Esta Murcia nuestra, donde al doblar de cualquier esquina te puedes dar con un vientecillo rumoroso que te traiga ecos de noticia, posible… o deseable, envuelta en ese misterio fluido del “se dice”, “es cierto que”, “está hecho”… El relámpago de un nombramiento, de una voz que pregone la vida exaltada de nuestro entorno callejero y trascendente: “Cronista oficial de la Ciudad”. “¡Este el trueno!”. De momento, con la sutileza del murmullo y después dirigido a alguien con nombre y apellidos: Antonio Botías… el de la obra Murcia, secretos y leyendas, el historiador de un pueblo instalado en el fruto, el azahar y la lengua propicia a las leyendas y sucesos, propios de ser contados en familia ante el asombro de la narración. La Murcia que no vemos y que, por ello, nos hace abrir los ojos ante lo que no sabíamos y quedarnos con el regocijo de esta historia nuestra.
Es ardua la tarea de cronista; con todos los respetos: hace falta olfato perruno para descubrir lo oculto tras el olvido, de una historia familiar, del fantasma de una casa, los quehaceres solapados del ingenio (labores no santas), pero que ensalzan la enjundia de una filosofía del vivir que hace el perfil de un pueblo, extrayendo por encima del milagro o el desastre, la virtud de lo permanente.
El pregonero anuncia lo que viene o lo que se va, desde la tradición de las cosas que importan. Es la voz entre la algarabía de la dinámica social. Botías va cubierto por su propia armadura de escritor y de sabueso, de encontrador de objetos perdidos en el alma de la ciudad. Esta tarea estimulante para quien la recibe (la gente de Murcia) de la verdad de un diario, hecho paso a paso lápiz en mano, detalladamente, como el descubrimiento de nuestro propio yo.
José Maria Falgas / Pintor