a estudiar Medicina. También recordaría siempre su infancia murciana, incluido el Teatro Romea, cuya fachada ya entonces presidían los bustos de Beethoven, Mozart y Listz y los cuatro medallones de los dramaturgos murcianos Andrés de Claramonte, Damián Salucio del Poyo, Gaspar de Ávila y José Selgas.