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Lágrimas del cielo para la Esperanza

Fotografía publicada por Javier Carrión en La Verdad el 25 de marzo de 2024

En otros remotos siglos los llamaban signos o presagios. En esta época que vivimos se conoce por otro término menos romántico y más acertado: predicción meteorológica. Y este domingo por la tarde, para desgracia de tantos, los científicos acertaron de pleno. Cierto es que muchos confiaban en que, tras meses y meses sin llover en esta reseca tierra, era bastante improbable que se presentara. Olvidaban que Murcia es ciudad de curiosas dualidades. Y anoche resultó evidente esta teoría: no llueve nunca, salvo en Semana Santa.

Al principio, una lluvia fina aunque no molesta, comenzó a humedecer la comitiva. Su intensidad no auguraba la suspensión del cortejo y ni siquiera los miles de espectadores sobre los que caía abrieron sus paraguas. Además, cierta tranquilidad daba, acaso unos cuantos minutos de ventaja frente a la tormenta amenazante, el plan de emergencia que toda cofradía dispone en estos casos: itinerarios ante un imprevisto retorno, plásticos dispuestos para desplegarlos sobre las tallas y parroquias cercanas avisadas para abrir sus puertas y guarecerlos. Pero la borriquita del paso de la Entrada de Jesús, que su escultor bautizó como Teresa, parecía alzar sus ojos de cristal mirando al cielo y un tanto inquieta. No se equivocaba Teresa. Algunos recordaron aquel Domingo de Ramos de 2018, cuando ocurrió exactamente lo mismo que iba a suceder.

Fue una desigual partida de ajedrez nazareno entre las nubes y la Esperanza, que cuantos más pasos sacaba desde San Pedro a la calle, en ese improvisado tablero de Pasión del callejero murciano, más arreciaba la lluvia ganando casillas. Hasta el triste jaque mate. Ni las llaves de San Pedro que lucen en el escudo de la cofradía lograron echarle el cerrojo al temporal. Más bien el ancla, que también forma parte de su iconografía, recordaba una mar embravecida. La misma que terminó sentenciando la procesión.

Fue entonces cuando quienes presenciaban el desfile en Trapería apenas vieron pasar los primeros dos pasos. Fue entonces cuando el Cristo de la Esperanza tuvo que volver en su parroquia.

¿Cómo descubrir que una procesión se suspende y vuelve a su iglesia? Muy fácil. Y no sirve observar a los penitentes de las filas, que permanecen en esos primeros ‘impasses’ quietos y mirando hacia adelante. Sin embargo, basta comprobar cómo comienzan a cubrirse los tronos con plásticos y cómo los estandartes de las hermandades, igual que los músicos de las bandas, se dan la vuelta a la espera de instrucciones.

El comienzo del fin

Ocho menos cuarto de la tarde. La lluvia arrecia y se abren, en la plaza de Belluga, las puertas del palacio episcopal por si fuera necesario trasladar los pasos a su interior. Ya no hay vuelta atrás, salvo para el desfile, pues ese será el camino, inseguro y resbaladizo, que elijan los estantes de las últimas hermandades, las más próximas aún a su sede.

No existe situación más triste para cualquier cofrade que, durante doce largos meses, ha trabajado y sufrido por salir a las calles. Aligeraron la marcha dando la mayor muestra de nazarenía que podían hacer, en forma de desafío a la lluvia: sin romper las filas de penitentes, sin que ningún cofrade abandonara su puesto y manteniendo similar e inverso orden.

El amargo retorno solo tuvo una recompensa: los aplausos que, en improvisada muestra de solidaridad, los murcianos dieron a cada hermandad. Lo contaba Diego Avilés, quizá en su calidad de nazareno del Perdón, que eso sí que es para siempre, antes que en su cargo de concejal de Cultura, al advertir de que era «gratificante» la reacción y el ánimo de los murcianos, «aguantando bajo la lluvia y aplaudiendo a los nazarenos que retornaban a la iglesia». Porque en esta ciudad, llueve o truene, nadie vende su fervor por la lluvia. Las reacciones comenzaron a sucederse. A las 19.50 horas, el Real Cabildo superior de Cofradías anunció que la Esperanza regresaba a San Pedro. «Mandamos nuestro ánimo a los hermanos de la corporación del Domingo de Ramos», lamentaban utilizando, acaso por la inquietud del instante, el tan poco nazareno término «corporación», pudiendo emplear el lógico: cofradía.

Aún no había pasado una hora cuando todos los tronos, como prueba evidente del buen hacer de la institución, ya estaban a salvo en su sede canónica. Hasta allí se dirigieron también muchos murcianos para expresar su apoyo a estos hermanos de túnicas verdes que, hasta dentro de un año, no podrán componer una de las procesiones más bellas que convoca esta Región.

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