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Y San Juan llora por Murcia

Apenas una lágrima, tan pequeña como el suspiro de un niño que se calza sus sandalias días antes de la procesión, casi imperceptible como aquellas que, bajo el capuz, honran al padre nazareno que convocaron en el Cielo, con la sencillez magistral del cofrade anónimo que, aún siendo mayordomo, cubre su cara entre los penitentes, apenas, apenas una lágrima condensa todo el cortejo corinto.

Porque en la Caridad, y por muchos años, San Juan caminará llorando sobre el plano cofradiero. Solo una lágrima basta para conquistar todo un pueblo. Expresión quebrada, boca de Dolorosa entreabierta y melena enroscada al viento. Los dedos entrelazados, manos de huertano recio, inocencia en la mirada pero descubierto el pecho. Innovación en la pose, eleva sus ojos al cielo, aunque quisiera apartarlos, en busca del Nazareno. ¡Ramón Cuenca, enhorabuena; se bienvenido, maestro!

Allí, al alcanzar la puerta, me encuentro con un mayordomo de la Caridad corinta, esa que en Santa Catalina despliega su Pasión de medias barrocas, de enaguas huertanas que crujen como las tarimas cuando se alzan en la plaza, y me espeta: “Buenas tardes, pasa”. Y resume en una palabra la Semana Santa murciana. Porque no me invita a entrar al recoleto templo frailuno, sino que señala hacia Las Flores, extendida su mano sobre la carrera aún virgen de sandalias y esparteñas con falsas suelas de goma. “Pasa”.

Entra a la Pasión en Murcia, que es una tarde de primavera, de aromas a alhábega tierna, a jazmines que antaño acariciaran tapias de piedra y cal, y carril de huerta remoto por donde venía tu padre, y aún antes tu abuelo, cargando al hombro la vida y el estante, ese estante repintado que luego florecía al regreso, al concluir la procesión, atadas con cintas las flores que habían arrancado de la tarima de sus desvelos.

Pasa la Semana Santa y el murciano también entra a contemplarla en calles y plazuelas que se transforman en improvisadas salitas de estar. Nadie es anónimo en esta Murcia que por emblema tiene a una Matrona, con su pecho al viento. “Hola, ¿están libres estas sillas?”, pregunta un desconocido. “De momento, sí. Pueden sentarse”. Así va completando la Caridad familias repentinas que compartirán la hora y media larga que dura el paso del cortejo. “¿Quiere usted un pastelico? Mire que nos sobran”. “¡Niño, no molestes!”. “¿Y dices que eres del Madrid? ¡Ángela María!”.

Tiene el cortejo corinto todo el sabor de la ciudad antigua, de los nazarenos de raza que saben cómo deben andar los pasos, dando pequeños y alargados tumbos de izquierda a derecha de la carrera, sustos incluidos para el público que, entre paso y paso, sigue intimando. “Por eso me sonaba tu cara, porque cada año os ponéis aquí”. Y entonces, como esos redobles que nos despiertan la memoria y la nostalgia, retorna la genialidad nazarena. “¡En esta procesión le hacen de to al Señor!”, se escucha a una mujer pontificar. No anda descaminada.

En la Oración del Huerto eleva sus ojos al cielo y clama; pero luego es flagelado en el segundo trono, y aún coronado de espinas en el tercero, para terminar Camino del Calvario. Llega la Verónica a enjugar su santa cara. Y debería enjugar también la del presidente, García Romero, cuyo empuje augura años de éxitos para esta institución cofrade.

Pasad y ver la Semana Santa de la Caridad que hogaño, por su XX aniversario, propone tantas novedades que a muchos se les antoja presenciar, al menos en algún instante, un cortejo renovado. “¿Lo dice usted por San Juan?”. Yo, a escribir y a callar. Pero no es menos verdad que el otro San Juan Apóstol también nos hacía llorar. ¡Ay Antonio Montesinos, cabo de andas cabal, qué orgullo da mirar tu paso y ver tanta genialidad!

Estrenan los corintos túnica para el Nazareno de la Oración en el huerto y un soldado para la Coronación, obra del maestro Hernández Navarro, quien andaría por alguna esquina, como cada año, disfrutando desde el anonimato la genialidad de su obra.

Embojo a los pies del Cristo, como memoria del gremio de la seda y súplica al Señor ante la crisis económica. “¡Pues si Él no lo remedia, ¿quién lo va a remediar?”, apunta otro mayordomo. Genial. Y así se desvanece en las entretelas de la madrugada un espléndido cortejo entre los sones de la coral que lo despide ante el templo. ¿Qué será el año que viene? Falta un año para verlo.

 

 

 

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