A la Esperanza de San Juan, cuando se pone el Arco remoto por montera de corona estrellada, los murcianos la tutean. Y es de tanto quererla. Porque tiene esta talla de Sánchez Lozano, que el viento mece sobre un campo de velas, algo de andar por casa, de sencillez en la mirada y manos entreabiertas, como si hiciera un instante que andara rezando el rosario que en ellas se balancea. María Santísima que, por guapa y soberana, abre el camino al Rescate por la calle Tahona hacia Trapería. Delante, la Cruz Guía de Segura, que anuncia el revuelo de túnicas blancas y verdes para la Madre, moradas con capa blanca para el Cautivo.
¡Ay padre mío de Rescate, que vas caminando por Murcia sin que nadie se atreva siquiera a alzar la mirada a tu trono! Bien sé que andas buscando el suspiro nazareno del murciano que, teniendo mil ocupaciones, se reserva esta tarde de angustia y recogimiento para verte pasar. Por eso es un estruendo de cánticos tu paso por el corazón nazareno de esta ciudad metropolitana. Por eso se amontonan los turistas para contemplarte, Señor que todo lo sanas, mientras se mece tu tarima, que es sagrada. ¡Qué podría ofrecerte, Maestro que todo lo llenas! Si me conformo con mirarte, sin aguantar la mirada, sabiendo que conoces las entretelas el alma.
La ciudad se rinde al cortejo, que va desgranando suspiros, abriendo una cicatriz nazarena en el corazón del casco antiguo. Y María se enseñorea por la calle La Merced, con el manto recién restaurado, el manto más grande de la Semana Santa, casi tanto como la serenidad del rostro, que parece ir saludando, uno a uno, a los murcianos. Y les pregunta por sus cosas, si acaso el año fue bueno, si se cumplen sus anhelos si acaso les falló algún sueño. “Mamá, ¿por qué llora?”, pregunta un chiquillo en Cetina. “Porque no la dejan quedarse con nosotros, que ella quisiera”, le responde la abuela.
La Hermandad de Esclavos cumple su procesión austera. Sobria y recogida, como un paréntesis cofrade entre el revuelo castizo de El Perdón y la algarabía colorá de la Sangre, en este Martes Santo que ya va reclamando la Gloria. Allí creerán estar sus devotos cuando, a la recogida, sumida la plaza en la oscuridad, vuelva a encenderse con las voces de las corales que arropan el tradicional encuentro. Antes, bajo el Arco de San Juan, cruza de nuevo la Esperanza ya rendida. Y aparece el Rescate maniatado, abierta la boca en una súplica, coronado de plata pura, mientras cierta brisa le acaricia el pelo.